Una fe que cambia el mundo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Nos quejamos de que el mundo está mal. Matrimonios que naufragan, abortos que destruyen a miles de hijos y a miles de madres, pobreza que amordaza y mata las ilusiones y los cuerpos, opresión de dictaduras sutiles o manifiestas, mentiras que dominan las conciencias anestesiadas en los mal llamados países desarrollados.

¿Existe una fórmula sencilla, clara, aplicable, para cambiar el mundo? ¿Podemos emprender un camino que rompa con esta situación de injusticias, de pecados, de egoísmo, de cansancio y desesperanza?

No hay fórmulas mágicas para controlar la libertad humana. Sólo existen verdades que, acogidas seriamente, provocan una revolución en los corazones y en las sociedades.

La verdad más importante, la más profunda, la más completa, está en Dios y en su amor hacia el hombre. Sólo cuando abrimos los corazones a Cristo, sólo cuando acogemos su Evangelio, sólo cuando le dejamos iluminar nuestras sociedades, nuestra historia, el mundo avanza en el camino hacia la salvación, hacia la justicia, hacia la paz.

Es entonces cuando la fe ilumina la propia vida. Dejamos las tinieblas y pasamos a la luz. Nos dejamos coger por Cristo, y despertamos. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14).

Es entonces cuando tomamos en serio a Cristo y lo acogemos plenamente, sin miedo. Desde la voz de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, nos llega la invitación a quitar miedos: “ ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida” (Benedicto XVI, 24 de abril de 2005).

Habrá que dejar lo malo, esa “nada” que ahoga y destruye, que encierra y que atemoriza. Pero será para optar por lo bueno, por lo bello, por lo noble, por lo justo.

Entonces empezaremos a vivir “en Cristo”, desde una fe que provoca reformas, que lleva a la auténtica revolución, la de tantos santos que, como explicaba Benedicto XVI a miles de jóvenes, “son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo” (20 de agosto de 2005).