Los constructores de la verdadera historia

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Gobernantes, militares, científicos, pensadores, empresarios, toman decisiones que inciden profundamente en la vida de los pueblos.

Un rey que decide conquistar el país vecino desencadena una guerra que provoca miles, quizá millones, de muertos.

Un militar que planea la batalla y que se equivoca en sus cálculos se convierte en la causa de el desastre que da un vuelco a la historia de su patria.

Un científico que descubre una vacuna evita que millones de personas contraigan enfermedades dañinas y puedan así vivir años y años en familia.

Un pensador que lanza nuevas teorías influye en la mente de muchos ciudadanos y condiciona la vida de pueblos enteros.

Un empresario que piensa sólo en sus intereses inmediatos se convierte, a veces sin quererlo, en el detonante de una crisis que hunde en la pobreza a muchos trabajadores.

Cuanto más grande es el puesto que uno ocupa mayor parece ser el influjo que tenga en la historia humana.

Pero las existencias sencillas, humildes, casi desconocidas, también entran a formar parte en la trama compleja de la historia. Son protagonistas a pleno título, sin aplausos y sin reflectores.

Son los campesinos que cuidan el crecimiento de los cereales con los que luego comen los ricos y los pobres.

Son los padres y madres de familia que visten y limpian a sus hijos, que les enseñan a hablar, a comportarse correctamente, a vivir como hombres y mujeres de bien.

Son los maestros de escuela que juegan y enseñan a los niños para que alcancen nuevos conocimientos y se abran a la vida del mañana.

Son los catequistas, los agentes de pastoral, los sacerdotes, que llevan a los corazones hacia el conocimiento de Dios y hacia la vida según sus mandamientos.

Son los trabajadores de los mil oficios humanos que ensamblan lavadoras y juguetes en las fábricas, que conducen camiones o trenes, que atienden al cliente en las oficinas o el mercado, que sonríen o que lloran ante los reveses de la vida.

La historia tiene muchos constructores. Unos, con una enorme responsabilidad, porque sus decisiones dejan estelas de dolor o logros que benefician a muchos. Otros, con esa responsabilidad pequeña y ordinaria que edifica (o que daña, aunque sea en lo pequeño) el presente y prepara el futuro.

Todos, grandes o pequeños, ponemos un ladrillo en la marcha del tiempo. Algunas obras, ciudades y monumentos, durarán más siglos. Otras ya han sido completamente destruidas por la inclemencia de los elementos o por las decisiones de los hombres.

Pero hay gestos que no pasan ni terminan: los que hacemos desde el amor sincero, constante, humilde, a Dios y a los hermanos.

Es entonces cuando nos convertimos en constructores de la verdadera historia: la que empieza aquí y salta al mundo de lo eterno, en donde muchos “grandes” mostrarán su egoísmo y sus miserias, y muchos pequeños brillarán con sus corazones sencillos, generosos, buenos.