Fecundación artificial en Italia
(14-6-2005)

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

¿Cuándo inicia una vida humana? ¿Qué respeto merece un embrión? ¿Hasta dónde es lícito experimentar sobre seres humanos? ¿Cómo legislar sobre estos temas?

Preguntas como éstas han sido el centro de un vivo debate en Italia, de modo especial después de que fuese aprobada, en febrero del año 2004, una ley sobre la reproducción artificial. El debate llegó a su culmen en el referéndum de los días 12 y 13 de junio de este año 2005, que dio, como resultado, la “victoria” de la abstención (votaron menos del 26 % de los electores). Esta victoria implica un gran descalabro de quienes (apoyados por algunos de los principales líderes políticos y por buena parte de la prensa) querían empeorar esa ley, pues el referéndum pretendía eliminar aquellas partes de la misma que ofrecen indicaciones para proteger a la mujer y a los hijos, y que establecen importantes límites éticos a la investigación sobre embriones humanos.

¿Cuáles son los factores que han provocado un debate tan largo, apasionado y lleno de tensiones? Fundamentalmente se pueden reducir a cuatro.

El primer factor: existe en Italia (como en muchos países desarrollados) una fuerte industria reproductiva. Lo cual es “lógico”, puesto que la esterilidad toca a miles de personas, y los laboratorios prometen a los esposos con problemas lo que más desean: abrazar a un hijo. Sabemos que también esto sería posible si fuese más fácil la adopción de niños, pero algunos países (Italia entre ellos) tienen leyes sobre la adopción sumamente complicadas.

Por eso muchas parejas van a las clínicas de fertilidad, para iniciar no pocas veces un calvario de análisis y tratamientos, con enormes costos psicológicos y con gastos no pequeños, que han enriquecido enormemente a los laboratorios, y que permiten el nacimiento de hijos a menos del 50 % de las parejas que recurren a la fecundación artificial.

La “industria reproductiva” había funcionado en Italia, hasta el año 2004, con una enorme libertad. Ello permitió que se congelasen miles de embriones “sobrantes”, que se produjeran embarazos plurigemelares, que fuesen permitidos análisis a veces peligrosos para seleccionar a los embriones sanos y desechar como “productos defectuosos” a los embriones menos sanos o no queridos. Para evitar estos abusos hacía falta una ley y, cuando fue aprobada, algunos laboratorios protestaron porque perdían una libertad que les había permitido no pocos abusos y experimentos de todo tipo.

El segundo factor es una realidad presente en muchos lugares de Italia pero que no ha sido analizada en toda su fuerza: resulta casi normal el que sean abortados los embriones con defectos genéticos o fisiológicos. Miles de niños con el síndrome de Down, con espina bífida, con problemas de hidrocefalia, con enfermedades genéticas de diverso tipo, son eliminados cada año.

Así se hace patente cómo para muchos sólo valen aquellas vidas que alcanzan cierto nivel de “calidad”. Las demás vidas son eliminadas casi de modo rutinario, en medio de un silencio cómplice de la ciencia y de los líderes del pensamiento.

Algunos centros de la fertilidad también usan métodos para seleccionar a los embriones: viven los “mejores” y son eliminados los “peores”. Pero la ley italiana aprobada en el año 2004 quiso poner un freno a este fenómeno, lo cual provocó un fuerte rechazo en aquellos grupos de científicos y de políticos que ven como positivo el que nazcan solamente niños sanos a base de eliminar a los embriones enfermos.

El tercer factor es el deseo de experimentación que domina en algunos laboratorios. A veces se tiene la impresión de que hay una carrera por destruir embriones humanos para obtener las famosas células estaminales embrionarias. Algunos laboratorios ya han comenzado sus experimentos (en España y en Gran Bretaña, por ejemplo), si bien no faltan voces que denuncian la injusticia de destruir embriones para lograr “progresos” en el mundo de la medicina y de la ciencia.

La ley italiana del año 2004 prohíbe cualquier experimento que implique la destrucción de embriones. Por eso algunos se opusieron a esta ley, con el uso de eslogans tan hermosos como “no pongamos límites a la investigación, demos esperanza a millones de enfermos”, sin decir que esas “esperanzas” se consiguen a través de experimentos que destruirían miles de embriones humanos...

El último factor que ha entrado en juego es la crisis de la noción de familia. En algunos lugares resulta rutinario que se ayude a algunos esposos a tener el deseado hijo a través del uso de óvulos o de espermatozoides “prestados” por un donador anónimo. Este tipo de técnicas reciben del nombre de “heterólogas”.

Esto, sin embargo, crea una extraña situación en la familia. En primer lugar, porque el hijo nace biológicamente de un padre (conocido) y de otro desconocido, lo cual puede llevar a quien no es padre (o madre) biológico a sentirse extraño o en situación de inferioridad respecto del hijo. En segundo lugar, porque ese hijo no conocerá su verdadera historia genética, pues en muchos lugares está prohibido que sepa quién fue el donador de gametos que permitieron su “producción” en el laboratorio. En tercer lugar, porque los donadores son usados como simples almacenes de material reproductivo, por lo que se convierten en padres o en madres de nuevos seres humanos que quizá no conocerán nunca...

Por eso la ley italiana del año 2004 se propuso prohibir las técnicas heterólogas, lo cual llevó a algunos laboratorios a ponerse en pie de guerra contra la ley, apoyados por grupos que consideran que la noción tradicional de familia debería ser puesta entre paréntesis.

Detrás de la polémica se esconden las preguntas con las que iniciamos estas líneas. No podemos sentirnos indiferentes ante un embrión humano. Su vida, su identidad genética, su orientación hacia el nacimiento, merecen respeto y protección. Lo cual no siempre se consigue en muchas de las técnicas de reproducción artificial, sobre todo en aquellas que crean embriones “de sobra”, que congelan a algunos, que establecen controles de “calidad” y eliminan a embriones no deseados, que usan embriones como si fuesen objeto de experimentación.

Una sociedad justa y solidaria no puede permanecer indiferente ante esos abusos. Todos somos iguales ante la ley. Permitir que unos embriones sean menos importantes que otros es volver a una mentalidad injusta, basada en la ley del más fuerte y en el desprecio del débil y del inferior. Por eso hemos de respetar al embrión, como un paso necesario para mantener y mejorar el esfuerzo colectivo por construir un mundo mejor, hecho a la medida del hombre, de cada hombre, también si es tan pequeño como un embrión...