Confusión en el pluralismo informativo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

El mundo tecnológico facilita, en principio, un flujo bastante ágil de la información. Pero a veces ese flujo desemboca en formas nocivas de desinformación.

¿Cómo ocurre eso? Por varios motivos, y queremos fijarnos ahora en uno: la “libertad de prensa” y de información otorga (teóricamente) iguales derechos a todos: a la verdad y a la mentira, a la exactitud y a la imprecisión, a los trabajos realizados con honestidad y a las manipulaciones más maliciosas.

El resultado es que en un mismo medio informativo puede haber espacio para quien dice “blanco”, para quien dice “negro”, para quien dice “gris”, y para quien dice que no existen los colores. Incluso a veces este hecho es presentado como señal de “objetividad” y de apertura, como una riqueza, como un éxito, cuando en realidad estamos ante una confusión caótica.

Los lectores, sin embargo, carecen muchas veces de los instrumentos necesarios para distinguir en qué puntos las opiniones contrapuestas tienen razón y en qué puntos están equivocadas. Por lo mismo, ante el pluralismo y la diversidad de opiniones, unos optan por suspender el juicio: todo vale igual. Otros escogen aquella “noticia” que más les satisface. Quizá la mayoría se decanta por esa idea hacia la que ya tenían un prejuicio afectivo favorable, mientras rechaza las posiciones contrarias.

De esta forma, se hace muy difícil un trabajo serio, exigente, de ver las ideas, de analizar los datos, de buscar cuáles han sido las fuentes de información, de señalar los errores, de evidenciar los sofismas, de acoger lo bueno que también ofrecen autores considerados como “adversarios”: no hay que tirar al niño con el agua sucia, como se dice por ahí...

Frente a esta situación, habría que reencontrar, con la ayuda de los clásicos, caminos para analizar a fondo los distintos argumentos. Sócrates quedaría perplejo al ver en un programa televisivo, juntos, a quien defiende el aborto y a quien lo ataca, a quien habla de la “familia tradicional” como si fuese un fósil del pasado y a quien defiende que sólo hay matrimonio entre un hombre y una mujer. Cada uno dice sus ideas, y luego todos van a casa, tranquilos, mientras los oyentes digieren como pueden lo que han escuchado en el debate.

Sócrates pediría la palabra, hablaría con uno, iría a fondo, por arriba y por abajo, para ver si hay coherencia, si hay profundidad, si hay argumentos válidos. No descansaría hasta eliminar la escoria y dejar que reluzca lo que es auténtico. No permitiría la huida de nadie antes de tratar, en serio, cada una de las posiciones.

Alguno dirá que así sería imposible que “funcionase” el mundo informativo. Quizá sería mejor reconocer que no “funciona” ese mundo que se autodeclara informativo cuando, en realidad, ha optado por un pluralismo confuso y comodón que no sabe ir a fondo en el análisis de los argumentos.

La racionalidad humana no se contenta con la comida barata de las opiniones arbitrarias ni de las frases hechas. Estamos hechos para la verdad. Buscarla no es sólo un deber, sino una necesidad profunda de los corazones. El mundo informativo necesita reconocerlo y cambiar a fondo. Quizá pierda en audiencia, pero ganará en humanidad. Y vale mucho más lo segundo que lo primero...