Los sofistas y el diálogo: una discusión

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: alfa y Omega (con permiso del autor)

 

 

Hay ya varios años publiqué la siguiente recensión. En la misma quise discutir como incorrecta la tesis que relaciona relativismo y diálogo, para proponer que el diálogo se construye desde el amor a la verdad, en el respeto recíproco de las personas que participan en el mismo.

R. LÓPEZ PÉREZ, Maestros Innovadores. Educación, Política y Persuasión en los Sofistas, Colección de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Bravo y Allende Editores, Santiago de Chile 1997, pp. 105, en Alpha Omega 2 (1999), 180-183.

El autor, que se ha dedicado tanto al estudio de la filosofía como al periodismo, recoge dos trabajos ya publicados en la Universidad Educares de Chile, trabajos que continúan la serie de estudios que Ricardo López ha venido realizando tanto sobre temas educativos como sobre el tema de la persuasión.

La obra recoge inicialmente una presentación de las distintas “generaciones” de sofistas; pasa a estudiar su papel en el mundo griego como educadores profesionales; presenta luego la relación entre educación y política; analiza la propuesta epistemológica propia del pensamiento sofístico; profundiza (el punto central de la obra, quizá el más audaz y, por ello, más discutible) la relación entre el diálogo basado en el relativismo y el “diálogo” imposibilitado por quien pretenda poseer la verdad; y termina con una nueva reflexión sobre la relación entre los sofistas y la democracia, y su papel como “minoría activa” en el mundo antiguo. Dos apéndices nos ponen en contacto con temáticas de actualidad: una presentación de la relación entre Protágoras, Von Foerster y Watzlawick (dentro de lo que es llamado el constructivismo radical), y una breve axiomatización de las proposiciones sobre la persuasión, en el marco de lo que es la tesis de esta obra.

El trabajo, en general, es correcto científicamente, si bien se echa de menos, a la hora de citar los textos de los sofistas, la clásica referencia a la numeración según la colección de Diels-Kranz. La bibliografía sería más completa si se recurriese a algunas obras clásicas sobre el tema, como la de M. Untersteiner (I sofisti) o como el tomo III de la Historia de la filosofía griega de W.K.C. Guthrie (accesible para el mundo de habla hispana desde 1988). Nos detenemos ahora a analizar algunos de los contenidos y la tesis de fondo, que no resulta nueva, si se considera una serie de artículos y de trabajos que, a raíz del Año internacional para la tolerancia promovido por las Naciones Unidas, y, en el ámbito teológico (aunque no sólo ahí), tras la publicación de la encíclica Veritatis Splendor, se han venido publicando sobre el tema de los “riesgos” que nacen de las posiciones filosóficas de quienes pretenden poseer la verdad, y de las ventajas de un pensamiento más acorde con un mundo relativista, el único, según el autor (y otros con él) capaz de permitir la existencia de un diálogo en el sentido pleno del término.

Al intentar definir lo que es un sofista, Ricardo López hace ver el cúmulo de críticas y de desprecio que se ha realizado a lo largo de la historia a raíz de las presentaciones de Platón y de Aristóteles. Por ello la obra pretende “romper el estereotipo que ha reinado sobre los sofistas, y mostrar aspectos que permiten una imagen con más justicia, orientada a descubrir el carácter de maestros innovadores de la primera generación de sofistas” (p. 13). La presentación de los distintos sofistas es realizada en forma casi ensayística, sin aparato crítico actualizado sobre los datos fundamentales de las vidas de lo mismos, lo cual se comprende dentro del objetivo general del ensayo, y es colocada dentro del contexto histórico (“entre dos guerras”) que permite comprender mejor su novedad. Es interesante la observación acerca de lo novedoso que fue el uso del libro en la enseñanza (pp. 22-24), si bien no se citan importantes trabajos sobre el tema, como los de E.A. Havelock (The literate revolution in Greece and its cultural consequences, de 1982) y de T.A. Szlezák (Platon und die Schriftlichkeit der Philosophie. Interpretationen zu den frühen und mittleren Dialogen, de 1985), que hubieran sido una necesaria fuente de reflexiones sobre este punto.

La rehabilitación de los sofistas procede de Hegel, como nota el autor (p. 27s), y tiene una serie de estudiosos que van en la misma línea. Tal rehabilitación puede ser debida al hecho de que en la sofística podemos encontrar el origen del triunfo de la retórica (p. 31), que ya tenía precedentes, como justamente se señala, en algunos grandes maestros de Sicilia (como Empédocles y Tisias); e, igualmente, al papel educativo que tuvieron los sofistas en el mundo griego, según una observación que se recoge de Jaeger (p. 35).

La tesis de fondo del trabajo es puesta sobre el tapete al comentar el mito de Heracles en la encrucijada en la que intentan persuadirle la Virtud y el Vicio. “Al margen de la tendencia a exaltar la virtud más que el vicio, permanece como un punto alto del relato la posibilidad que tiene el protagonista de ir por el camino que mejor le parece. Asoma el juego de la persuasión y quedan desalojados el designio y la imposición” (p. 42), precisamente porque existen varias alternativas. La elección es posible en una epistemología, como la propia de Protágoras, en la que sobre cada argumento pueden darse dos (o más) discursos distintos. “Decir que sobre cada tema pueden siempre hacerse varias proposiciones, aún en perfecta antítesis, supone renunciar a cualquier criterio de objetividad, y abrir un espacio ilimitado a la comunicación y a la libertad de pensamiento” (p. 46s). Ricardo López nota la relación entre esta posición abierta y la famosa tesis de Protágoras según la cual el hombre sería la medida de todas las cosas, y critica la posición platónica que ve esta frase en clave individual y solipsística (p. 48, con la cita de Teeteto 152a). Creo, sin embargo, que Platón no sólo denunció el error de una vertiende subjetivista e individualista de tal teoría, sino que también (como no parece tener en cuenta el Autor) descartó su versión social o colectiva (como se ve en el mismo Teeteto 167c, 168b), y no creo que la cuestión sobre cuál de los dos relativismos (individual o social) sea el más apropiado para presentar el pensamiento protagórico, a nivel histórico, esté todavía resuelta, si bien me inclino a afirmar que los dos pueden ser atribuidos al famoso sofista de Abdera.

Por ello, es lógica la contraposición entre el planteamiento platónico (que busca llegar a las esencias inmutables y eternas, donde se encuentra la verdad) y el sofístico, y de allí se desprende la radical oposición entre las respectivas posiciones acerca de la educación y comunicación humanas. Está claro (y la experiencia de la condena a muerte de Sócrates es una prueba contundente) que para Platón existe la diferencia entre una buena y una mala retórica, lo cual, según López, “anula precisamente la posibilidad de la persuasión que es su objetivo” pues “cuando se ha definido que algo es deseable y coherentemente se ha declarado el otro extremo como inadmisible, lo que se ha conseguido es eliminar toda posibilidad de optar” (p. 62; cf. p. 95). Parece como si, con afirmaciones como esta, el decir que existe verdad y falsedad implica eliminar las alternativas, cuando precisamente Platón reconoce que tales alternativas existen, y existen en cuanto que sobre ellas pueden hacerse opciones (también lo falso puede ser elegido). En otras palabras, e invirtiendo radicalmente la tesis del autor, la distinción entre verdad y falsedad no sólo no implica la negación de la retórica y del diálogo, sino que es la condición fundamental del mismo (Ricardo López ha escrito su obra porque cree que “verdaderamente” su interpretación de los sofistas es correcta, y algo parecido había sido dicho por Platón a Protágoras en el Teeteto hace más de 2300 años...). Ello no quita que en nombre de la verdad se hayan dado abusos y se hayan vertido ríos de sangre (según la cita de Camus, a la que se alude, sin indicar la referencia exacta, en las pp. 63 y 95). La libertad personal no se funda, por lo tanto, en el relativismo o en la equiparación de todas las posiciones (como parece darse a entender en la p. 64) sino en la gradación de las mismas en cuanto a su mayor o menor grado de aproximación de la verdad, sin que ello quite que cada uno, incluso en el error, deba ser respetado y escuchado con un profundo sentido del valor de su dignidad. Sería bueno releer aquí una bella frase del Filebo de Platón, que muestra cómo el amor a la verdad no coincide con la imposición del propio punto de vista: “En efecto, ahora no luchamos precisamente por esto, por la victoria, para que lo que yo sostengo eso sea lo que gane, o lo que tú, sino que ambos, aliados, debemos luchar por la absoluta verdad” (14b).

Resulta paradójico que el autor destaque la tendencia al monólogo y al discurso largo entre los sofistas (p. 64s), y el carácter dialógico de la propuesta socrática (basada en la discriminación entre verdad y falsedad, que sería anti-educativa, según López), y, sin embargo, diga que “así como el discurso parece poco coherente con el relativismo de los sofistas, también lo es el diálogo respecto a la pretensión de tener una verdad común que no haya nacido del acuerdo” (p. 65). El diálogo, respondemos, busca precisamente llegar al acuerdo respecto de esa verdad común (el famoso homologeîn del Teeteto y del Fedro, que he analizado en varios trabajos), mientras que sí es coherente el monólogo en una posición relativista, por el hecho de que no se busca el llegar juntos a algo, sino el “imponer” la propia perspectiva para llegar a una respuesta operativa según los intereses del interlocutor más fuerte. Por ello López muestra una gran lucidez al reconocer que “el diálogo sólo ocurre si existe algún interés compartido en torno al cual ronda la duda, la confusión o alguna iniciativa de perfección, teniendo a la base una disposición hacia el otro, en el sentido de querer escuchar y querer ser escuchado” (p. 65), pero no llega a descubrir que tal interés se funda en el deseo de llegar a la verdad...

La presentación de la política y de la democracia griega es interesante, pero adolece del defecto de la tesis de fondo. Ricardo López quiere mostrar que según la epistemología sofista “se busca colectivamente la mejor solución para los problemas de la ciudad, aunque nunca la verdadera” (p. 75, cf. p. 77), cuando no veo cómo sea posible separar la noción de “mejor” de la noción de “verdad” (y, en ese sentido, sería bueno releer Teeteto 177c-179b), y sólo bajo la luz de ésta es posible alcanzar lo que es útil y provechoso no sólo según la apariencia, sino en la acción concreta (cf. el Gorgias de Platón).

Interesante resulta la relación entre el actual constructivismo y el pragmatismo con las teorías de Protágoras, hecho que da a entender cómo las tesis relativistas gozan de una gran vigencia en el mundo moderno (p. 50), si bien se quiere ver sólo el constructivismo en su vertiente social (p. 59), según la visión, a mi modo de ver incompleta, de la doctrina del “homo-mensura”. Insuficiente, en cambio, si bien con ribetes de novedad, aparece la presentación de Trasímaco y su teoría sobre la justicia, que precisamente por buscar la adaptación al mundo “real”, exalta la ley del más fuerte, aunque López diga que esto no resulta claro (p. 56). No creo que sea justo, para terminar, el acusar unilateralmente a los enemigos de los sofistas de caer en el error de “psicologizar” y “denegar” a los propios adversarios (p. 82s), cuando el mismo López está realizando una interpretación “psicologizada” de las tesis que no son concordes con las suyas. Conviene no caer en etiquetismos fáciles, cuando se trata, y creo que es el valor profundo de este trabajo del profesor chileno, de defender la tolerancia y el respeto mutuo de las distintas posiciones intelectuales, en una búsqueda sincera, correcta científicamente, de la verdad. Por lo mismo, espero que la proposición 4 del apéndice 2 (“Sobre la condición básica de la persuasión: Nadie debe pretender estar en posesión de una verdad única”, p. 99) pueda ser discutida y discutible, pues confío que Ricardo López, si es coherente con lo que la misma proposición afirma, no crea que tal proposición sea indiscutible. Sólo así será posible continuar un diálogo intelectual y un acercamiento, sereno y esperanzado, hacia la verdad que une de modo fraternal, sin distinciones de culturas o razas, a los seres humanos de todas las épocas.