Desde la Iglesia y para la Iglesia

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Uno de los grandes retos para los nuevos movimientos y comunidades eclesiales que el Espíritu Santo suscita en tantos corazones consiste en saber vivir desde la Iglesia y para la Iglesia.

Porque los grupos, asociaciones, comunidades y movimientos que surgen en la Iglesia no existen para sí mismos, sino que se colocan dentro de un gran movimiento de Amor, que va mucho más allá de las fronteras del propio grupo.

Es el Amor de Dios el que ha enviado a Cristo al mundo. Es el Amor el que ha puesto en pie la Iglesia. Es el Amor el que explica su larga marcha a lo largo de los siglos, entre hombres y mujeres de razas, pueblos e idiomas muy diferentes, pero profundamente unidos entre sí por el don del bautismo.

Los nuevos movimientos y comunidades surgen y viven, por lo tanto, desde ese gran Amor de Dios, dentro del dinamismo de la Iglesia. Valen y tienen sentido si llevan a los corazones a vivir a fondo el Evangelio, bajo la guía del Papa y de los obispos.

Son una ayuda magnífica, son un don del Espíritu Santo, son un medio para crecer en la fe. Pero son eso, sólo un medio, no son el fin.

Benedicto XVI, en unas palabras dirigidas al Sínodo de la diócesis de Roma decía:

“En particular, quiero pedir a los movimientos y a las comunidades surgidos después del Vaticano II, que también en nuestra diócesis son un don valioso que debemos agradecer siempre al Señor, quiero pedir a estos movimientos que, repito, son un don, que se preocupen siempre de que sus itinerarios formativos lleven a sus miembros a madurar un verdadero sentido de pertenencia a la comunidad parroquial” (26 de mayo de 2009).

Por eso hay que evitar la tentación de vivir más para el grupo, para la parte, que para el todo. Siempre será más importante la Iglesia que el propio movimiento. Vivir como parte de un grupo no debe apartar a las personas de su parroquia ni de sus relaciones con la diócesis y con la Iglesia universal.

Recordarlo de modo vital ayudará mucho a unir fuerzas, a evitar tensiones y conflictos, a mantener unidas las parroquias y las diócesis.

Todos estamos sujetos a la tentación de trabajar más por lo que sentimos cercano y propio que por lo esencial y profundo. Pero si un grupo o un movimiento deja de vivir y de trabajar para la Iglesia corre el peligro de convertirse en una isla, no en una parte viva del Cuerpo Místico de Cristo.

No fuimos acogidos por la Iglesia para fomentar divisiones, sino para avivar unidades. Cristo no está dividido (cf. 1Cor 1,13), sino que todos somos un único Cuerpo en Cristo (cf. Rm 12,5).

Por eso es tan hermoso ver que, gracias a Dios, muchos grupos y movimientos eclesiales trabajan por el conjunto, viven plenamente el Evangelio, porque se han dejado inflamar por el Espíritu de Dios que nos llama a la unidad que nace del amor auténtico (en la verdad), del servicio humilde, de la entrega sin límites a los hermanos, de la obediencia llena de confianza al Papa y a los obispos.