Las decisiones de cada día

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

No es fácil tomar decisiones. Si opto por ir hoy al cine ya no puedo jugar con los amigos ni salir de paseo con los hijos. Si elijo mal, me enfadaré conmigo mismo, quizá incluso lloraré por haber dejado de lado algo bueno para satisfacer un capricho pasajero. Si escojo bien, no lloraré lo que he dejado: vale mucho más la felicidad de haber hecho el bien a los míos, a los que quiero.

La vida es una decisión continua. Algunos pierden. Escogen el mal. Arruinan su salud. Dañan a un familiar, a un amigo. Alguno gana más dinero a costa de perder su dignidad, su honradez. Otros disfrutan de un poco de droga o de una aventura sexual, y terminan con esa pena profunda de quien ama con egoísmo.

Otros triunfan. El triunfo mayor lo lleva aquel que ama, aquel que no piensa en lo suyo, que vive para los demás.

Una madre vela junto al hijo enfermo. Un esposo atiende a la esposa inválida, año tras año, sin quejarse. Un hijo renuncia indefinidamente al sueño de casarse para cuidar al padre enfermo. No son noticias que aparecen en la prensa o la televisión. Son simplemente estrellas que brillan en un planeta hambriento de esperanza.

Pero no todo en la vida es decisión. Hay cosas que nos llegan sin quererlo, sin haberlo previsto, por sorpresa. Un accidente de carretera, un terremoto o un simple virus en la garganta o en la computadora, nos recuerdan que muchas cosas no dependen de nosotros, que hay momentos en los que otros trazan el camino de nuestra aventura humana.

Sobre todo “el Otro”, el Dios que lleva los destinos de la historia, sabe lo que más nos conviene, aunque no lo comprendamos, cuando mueren nuestros padres, cuando perdemos el trabajo por ser honestos, o cuando un hijo queda atrapado en las garras de la droga...

El reloj retuerce sus manecillas, y el calendario adelgaza cada día. El viento sopla, y mi corazón decide, hoy, dejarle a Dios un hueco. Su Amor no tiene límites. Dios ha decidido darse al hombre que lo acepte. Está a las puertas y llama.

Abrir, dejarle entrar, comer con Él la Pascua, es una decisión que depende de mi libertad, de mi esperanza. Cuando entra en casa un rayo de alegría llena de paz el alma. El corazón decide entonces darse como Dios a los demás, ahora y siempre. Entonces puedo dejar en otros parte de esa chispa de fuego que ha sido encendida en la hoguera del Dios vivo...