Dios, camino para la paz

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Lo dijo una, lo dijo dos, lo dijo tres, lo dijo quizá más veces: Dios es el mejor camino para la paz.

Durante su viaje a Tierra Santa (8-15 de mayo de 2009), Benedicto XVI quiso subrayar esta idea: la creencia en un mismo Dios es el mejor camino para la paz y la concordia entre los hombres.

¿De verdad es así? ¿La fe en Dios une a los hombres? ¿No tenemos a nuestras espaldas una larga historia de guerras y de odios “en nombre de Dios” y de las religiones?

Para el Papa la respuesta es clara: si nos acercarnos a Dios nos acercamos entre nosotros. Más aún: sólo Dios garantiza la unidad entre los seres humanos.

Por eso Dios es el mejor camino para la paz. Donde no hay paz, estamos lejos de Dios.

En palabras de Benedicto XVI, “es la presencia dinámica de Dios la que reúne a los corazones y asegura la unidad. De hecho, el fundamento único de la unidad entre las personas está en la perfecta unicidad y universalidad de Dios, que ha creado al hombre y la mujer a su propia imagen y semejanza para conducirnos dentro de su vida divina, para que todos puedan ser una sola cosa” (11 de mayo de 2009, al presidente de Israel).

Al encontrarse con los líderes de las comunidades musulmanas en Jerusalén, el Papa explicaba aún más esta idea: “la fidelidad al Dios Uno, el creador, el más alto, conduce a reconocer que los seres humanos están fundamentalmente interrelacionados, ya que todos deben su existencia a una única fuente y apuntan a un objetivo común” (12 de mayo de 2009).

Si todos somos iguales en dignidad, si tenemos un mismo origen, si Dios es único, la mejor manera de desarrollar la propia vida es reconocer nuestra unidad humana y trabajar juntos para que el mundo pueda avanzar hacia la paz, hacia la justicia, hacia el encuentro eterno con el Dios que dio origen a la vida y que creó a los hombres iguales en dignidad.

Un mensaje dicho y repetido varias veces, pero que requiere ser recordado y vivido. Las palabras hermosas de cualquier ser humano se pierden si no encuentran corazones abiertos a la escucha. Las palabras crecen y se difunden si llegan a lo más íntimo de nuestras almas, si nos transforman y nos hacen vivir de cara al Dios que nos hizo por amor y que nos invita a “vivir en espíritu de armonía y cooperación tomando ejemplo del Dios Uno con un servicio generoso de los unos a los otros” (Benedicto XVI, 12 de mayo de 2009).