Tras la “fiesta”, la factura

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Un día de calor, una fuente, un grupo de adolescentes, un “responsable” despistado.

 

Ya están los elementos para la “fiesta”. Un chico empieza a mojar a una chica. Otra chica defiende a su amiga. Dos muchachos pelean entre sí por controlar el acceso a la fuente. La confusión aumenta, entre risas, gritos, agua va, agua viene...

 

Al final, casi todos han quedado empapados de los pies a la cabeza. Pero se sentían tan a gusto, “liberados” de cualquier norma en medio de la fiesta...

 

Luego llega la factura. Un chico y una chica contraen una de esas extrañas gripes de verano. Un móvil quedó completamente dañado por el agua y los golpes. Hay una muchacha que llora porque nadie la defendió. Un chico está triste porque jamás imaginó que iba a dar un golpe tan fuerte a un amigo. Y el “responsable” tiene que explicar a los padres de familia que había dejado solos a los muchachos porque quería tomar un helado.

 

Lo triste de muchas “fiestas” y aventuras llega tarde, cuando empiezan a percibirse las consecuencias de los propios actos. Unas en lo físico: un pantalón roto, unas gafas aplastadas, una agenda electrónica inutilizada. Otras, en lo espiritual: ese sentirse cobarde por haber cedido ante la presión del grupo, por haber dejado solo a un amigo, por haber estropeado las fotos de un ser querido.

 

Cuando empezaba el jaleo, cuando todo eran risas, cuando unos lanzaban la primera agua, el horizonte era alegre, bullangero. ¿Quién pensaba entonces en las consecuencias?

 

Es cierto que muchas cosas se aprenden “después”, cuando sangra una herida, cuando recogemos los cristales de un escaparate roto, cuando sentimos vergüenza por un acto que nos manchó el alma. Si los jóvenes supieran, antes de cada “fiesta”, lo que iba a pasarles...

 

¿Será parte de la ley de la vida? ¿Hay que aprender a base de golpes? ¿No hay caminos para evitar daños absurdos?

 

Siempre es posible hacer algo para ayudar a los jóvenes a ser más reflexivos, a vivir con principios buenos, a respetar a sus amigos y a la gente que pasea por la calle, a evitar bromas pesadas, a no jugar ni con el cuerpo ni con los sentimientos (de uno mismo o de otros).

 

Es uno de los grandes retos de la educación: dar ejemplo, dar principios, formar conciencias. Habrá, ciertamente, errores, faltas, caídas, pecados. Pero un adolescente que ha aprendido a distinguir entre lo bueno y lo malo, entre la sana diversión y la gamberrada peligrosa, podrá recapacitar y evitar, en el futuro, situaciones de peligro.

 

Cuando llegue el caso, también sabrá perdón, pagará por el daño que haya causado, y habrá aprendido que muchas indicaciones dadas por sus padres y sus maestros valían en sí mismas, porque le orientaban a caminar con madurez y con sana alegría entre las mil situaciones de la vida.