¿A quién educamos?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Para establecer un programa educativo tenemos que partir de una idea de hombre. Esto implica dos cosas: primero, tener claro lo que significa ser miembro de la especie humana; segundo, acertar en la mejor manera de educar a cada niño que empieza su camino educativo hacia su plenitud humana.

¿Qué es el hombre? La ciencia tiene mucho que decir sobre el complicado organismo humano. Como todo ser material, está sometido a las leyes propias de la gravedad, de la cinemática, de la combustión, de las reacciones químicas simples y complejas. Se puede “romper”, pero no se pega como un pedazo de madera. Puede volar si se le empuja a gran velocidad, pero al caer al suelo seguramente saltará en mil pedazos...

Como ser biológico, cada ser humano sobrevive gracias a equilibrios muy complicados. Los equilibrios son tan frágiles que basta un virus, un aire frío o una insolación para que todo el sistema se eche a perder. Además, necesita comer y dormir, respirar e mantenerse aseado. Mira y descifra, gracias al sistema nervioso, el estímulo y la respuesta automática (o aprendida a base de experiencias) que debe dar a cada nueva situación que se pone delante de él.

También la psicología ofrece su punto de vista. Algunos psicólogos subrayan lo instintivo, lo que dirige al hombre de modo espontáneo, profundo, a pesar de las coacciones externas o de los complejos que impiden la plena realización personal. Otros psicólogos dan mayor valor a lo espiritual, a esa dimensión no reducible a las neuronas ni a las hormonas. El hombre es también libre, lo cual explica la indeterminación que cada uno experimenta ante tantas posibilidades de la vida.

La sociología pide la palabra en esta búsqueda. Para algunos sociólogos, el hombre es fundamentalmente una célula de la sociedad. Su existencia es el resultado de ideas, normas, costumbres y tradiciones que se imponen a todos los miembros de un grupo por inercia, por moda o por presión. Quien no acepta lo que determina el grupo es expulsado o castigado de diversas maneras. Para otros sociólogos, en cambio, lo importante es el individuo con su libertad y su espíritu creativo. La sociedad influye mucho, pero cada uno actúa de un modo autónomo ante lo que se le presente, y puede, si lo desea, distanciarse del grupo en el que vive.

La filosofía también busca la respuesta. Pero los filósofos (o los que se dicen filósofos) no se ponen de acuerdo. Unos declaran que el hombre es un ser espiritual, con un alma que no muere y un cuerpo que puede ser sometido y ordenado según las decisiones libres de cada uno. Otros, en cambio, defienden que el hombre es un pedazo de materia un poco más complejo, un sistema de información que no tiene nada de espiritual y mucho de material, un ser destinado a aparecer por casualidad y a desaparecer por necesidad...

La religión toma la palabra en nuestra búsqueda. En cierto sentido, ofrece una respuesta decisiva, pues nos abre al horizonte de lo eterno, nos ayuda a descubrir que también Dios interviene en nuestro mundo, que no todo termina en el ciclo inevitable de la vida y de la muerte.

Cualquier proyecto educativo necesita, por tanto, plantearse la pregunta por el hombre y encontrar una respuesta válida (en la medida de lo posible). De lo contrario, si no hay proyecto, no habrá auténtica educación. A lo sumo, habrá informaciones desarticuladas, como en internet. Se les dirá a los alumnos: muchachos, existe esta idea y la opuesta, esta teoría y la otra. Luego, que cada uno haga lo que quiera...

Ante tantas perspectivas y ante respuestas tan diferentes, ¿es posible encontrar algunas pistas que sirvan para todos? Deberíamos partir de este hecho: el hombre es un ser muy complejo. Ninguno de los anteriores puntos de vista agota plenamente lo que significa ser hombre. El hombre es cuerpo y es vida. Es impulso y es razón. Es instinto y es razonamiento. Es social y es capaz de ir más allá del grupo. Es religioso aunque a veces niegue a Dios y se construya principios éticos por su cuenta.

A la vez, hemos de reconocer con honestidad que no todas las opiniones pueden coexistir. O el hombre es espiritual o no lo es. O es libre o es un haz de condicionamientos indestructibles. O termina tras la muerte o vivirá después de un modo que ahora no conocemos. No podemos quedarnos indiferentes ante las dos posiciones, o creer que sea posible un proyecto educativo que contente a todos...

Todo educador debe trabajar con honestidad, con valor, por resolver estas grandes cuestiones. Cuando Pedrito llegue tarde y mire a su maestro con los ojos sucios y las manos temblorosas para preguntar si puede entrar en el salón, el maestro lo tratará de un modo o de otro según su idea de lo que significa ser hombre.

Es bueno recordar, además, que también Pedrito mide al maestro y tiene una idea del mismo. Quizá no tan filosófica ni tan reflexiva, pero idea que sirve para amarlo o temerlo, para respetarlo o tratarlo como a un policía más o menos competente.

Estos son algunos de los misterios de la educación. Tal vez conoceremos mejor a los niños y a los adultos, y los educaremos de verdad, cuando empecemos a amarles, a dejar que el mundo del otro (del niño y del maestro) sea más transparente, más respetado, con todas sus grandezas y sus miserias, con sus deseos de mejorar y de aprender (también los maestros han de actualizarse).

Suena la campana. Inicia un nuevo año escolar. Quizá sea un poco mejor, si seguimos, en serio, nuestra búsqueda: ¿qué significa ser hombre?