La verdadera “fe adulta”

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Hay católicos que se autodeclaran “maduros” porque piensan por su cuenta, porque se permiten criticar y desobedecer al Papa y a los obispos, porque juzgan la validez de los mandamientos, porque ven como anticuadas normas y tradiciones de la Iglesia.

 

Piensan que así tienen una “fe adulta”. En realidad, casi sin darse cuenta, se han convertido en esclavos de la moda, de las ideologías dominantes, de lo que han leído o escuchado de alguna persona más o menos famosa.

 

El Papa Benedicto XVI, en la homilía que pronunció al concluir el Año paulino (2008-2009), explicaba este fenómeno.

 

“La palabra «fe adulta» en los últimos decenios se ha transformado en un eslogan difundido. Con frecuencia se entiende como la actitud de quien no escucha a la Iglesia y a sus pastores, sino que elige de forma autónoma lo que quiere creer y no creer, es decir, una fe «hecha por uno mismo». Esto se interpreta como «valentía» para expresarse en contra de Magisterio de la Iglesia. En realidad para esto no es necesaria la valentía, porque se puede siempre estar seguro del aplauso público” (28 de junio de 2009).

 

Sin embargo, no hay verdadera fe adulta cuando nos sometemos a la mentalidad del mundo, de las modas, de los caprichos personales. Porque para el cristiano ser adulto es acoger a Cristo y pensar desde Cristo. De lo contrario, según indica san Pablo en la carta a los Efesios, seremos como “niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina” (Ef 4,14, un texto recordado por el Papa en la homilía antes citada).

 

La verdadera fe adulta inicia, por lo tanto, cuando uno tiene la valentía necesaria “para unirse a la fe de la Iglesia, incluso si ésta contradice al «esquema» del mundo contemporáneo. A esta falta de conformismo de la fe Pablo llama una «fe adulta». Califica en cambio como infantil el hecho de correr detrás de los vientos y de las corrientes del tiempo” (Benedicto XVI, 28 de junio de 2009).

 

El Papa quiso concretar algunos ámbitos concretos en los que se vive la fe adulta:

 

-“Forma parte de la fe adulta, por ejemplo, comprometerse con la inviolabilidad de la vida humana desde el primer momento de su concepción, oponiéndose con ello de forma radical al principio de la violencia, precisamente en defensa de las criaturas humanas más vulnerables.

 

-Forma parte de la fe adulta reconocer el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como ordenado por el Creador, restablecido nuevamente por Cristo”.

 

Con la ayuda del texto antes citado de la carta a los Efesios, el Papa puso a la luz el aspecto positivo de la fe adulta: “actuar según la verdad en la caridad” (cf. Ef 4,15). Benedicto XVI lo explicaba a través de los dos movimientos que nacen de la fe adulta.

 

Primero, un progreso hacia la verdad: “El nuevo modo de pensar, que nos ofrece la fe, se desarrolla primero hacia la verdad. El poder del mal es la mentira. El poder de la fe, el poder de Dios, es la verdad. La verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos se hace visible cuando miramos a Dios. Y Dios se nos hace visible en el rostro de Jesucristo”.

 

Segundo, un progreso hacia la caridad: “Al contemplar a Cristo reconocemos algo más: verdad y caridad son inseparables. En Dios, ambas son una sola cosa: es precisamente ésta la esencia de Dios. Por este motivo, para los cristianos verdad y caridad van unidas. La caridad es la prueba de la verdad. Siempre seremos constantemente medidos según este criterio: que la verdad se transforme en caridad para ser verdaderos”.

 

Necesitamos muchos católicos con la verdadera “fe adulta”. En un mundo arrastrado por modas, esclavo del materialismo, lleno de depresiones que surgen cuando uno vive de egoísmos y de caprichos, hace falta abrir el corazón a un horizonte maravilloso, superior, divino.

 

Ese horizonte fue descubierto por san Pablo y por miles y miles de hombres y mujeres de todos los tiempos. Ese horizonte también está a nuestro alcance. Basta con ponernos, sencillamente, de rodillas ante el Señor para pedirle que aumente, que riegue, que haga adulta nuestra fe, como miembros vivos de la Iglesia que Cristo fundó para la salvación del mundo.