Una nueva carta desde la fe

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Muy estimado N:

Hace tiempo que quería enviarte estas líneas, pero lo he ido dejando de un día para otro. Ahora me tomo un momento. Espero que puedan ayudarte de algún modo.

Me preguntabas para qué sirve la fe. Vives satisfecho, eres un hombre honrado, tienes trabajo, llevas en paz tus relaciones familiares, evitas los choques con la gente, haces el bien a quien está a tu lado.

Eres una persona buena. Y muchos te envidian, porque no es fácil encontrar a alguien que se siente feliz y realizado.

Pero llego yo, con mis discursos de siempre, y te hablo de Dios, de Cristo, de la Virgen. Escuchas mis palabras como una interferencia, como un mensaje extraño e inútil, como algo que no llega a tu corazón, porque no “sirve”, porque no lo “necesitas”.

También me dices que no todo es fácil ni hermoso en tu vida. Pasas por dificultades, coges gripes muy intensas en invierno, sufres por el polen en primavera, te cansa el olor de la ciudad, sientes pena ante los dramas humanos, notas un vacío cuando alguien muere y, según tú, desaparece en la nada.

Pero esos momentos los superas, me explicas, con una pizca de filosofía estoica. Ves las pruebas y el dolor como parte de la vida. La espina crece junto a la rosa. El smog viene desde las fábricas que producen las sábanas con las que dormimos. Y la muerte, en el fondo, no es un drama, sino la hora que cierra la existencia humana: la Tierra no podría soportar tanta gente, ni a los humanos nos gustaría vivir cientos de años en un planeta tan confuso.

Dios, en tu horizonte, no entra. Ni por la puerta, ni por las ventanas, ni por el suelo, ni por el techo. Me dices que basta con un buen libro, la cercanía de un amigo, la medicina (hasta donde puede ayudarnos), el dinero en la cuenta bancaria.

Si llegan momentos difíciles, piensas, no sirve para nada rezar a un Dios que quizá no existe. Lo que ayuda, me repites, es el trabajo por la justicia, el esfuerzo por salir adelante, la cercanía de personas buenas que encontramos en tantos momentos de la vida.

Desde luego, después de leer tus mensajes, me preguntarás por qué todavía te escribo. La verdad es que lo sé en parte, y en parte no lo sé.

Estoy seguro de que Dios existe, pero no te lo puedo señalar como se señala un árbol o una montaña. Precisamente porque es distinto y superior a todo. Pero su ocultamiento, su invisibilidad, no significa que no exista.

Algo sabemos de Él precisamente desde las bellezas y armonías del mundo en que vivimos. Desde las estrellas y la arena, desde las gaviotas y los conejos, desde el clavel y la azucena. Esas y tantas otras cosas existen con un orden, una proporción, un dinamismo interno y profundo, que no se explica por los choques casuales de pedazos de materia, sino desde el designio magnífico de un Creador amante de lo bueno.

Pero eso no es suficiente para que puedas dar el paso hacia la fe. Tú ves las mismas cosas terrenas que yo veo. Y no crees, porque, dices, te falta eso que yo llamo fe, o te basta con eso que tú llamas ciencia y filosofía simplemente humana.

Pero también tenemos que reconocer que tú y yo creemos tantas cosas que no vemos. La misma honradez de los amigos, el cariño de nuestros padres, la confianza de quien nos pide un consejo... Es cierto que cada una de esas realidades se manifiesta en gestos, en palabras. Pero también es cierto que una caricia puede venir de un amigo sincero o de un traidor que me tiende trampas engañosas.

Me parece que no estoy avanzando. La idea que me giraba por la cabeza, al empezar a escribir, era muy sencilla: ¿por qué sigo con la ilusión de ayudarte a creer? Porque creo que es algo bueno, porque creo que completará tu existencia, porque pienso que somos más humanos y más abiertos a la vida cuando reconocemos que el mundo existe gracias a un Dios cercano, amigo, Padre.

Como ves, no soy muy convincente. Seguramente me dirás que yo siga por mi camino, si me produce serenidad psicológica, y que tú seguirás por el tuyo, en el que te sientes seguro y satisfecho. Pero no sé si basta con seguir en caminos paralelos, cuando tú y yo anhelamos encontrar el camino verdadero.

Si somos humanos, si tenemos algo grande, radica en nuestra inteligencia. Tú y yo pensamos cosas distintas. Y dos afirmaciones opuestas no pueden ser verdad al mismo tiempo.

Necesitamos salir de las dudas, dejar de lado errores. Estamos hechos para la verdad. Un juguete falso ilusiona a la hora de comprarlo, pero desengaña cuando abrimos la caja y descubrimos que hemos sido engañados.

Si la verdad fuese “la tuya”, ten por seguro que te seguiría. Si es “la mía”, ¿por qué no das un paso hacia la fe que me ilumina y que quisiera fuese también tuya?

Te dejo para no cansarte. Cuídate mucho y evita que un aire te provoque esas extrañas gripes de verano. Yo estoy bien, gracias a Dios (en quien creo), y gracias a tantas personas buenas. También gracias a ti, que siempre te has mostrado conmigo lleno de respeto y de comprensión.

Con un saludo, tu amigo,

Fernando