El hambre insaciable de saber

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

La filosofía nace, según Platón y Aristóteles, de la maravilla, de la sorpresa, del interés ante estrellas y mareas, accidentes y tesoros encontrados, vuelos de gaviotas y cantos de jilgueros.

En el corazón de cada ser humano se esconde un profundo deseo de saber. Queremos conocer lo que ha ocurrido antes de nosotros, en una historia que no siempre desvela sus secretos. Queremos conocer lo que pasa en nuestro tiempo inquieto, con sus crisis y sus cosechas, con sus gripes y sus descubrimientos, con sus computadoras y sus chabolas. Queremos conocer lo que será el futuro, ese mañana que a veces nos consuela con sus promesas (algunas falsas) o nos entristece con sus perspectivas funestas (algunas, gracias a Dios, también falsas).

¿Por qué ese deseo de saber? ¿Cómo orientarlo? ¿Hacia dónde nos lleva? En el fondo, quisiéramos descubrir los parámetros justos para pensar bien y para actuar mejor, para no ser engañados al comprar fruta de apariencia sana y para mejorar el rendimiento de nuestro tiempo ese deseado y frágil “tiempo libre” del sábado por la tarde.

El hambre de saber nos acompaña desde la mañana, cuando escuchamos la radio, leemos la prensa o abrimos internet, hasta la noche, cuando queremos una síntesis de las noticias del día o cuando leemos un libro sobre los últimos descubrimientos astronómicos.

Entre tantos interrogantes, con el apetito casi insaciable, queremos saber, especialmente, si el universo tiene un significado o avanza simplemente como algo caótico y absurdo; si vale la pena ser buenos o si no exista ninguna justicia tras la muerte; si la vida de un pobre merece ser vivida o los enfermos se hunden entre dolores sin sentido.

Miles de preguntas llegan a nuestra mente y a nuestro corazón. Algunas nos sirven para lo inmediato, para salir de casa y no coger un resfriado. Otras nos lanzan hacia horizontes que quizá van más allá de lo terreno, hacia el mundo de lo eterno, hacia la posibilidad de un Dios que se interese por lo humano, que dé su premio a los honestos y permita que el amor dure, para siempre, en el cielo...