Discriminación, racismo e intolerancia

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

La palabra “discriminación” tiene muchos significados. Uno es claramente negativo: tratar de modo injusto a una persona porque se rechaza alguna de sus características, como el color de la piel, el sexo o la edad. Pero también puede tener otros significados “neutros”: tratar a las personas de un modo correcto, justo, respetuoso, pero con matices diferentes y legítimos según de qué persona aparezca en el horizonte de la propia vida. 

Por ejemplo: voy por la calle y me cruzo con cientos de hombres y mujeres, niños y grandes, pobres y ricos, obreros, oficinistas o empresarios. Con mi mirada descubro enormes diferencias entre unos y otros, pero respeto a todos. 

De repente, mis ojos juzgan, “discriminan” a una persona que destaca sobre “los otros”. La saludo, la abrazo, hablo con ella: he descubierto en esta persona a un familiar o a un amigo. Es alguien “distinto” de todos los demás. 

Sería extraño saludar a todos como amigos de infancia. Sería injusto, asimismo, meterme en la cárcel porque sólo he saludado a una persona y he “discriminado” a otros cientos de caminantes a los que no saludo si no tengo ningún motivo particular para hacerlo. 

Por eso es claro que la discriminación “mala” es aquella que no se limita a reconocer una diferencia (todos, gracias a Dios, somos diferentes en algo), sino que considera, de modo equivocado, que algunas diferencias son suficientes para permitir un trato negativo, o incluso ofensivo (“discriminatorio” en el sentido negativo de la palabra) hacia la persona que tiene esa diferencia. 

Así ocurre con la “discriminación racial”. En medio de un grupo de personas de raza blanca o mestiza, uno de raza negra destaca como “diferente”. Pero su diferencia es sólo superficial, “a flor de piel”. Tratar a un blanco que vive en un barrio de chinos con desprecio sólo porque es de una raza distinta de la mayoría es algo inmoral y, sobre todo, injusto: nadie puede ser despreciado porque ha nacido con un color distinto de quienes viven a su lado. 

Si en una discusión sobre temas importantes (el futuro de la humanidad, la política económica, los derechos de las minorías, las medidas para conservar el agua potable en la zona donde uno vive) hay diferencias de opinión, es lógico que sentiremos simpatía hacia quienes piensan como nosotros y que quizá veamos con algo de distancia a quienes piensan de un modo distinto. Pero ello nunca puede justificar un desprecio que vaya contra la dignidad de quien opina de otra manera. Trabajar por eliminar la mala discriminación en el mundo también exige poner un freno firme y decidido a quienes arrojan piedras o calumnias (que a veces son peores que las piedras) contra los que tienen opiniones diferentes... 

Además de las discriminaciones raciales, o basadas en las diferencias de clase o de ideas políticas, se dan discriminaciones por motivos religiosos. Es frecuente que en algunos estados una mayoría religiosa persiga o aísle a los que no aceptan la religión de quienes gobiernan. Hay países en los que se encarcela y maltrata sistemáticamente a los que pertenecen a grupos cristianos o inspirados en una espiritualidad diferente de la que se impone desde los altos mandos de un partido único. 

Otra discriminación negativa es la que margina a ciertos enfermos como indeseables o intocables. Durante siglos en muchos lugares de la tierra han sufrido esta situación los leprosos y los que padecían graves enfermedades contagiosas (o supuestamente contagiosas). Hoy se da una sutil y dolorosa discriminación hacia los que están afectados por el terrible virus que causa el SIDA, los cuales se sienten despreciados en algunas familias o lugares de trabajo.

También se discrimina y margina en no pocas ocasiones a los que viven de un modo distinto de la mayoría (o de una “minoría mayoritaria” en un territorio pequeño). En cierto sentido, esta marginación tiene algo de comprensible. Si uno tiene la manía de recoger lo que no es suyo, no suele ser bien visto por los demás, y los motivos son justificados... Si uno tiene tendencias masoquistas en su psicología será relegado e, incluso, encarcelado, cuando sus tendencias le lleven a dañar a otros. 

Una de las discriminaciones más graves, muchas veces olvidada en las discusiones internacionales contra la discriminación, es la que lleva a impedir el nacimiento de algunas categorías de niños. Hay quienes se aprovechan del hecho de que un embrión o feto no puede defenderse por sí mismo para “discriminarlo” hasta el punto de quitarle la vida. Además, en algunos lugares y ambientes “médicos” se da una auténtica “cacería” para eliminar a todos los niños no nacidos que puedan tener defectos o cualidades no deseadas por sus padres o por la sociedad. Se comete, de este modo, un auténtico crimen de masa que es aceptado con gran silencio por algunas de las ONGs y grupos pro derechos humanos que dicen defender a los que sufren algún tipo de discriminación... 

Hay mucho que hacer para eliminar tantas discriminaciones que implican injusticia, opresión, o incluso muerte. Hay mucho que hacer por promover la cultura del amor y la solidaridad. 

Todos estamos llamados a defender la dignidad del hombre, desde que es una célula nueva, irrepetible, en el seno de su madre, hasta que llega la hora dramática de partir hacia otros cielos. De este modo, el mundo será un poco distinto, con menos racismo, con menos discriminaciones arbitrarias, con más tolerancia y, sobre todo, con una actitud profunda de acogida, de respeto y de amor hacia el diverso.