Oasis para el hombre y para Dios

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

No aparecen en la prensa, ni se ven por la calle, ni mueven multitudes, ni organizan conferencias famosas. No tienen armas, ni riquezas, ni poder. Son simplemente hombres y mujeres que han descubierto un tesoro, el mayor bien de la vida: Dios.

Los contemplativos son una pequeña, preciosa multitud en la Iglesia. Los datos publicados en 2008 por la Congregación para los institutos de vida consagrada hablan de más de 12800 monjes y de alrededor de 48500 religiosas que viven su entrega a Dios y a sus hermanos en los monasterios.

Para los ojos del mundo, los contemplativos son personas alejadas de la economía real, ajenas al frenesí de la técnica, libres de las preocupaciones de la “gente común”. No faltan quienes ignoran o desprecia lo que hacen, lo que viven, lo que rezan los monjes y las monjas de clausura. Pero más allá de los juicios humanos, de un modo muchas veces oculto y sencillo, los monasterios son uno de los lugares más fecundos, más ricos, más poderosos del planeta.

Sí, poderosos, porque tienen a Dios, porque han encontrado una perla preciosa, porque la ofrecen a sus hermanos desde el amor hecho oración y servicio.

Sí, poderosos, porque son capaces de detener batallas, de mover corazones, de atraer conversiones, de despertar conciencias, de suscitar amor, fe y esperanza entre los hombres.

Sí, poderosos, porque buscan con todas sus energías y su corazón al Esposo, al Amor que explica el origen del mundo, la creación del hombre, la maravilla de la vida en Cristo.

Valen para todos los monasterios del mundo estas palabras del Papa Benedicto XVI: “Que los monasterios puedan cada vez más ser un oasis de vida ascética, donde se percibe la fascinación de la unión esponsal con Cristo y donde la elección del Absoluto de Dios está envuelta en un constante clima de silencio y de contemplación” (20 de noviembre de 2008).

Quienes han podido llamar a la puerta de un monasterio, quienes han podido hablar con las almas que viven allí su vocación cristiana, saben que se toca, se percibe, se siente algo especial. Algo que el mundo no tiene, ni conoce, ni ofrece, pero que necesita ansiosamente. Algo que viene desde las fuentes del Evangelio, porque cada contemplativo existe y vive desde Cristo y para Cristo. Y en Cristo y por Cristo irradia un fuego y una dicha en los corazones de tantos millones de hombres y mujeres hambrientos de alegrías y de amor sincero.