Benedicto XVI en Tierra Santa: religión, sociedad y paz

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

No resulta fácil destruir un prejuicio arraigado en miles personas, según el cual las religiones son fuente de males profundos en la historia humana: odios, guerras, destrucción, fanatismo, muerte.

Durante su viaje a Tierra Santa (8-15 de mayo de 2009), el Papa Benedicto XVI ha intentado de diversos modos desmentir ese prejuicio y defender que las religiones son, en su sentido auténtico, caminos de paz y convivencia.

Ya en el inicio del viaje se hizo presente el tema de la religión, su papel social y su capacidad para promover paz; el tema, desde diversos ángulos, apareció en diversos momentos durante los días de peregrinación papal.

En el avión que lo llevaba a Jordania (8 de mayo de 2009), al responder a una pregunta sobre la relevancia que este viaje podría tener en el proceso de paz, Benedicto XVI indicaba que la Iglesia y los creyentes abren los corazones a la verdad, a Dios, a los valores verdaderos, a la oración. Por eso los católicos “podemos quizás más fácilmente, también a la luz de la fe, ver los verdaderos criterios, ayudar a entender lo que contribuye a la paz y hablar a la razón, apoyar las posturas realmente razonables”.

En su primer discurso al llegar a Jordania, ante el Rey Abdalá II, el Papa alabó las acciones en favor de la paz y del diálogo interreligioso de esa nación, así como el respeto a la libertad religiosa. Según recordó explícitamente Benedicto XVI, dos iniciativas concretas (el Mensaje de Ammán y el Mensaje Interreligioso de Ammán) “han obtenido buenos resultados al favorecer una alianza de civilizaciones entre el mundo occidental y el musulmán, desmintiendo las predicciones de aquellos que consideran inevitables la violencia y el conflicto” (en el aeropuerto de Ammán, 8 de mayo de 2009).

El mismo 8 de mayo, durante un encuentro con jóvenes discapacitados en el Centro Nuestra Señora de la Paz (en la misma ciudad de Ammán), el Papa indicaba que emprendía su viaje “con una intención y una esperanza”: rezar por la paz. “La oración es esperanza en acción. Y, de hecho, la verdadera razón queda contenida en la oración: entramos en contacto amoroso con el único Dios, el creador universal, y de este modo nos damos cuenta de la futilidad de las divisiones y los prejuicios humanos y advertimos las posibilidades maravillosas que se abren ante nosotros cuando nuestros corazones se convierten a la verdad de Dios, a su proyecto para cada uno de nosotros y para nuestro mundo”.

En otras palabras, unirnos a Dios lleva a superar las divisiones, a evitar los enfrentamientos, a trabajar por un mundo mejor: ese es el sentido genuino de las religiones.

Al día siguiente (9 de mayo de 2009), Benedicto XVI visitó la Mezquita Al-Hussein bin Talal (Ammán). En el recinto externo de la misma, pronunció un discurso sumamente importante, dirigido a los jefes religiosos musulmanes, al Cuerpo diplomático y a los rectores de las universidades jornadas. En el mismo abordó el núcleo del problema y lo trató con bastante amplitud: ¿es la religión un peligro o una oportunidad para la paz y la convivencia? Vale la pena analizar los contenidos de este discurso.

El Papa expuso, como punto de partida, cuál sería el sentido de los lugares de culto: elevar los corazones a Dios y reconocernos sus creaturas. Luego pasó a afrontar de lleno el tema del papel de las religiones en la sociedad.

“Por este motivo debemos preocuparnos por el hecho de que hoy, con insistencia cada vez mayor, algunos consideran que la religión ha fracasado en su aspiración de ser, por su misma naturaleza, constructora de unidad y de armonía, una expresión de comunión entre personas y con Dios. De hecho, algunos afirman que la religión es necesariamente una causa de división en nuestro mundo; y por este motivo afirman que lo mejor es prestar la menor atención posible a la religión en la esfera pública. Por desgracia, no se pueden negar las tensiones y divisiones entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas. Sin embargo, ¿acaso no sucede con frecuencia que la manipulación ideológica de las religiones, en ocasiones con objetivos políticos, se convierte en el auténtico catalizador de las tensiones y divisiones y con frecuencia también de la violencia en la sociedad?”

La parte inicial de este largo párrafo recoge la idea según la cual la religión no ha logrado unir a los hombres, sino que se ha convertido en una causa de divisiones. Lo cual, continúa el Papa, se apoya en el hecho de la existencia de tensiones entre los que siguen diferentes tradiciones religiosas.

Pero existe la posibilidad, señalada en el texto apenas transcrito, de un uso ideológico de las religiones, lo cual llevaría a concluir que el peligro no está “simplemente” en la religión, sino en el uso manipulado que pueda hacerse de la misma. Por eso hace falta que los creyentes sean fieles a sus propios principios, desde los cuales podrán reconocerse como adoradores de Dios, llamados a vivir según las indicaciones del Omnipotente, de modo justo, lo cual abre a la posibilidad de reconocer la dignidad de cada ser humano. Las palabras que siguen exponen ampliamente esta idea:

“Ante esta situación, en la que los opositores de la religión no sólo tratan de acallar su voz sino de sustituirla con la suya, se experimenta de una manera más aguda la necesidad de que los creyentes sean fieles a sus principios y creencias. Musulmanes y cristianos, a causa del peso de nuestra historia común tan frecuentemente marcada por incomprensiones, tienen que comprometerse hoy por ser conocidos y reconocidos como adoradores de Dios fieles a la oración, deseosos de comportarse y vivir según las disposiciones del Omnipotente, misericordiosos y compasivos, coherentes para dar testimonio de todo lo que es justo y bueno, recordando siempre el origen común y la dignidad de cada persona humana, que constituye la cumbre del designio creador de Dios para el mundo y la historia”.

Para que la religión revele su esencia genuina hace falta un serio trabajo educativo. En ese sentido, Benedicto XVI elogió lo que se hacía en Jordania con estas palabras:

“La decisión de los educadores jordanos, así como de los líderes religiosos y civiles, de hacer que el rostro público de la religión refleje su auténtica naturaleza es digna de aplauso. El ejemplo de individuos y comunidades, junto con la disposición de cursos y programas, manifiestan la contribución constructiva de la religión en los sectores educativo, cultural, social, y en otros sectores caritativos de vuestra sociedad civil”.

Un poco más adelante, el Papa quiso mencionar algunas iniciativas llevadas a cabo en Jordania a favor del diálogo religioso y de la solidaridad. Evocó el “trabajo de los Institutos Reales para los Estudios Interreligiosos y el Pensamiento Islámico, el Mensaje de Ammán, de 2004, el Mensaje Interreligioso de Ammán, de 2005, y la reciente carta ‘Una palabra común’, que se hacía eco de un tema semejante al que yo afronté en mi encíclica: el vínculo inquebrantable entre el amor de Dios y el amor al prójimo, así como la contradicción fundamental de recurrir, en el nombre de Dios, a la violencia o a la exclusión (cf. Deus caritas est, n. 16)”.

En este momento de su discurso, Benedicto XVI reconoció cómo “estas iniciativas llevan claramente a un mayor conocimiento recíproco y promueven un respeto cada vez mayor tanto por lo que tenemos en común como por lo que comprendemos de manera diferente”, y entonces “deberían llevar a cristianos y musulmanes a sondear aún más profundamente la relación esencial entre Dios y su mundo, de manera que juntos podamos movilizarnos para que la sociedad esté en armonía con el orden divino. En este sentido, la colaboración que tiene lugar aquí, en Jordania, constituye un ejemplo alentador y convincente para la región, es más, para el mundo, de la contribución positiva y creativa que la religión puede y debe dar a la sociedad civil”.

Jordania es presentada, de esta manera, como ejemplo del papel positivo que la religión tiene y puede tener en la vida social, contra las tesis de quienes ven en la misma un obstáculo a la convivencia y a la construcción de un mundo mejor.

Existe, además, un ámbito profundamente humano en el que la religión contribuye al bien humano, y el Papa quiso ponerlo en evidencia. En el discurso que estamos comentando, explicó cómo la razón humana se enriquece al permanecer abierta y acoger la verdad que viene de Dios. Esta apertura no debilita a la razón, sino que la libera de la presunción de querer ir más allá de los propios límites, y así “la razón humana se refuerza en el empeño de perseguir su noble objetivo de servir a la humanidad, manifestando nuestras aspiraciones comunes más íntimas, ampliando el debate público, en vez de manipularlo o restringirlo. Por tanto, la adhesión genuina a la religión, en vez de restringir nuestras mentes, amplía los horizontes de la comprensión humana. Esto protege a la sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; de esta manera, asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello”.

En otras palabras, como explicitó en seguida Benedicto XVI, juntos, “cristianos y musulmanes, están llamados a buscar todo lo que es justo y recto. Estamos comprometidos a sobrepasar nuestros intereses particulares y a alentar a los demás, en particular los administradores y líderes sociales, a hacer lo mismo para experimentar la satisfacción profunda de servir al bien común, incluso en detrimento de uno mismo. Se nos recuerda que precisamente porque nuestra dignidad humana constituye el origen de los derechos humanos universales, éstos son válidos para todo hombre y mujer, sin distinción de grupos religiosos, sociales o étnicos”.

Podríamos espigar otros textos de los numerosos discursos pronunciados por Benedicto XVI en los días de su peregrinación a los Santos Lugares sobre este tema, en la misma línea del discurso en el recinto externo de la Mezquita Al-Hussein bin Talal, orientados a afrontar y superar el mito que ha llevado a ver las religiones como “peligrosas” y ha buscado relegarlas al ámbito de lo privado, lejos de la vida social.

Por ejemplo, en su saludo de llegada al estado de Israel, el Papa recordó al presidente Shimon Peres que “la Santa Sede y el Estado de Israel comparten muchos valores, el primero entre ellos el compromiso de reservar a la religión su legítimo lugar en la vida de la sociedad” (11 de mayo de 2009).

Ese mismo día, en un nuevo discurso ante el presidente, Benedicto XVI evidenció cómo la unicidad de Dios funda la unidad entre las personas; por lo mismo, añadía el Papa, “los líderes religiosos deben ser conscientes de que cualquier división o tensión, toda tendencia a la introversión o a la sospecha entre los creyentes o entre nuestras comunidades puede fácilmente conducir a una contradicción que oscurece la unicidad del Omnipotente, traiciona nuestra unidad y contradice al Único que se revela a sí mismo como ‘rico en amor y fidelidad’ (Éxodo 34,6; Salmo 138,2; Salmo 85,11)”. La lista de textos sobre este tema, tomados de varios discursos papales durante su estancia en Israel, podría hacerse más larga.

En resumen, las religiones, en su sentido más auténtico, son promotoras de la dignidad de las personas, de los derechos humanos fundamentales y de la paz. Es decir, están llamadas a participar activamente en la tarea de construir un mundo mejor, más solidario, más justo, más abierto a todos los que compartimos la misma dignidad desde nuestra relación con un Dios que es Creador y que es, según la fe cristiana, Padre.

Las religiones no pueden quedar relegadas al ámbito de lo privado, porque al orientar a los hombres hacia Dios, al descubrir la apertura de la razón hacia la verdad y hacia los mensajes que nos lleguen del Omnipotente, al reconocer la común hermandad y dignidad de todos los seres humanos bajo la mirada de un mismo Creador y Padre, establecen caminos sólidos para superar los conflictos y para promover la justicia y la paz.

Este ha sido uno de los temas centrales del viaje papal a Tierra Santa, en continuidad con lo expresado en otros discursos, entre ellos el que ofreció en Ratisbona el 12 de septiembre de 2006. Un tema que merece ser escuchado y acogido, en vistas a construir ese mundo mejor que todos deseamos.