¿El grupo o la persona?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

En escritos o en el lenguaje ordinario hablamos con frecuencia de lo que hacen “grupos”: empresas, organismos, estados, asociaciones, religiones, etc.

 

Decimos, por ejemplo, que los bancos han provocado una crisis. O que el gobierno se ha equivocado en sus previsiones. O que la cultura X es violenta. O que la mafia ha asesinado a cinco personas en tal lugar. O que el terrorismo internacional prepara nuevos atentados. O que la religión Z ha causado mucha violencia a lo largo de la historia.

 

En la vida humana, pertenecer a un grupo implica participar más o menos plenamente de las ideas, costumbres y tradiciones de ese grupo. Pero el actuar no depende totalmente de la estructura del grupo ni de sus ideas. El actuar es siempre algo que depende de las personas. Y si uno actúa con libertad y con conciencia plena, es responsable de todas y de cada una de sus decisiones.

 

Vale la pena recordarlo. La asociación, el grupo, en cuanto entidad abstracta, “no hace nada”. Quienes actúan son personas concretas, dirigentes o empleados, gobernantes o soldados, empresarios u obreros, líderes políticos y votantes.

 

La historia humana no la escriben las ideas abstractas ni los conjuntos, sino las acciones concretas de las personas concretas.

 

Desde luego, actuamos según lo que pensamos. Si uno lee, escucha, guarda en su corazón ideas racistas, o de odio hacia las personas de otras naciones o de grupos sociales diferentes, estará predispuesto a actuar de modo intolerante, violento, agresivo. Si otro, en cambio, se une a personas que defienden ideas justas, que saben respetar a los otros, que buscan un modo de vivir más solidario, estará mejor dispuesto a actuar de modo honesto.

 

La marcha del mundo está en las manos de seres humanos concretos, con nombres y apellidos. Algunos ocupan cargos muy “importantes”, y sus decisiones pueden llevar a la catástrofe o al auténtico progreso. Otros, muchísimos, no tienen grandes títulos ni puestos destacados, pero no por ello dejan de ser importantes: con sus decisiones, con su conformismo o con un sano espíritu de crítica, pueden detener a los “poderosos” y cambiar el curso de la historia.

 

Unos y otros son personas reales, de carne y hueso, no grupos abstractos e indefinidos. Unos y otros trabajan y actúan libremente. Cada uno de ellos tendrá que rendir cuentas de sus actos: ante los tribunales humanos (allá donde funcionen, esperamos, justamente); y ante el tribunal de Dios, que sabe juzgar según lo que hay en los corazones que llevan a realizar el mal o a comprometerse por ese bien que hace al mundo más hermoso y más justo.