La alegría de ser misionero

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Un misionero empieza a existir cuando un corazón busca predicar un amor muy grande.

Cristo quiere a cada ser humano, busca las ovejas perdidas, desea reunir a sus hijos, despierta las conciencias, invita al banquete de su Amor.

Cuando un bautizado decide participar en unas misiones, entra a formar parte de un designio maravilloso que arranca desde el corazón de Dios y llega a tantos hombres y mujeres necesitados de esperanza. Descubre así cómo Dios ama a todos, a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los sanos y a los enfermos.

El misionero descubre que Dios tiene un cariño inmenso por los niños: Jesús desea ser el mejor amigo de quienes corren, ríen, lloran y hacen travesuras en tantos rincones del planeta.
Descubre la paciencia y la bondad de Cristo hacia los adolescentes y los jóvenes. Viven una etapa difícil, cometen a veces graves errores, están bombardeados de estímulos y de trampas que pueden apartarlos del buen camino. Pero también tienen un corazón generoso, saben ser sinceros, lloran por sus pecados, y buscan senderos que lleven al amor auténtico.

Descubre la cercanía y la comprensión de Dios para con cada adulto. Soltero o casado, sano o enfermo, rico o pobre, trabajador o desempleado: cada uno tiene su historia, sufre por sus pecados, se alegra por la presencia de Dios, busca salir de los vicios, desea vivir mejor entre sus familiares y amigos.

Descubre la ternura y la bondad con la que el Padre trata a los ancianos. Con sus impaciencias o su ternura, con sus canas o sus heridas, con sus balbuceos o su lucidez madura, cada uno tiene una experiencia y una historia, ha pasado por momentos de bondad y por tinieblas de pecado. A todos ellos se dirige Dios a través de los misioneros que traen una oración, un texto del Evangelio, una caricia, una ayuda material, un rato de escucha.

Es hermoso ser misionero, porque es hermoso compartir entre los hombres y mujeres de otros lugares la gran noticia: existe un Dios en los cielos que ama a todos, que es bueno, que es fiel, que es misericordia eterna.

Vale la pena hacer la experiencia o repetirla. Vale la pena buscarse un tiempo para llevar una carta estupenda (el Evangelio) a otros. Vale la pena gritar sobre los techos, en las plazas, o en la oscuridad de una choza pobre y aseada, la gran noticia: Cristo vive, Cristo ama, Cristo reina, Cristo nos espera, para siempre, en la casa de Su Padre, que también es el Padre nuestro de los cielos...