¿Retrógrados?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

La palabra “retrógrado” sirve con frecuencia para insultar a quien defiende la moral y la doctrina católica. Conviene reflexionar sobre lo que se dice con el uso de este adjetivo, pues detrás de tal uso se esconde una problemática compleja.

En general, la palabra “retrógrado” es usada en clave negativa. Se supone entonces que quien se sitúa en una perspectiva ya “superada” del pasado, merece ser reprobado, marginado o relegado. ¿Por qué? Entre los muchos motivos, podemos evidenciar dos.

El primero consiste en concebir la historia en clave de progreso lineal. En esa perspectiva, lo posterior supera lo anterior, lo presente a lo pasado, lo nuevo a lo viejo. Después de la imprenta sería “retrógrado” publicar un libro a base de copias manuscritas. Después de los descubrimientos de las vacunas sería “retrógrado” luchar contra la poliomielitis con antiguos métodos medievales...

Pero no todo lo nuevo “supera” ni “mejora” automáticamente lo viejo. La bomba atómica ha significado un avance dramático en la tecnología militar; tan dramático, que casi todos consideran la producción y el eventual uso de bombas atómicas como algo sumamente inmoral y peligroso para la existencia humana en el planeta.

Igualmente, la aparición de una nueva mentalidad no pone un sello de garantía por el cual, por ser “nueva”, se convierte automáticamente en “buena”. Bastaría con pensar en el surgimiento de las ideologías totalitarias durante el siglo XX para reconocer que estas “nuevas” utopías significaron un enorme retroceso social y ético de consecuencias gravísimas para millones de seres humanos.

La idea, casi el sueño, del progreso lineal siempre bueno resulta ser, por lo tanto, un espejismo engañoso. Como lo es la idea opuesta: creer que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Lo más correcto sería aceptar que la historia humana da saltos, avanza o retrocede, según las decisiones de las personas y de los pueblos. El ir hacia algo mejor o hacia algo mejor depende de elecciones particulares y colectivas, algunas de las cuales son acertadas y otras, en cambio, llevan un germen de mal que provoca daños y lágrimas en miles de corazones.

El segundo significado de la palabra “retrógrado” viene a indicar que quien asume ideas y actitudes de un determinado periodo del pasado automáticamente habría quedado contagiado por los defectos del mismo y, por lo tanto, se convertiría en un personaje negativo o incluso peligroso para el mundo en el que ahora vivimos.

De un modo más específico, algunos críticos de la doctrina católica piensan que la Iglesia asume ideas y principios éticos de una época sumamente deplorable: la Edad Media.

Afirmar lo anterior supone dos cosas. La primera, pensar que todo lo que ocurrió y fue parte del mundo medieval estaría equivocado y merecería nuestra condena.

Lo cual es una simplificación bastante arbitraria respecto de los más de 10 siglos que denominamos con la palabra “medioevo”. Tal simplificación estaría basada muchas veces en tópicos de divulgación, carentes de una correcta perspectiva interpretativa; y otras veces en distorsiones y falsificaciones promovidas por grupos ideológicos que desean denigrar sistemáticamente todo lo que haya sido influido por la doctrina cristiana.

Según tales tópicos, el mundo medieval sería una época de crímenes, abusos, intolerancia, supersticiones sin sentido, opresión clerical sobre el mundo de los laicos.

Pensar, sin embargo, que todo lo medieval era malo simplemente por ser medieval es algo totalmente incompatible con la seriedad histórica y científica que los mismos que se consideran modernos deberían poseer, si de verdad pretenden alcanzar un mínimo de credibilidad.

Se hace, por lo mismo, urgente superar simplificaciones y tópicos tan extendidos con estudios rigurosos y completos, bien documentados, sobre un tiempo pasado sobre el que mucho hablan películas y novelas baratas, y sobre el que más bien se necesitan historiadores competentes y honestos.

La segunda cosa que suponen esos críticos es que las enseñanzas de la Iglesia católica, especialmente de los últimos Papas, desde Pío X hasta Benedicto XVI, y del Concilio Vaticano II, no serían sino la simple reproposición de modelos culturales sumamente perniciosos: el de los medievales y el de los defensores del Antiguo Régimen.

Entre los errores medievales que estarían presentes entre los Papas modernos, afirman algunos de estos críticos, estarían los siguientes: el desprecio hacia la mujer, la opresión de las libertades civiles en función de una mentalidad clericalista, la búsqueda de condenas públicas de personalidades del mundo político y científico semejantes a las que fulminaba la Inquisición, el desprecio hacia los homosexuales, la protección de los intereses de los ricos en contra de la pobreza de millones de seres humanos, y una larga lista de acusaciones.

Lo anterior es señal de formas graves de distorsión o desconocimiento de las enseñanzas de los Papas y del Concilio Vaticano II, que no reflejan en absoluto aquellos aspectos de intolerancia, clericalismo o desprecio hacia la mujer que algunos de los críticos más duros contra la Iglesia católica dicen encontrar en ella.

Bastaría con leer los radiomensajes de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial, la encíclica “Pacem in terris” de Juan XXIII, la constitución pastoral “Gaudium et spes” del Concilio Vaticano II, la encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI, el “Catecismo de la Iglesia Católica” promulgado durante el pontificado de Juan Pablo II, y la última encíclica “Deus caritas est” de Benedicto XVI, para empezar a comprender que la Iglesia actual no sólo no es “retrógrada”, sino que muestra una actualidad y un atractivo profundo porque defiende y propone verdades y valores perennes.

Que, a pesar de lo dicho, algunos sigan etiquetando a los católicos como “retrógrados”, es algo triste, pero no inevitable. Porque la mejor señal de ser “moderno” y “abierto” (en los mejores sentidos que tienen estas palabras) consiste en saber dejar prejuicios inútiles para estudiar, conocer y respetar la historia. Aunque, por desgracia, los prejuicios tengan siempre buena prensa y larga vida.

Sólo desde una actitud abierta y seria, sólo desde posiciones tolerantes y auténticamente “progresistas”, lograremos un diálogo fecundo entre el mundo católico y entre quienes no aceptan la divinidad de Cristo ni las doctrinas enseñadas por la Iglesia católica, pero poseen al menos corazones respetuosos hacia los que piensan de modo distinto. Porque sabemos, católicos y no católicos, que todos compartimos una misma humanidad, siempre merecedora de respeto y abierta al diálogo y al encuentro con el diverso.