La revolución sexual

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Desde hace décadas se han producido fuertes cambios en el modo de presentar y de vivir la sexualidad. Esos cambios permiten hablar de una profunda “revolución sexual”. Intentemos presentarlos de modo ágil, para luego ofrecer una reflexión conclusiva.

 

Hay que iniciar con una constatación: la actividad sexual ha sido vista de maneras distintas a lo largo de la historia y según las culturas que conviven en nuestro planeta. El modo de vivir las relaciones sexuales entre los griegos de los siglos V y IV a.C. era diferente al que se usaba entre los romanos de la misma época. Las éticas sexuales griega y romana son distintas de las éticas sexuales del judaísmo, del cristianismo y del mundo islámico. Existen códigos sexuales diferentes entre pueblos los indígenas de África, Asia y Oceanía.

 

En el mundo de tradición cristiana (Europa, América y otras zonas que han recibido una profunda evangelización) se ha buscado fomentar un respeto profundo hacia todo lo que se refiere a la sexualidad. Se ha enseñado el pudor y la necesidad de conservar la virginidad hasta el matrimonio, el valor de la fidelidad conyugal, el respeto a la apertura a la vida que es propia de las relaciones sexuales, la responsabilidad de los esposos en todo lo que se refiere al mantenimiento y a la educación de los hijos.

 

Estos valores, desde luego, no eran igualmente observados por todos, pues siempre ha habido adulterios y abusos en lo que se refiere a las conductas sexuales, también entre quienes se consideraban cristianos. Pero, en general, había cierta claridad sobre lo que era bueno y lo que era malo en este campo, aunque no todos viviesen según el ideal cristiano.

 

Preparación ideológica

 

La “revolución sexual” empieza a fraguarse en los siglos XVII, XVIII y XIX, cuando algunos intelectuales promueven en Europa un modelo cultural lejano y, en algunos puntos, opuesto a la fe cristiana. Una característica fundamental de este modelo, que podemos conglobar bajo la palabra “Iluminismo”, consiste en separar cada vez más la moral (privada y pública) de la religión. Ello ha promovido visiones éticas “laicas”, como, por ejemplo, la defendida por el utilitarismo.

 

Según el utilitarismo, tal y como lo propusieron autores como Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873), el criterio ético fundamental consiste en promover el máximo placer para el mayor número de personas, y en evitar el dolor como si fuese idéntico a lo “malo” desde el punto de vista ético. Es interesante recordar que John Stuart Mill acogió (modificándolas) ideas de Thomas Malthus (1766-1834) en favor del control de la natalidad, lo cual muestra la relación que existe entre utilitarismo, hedonismo y mentalidad anticonceptiva.

 

Estas teorías influyeron fuertemente en el modo de vivir la sexualidad, que para muchos sería más placentera si se consigue eliminar el “peligro” de la concepción de hijos que interpelan y exigen responsabilidades a quienes, con sus actos sexuales, han permitido el originarse de esos hijos. Este “peligro”, según algunos, ha quedado muy reducido, a veces casi eliminado del todo, con la difusión de potentes medios anticonceptivos desde la segunda mitad del siglo XX.

 

Críticas a la institución matrimonial

 

Otro cambio cultural surge a partir de un modo nuevo de ver el matrimonio, especialmente después de la Revolución francesa. En distintos países ya no se consideró el matrimonio como un sacramento o como una institución natural, sino como el resultado de un contrato sometido a la regulación del Estado.

 

Conforme el matrimonio (también el matrimonio religioso) quedaba cada vez más subordinado al poder de las autoridades públicas, éstas (y no la Iglesia) podían establecer criterios para su validez (límites de edad, licitud o ilicitud de la poligamia, etc.) y para su cesación; es decir, quedaba abierta la puerta para legislar sobre el divorcio. Todo ello se ha ido aplicando con mayor o menor velocidad tanto en Europa como en América y en otros países durante los siglos XIX y XX.

 

No faltaron, además, intelectuales que lanzaron fuertes críticas contra la institución matrimonial considerada en sí misma. Son famosos los ataques de Karl Marx (1818-1883) y de Frederick Engels (1820-1895) contra la relación “patriarcal” que (según ellos) se daba en el matrimonio. Los padres del marxismo deseaban superar tal situación a través del surgimiento de una sociedad en la que desapareciese la lucha de clases y la “lucha de sexos”.

 

Un texto de Engels evidencia de modo claro esta posición: “el primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino” (Frederick Engels, “El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado”, 1884).

 

Si el matrimonio se origina como resultado de la opresión del hombre sobre la mujer, la “liberación” consistirá en independizar a la mujer de la dominación a la que ha sido sometida durante siglos en la “familia tradicional”, especialmente en lo que se refiere a la maternidad. En sintonía con estos presupuestos, resulta lógico que uno de los primeros países que legalizase el aborto libre y gratuito fuese la Unión Soviética comunista, en 1920.

 

Teorías sobre la sexualidad humana

 

Junto a las teorías contra la familia, el siglo XX vio el desarrollo de un nuevo modo de ver la psicología y el lugar que ocupa la sexualidad en el ser humano. Evocar el nombre de Sigmund Freud (1856-1939) resulta, en este sentido, obligado, si bien para Freud la sexualidad necesitaba de diversos controles y frenos para poder permitir el desarrollo de la civilización humana.

 

Las ideas marxistas y las ideas de Freud fueron radicalizadas y reinterpretadas por diversos autores. Dos casos paradigmáticos son los de Wilhelm Reich (1897-1957) y Herbert Marcuse (1898-1979). Para Reich, que se opone en cierto sentido a la posición original de Freud, hay que superar aquellos aspectos culturales que promueven la represión de la sexualidad, que impiden la plena satisfacción de algo que es natural y que debe ser aceptado por encima de los frenos morales. Es decir, hay que “progresar” hacia la revolución sexual.

 

Marcuse, por su parte, elaboró una especie de síntesis entre ideas de Freud (de quien criticó algunos aspectos de su teoría psicológica) e ideas de Marx, con lo que nació lo que podríamos llamar “freudomarxismo”. Para Marcuse sería necesario suprimir toda represión sexual, lo cual permitiría vivir la sexualidad según nuevos modelos, especialmente con la ayuda de la fantasía.

 

Esto exigiría, siempre según Marcuse, combatir contra las estructuras que promoverían una sexualidad ordenada y empobrecida, especialmente combatir contra la familia (una especie de jaula de los afectos), contra la moral (que condiciona nuestros actos desde las categorías del bien y del mal), y contra la sociedad y sus reglas y sistemas laborales. Según uno de los puntos centrales de estas propuestas, habría que librar la actividad sexual de su relación con la procreación, es decir, permitir un uso del sexo completamente desligado de su sentido reproductivo (que sólo sería algo admitido “de vez en cuando”).

 

Mientras se difundían estas ideas, salieron a la luz dos estudios que han influenciado fuertemente el modo de ver la sexualidad humana. Alfred Kinsey (1894-1956), un investigador bastante discutible en sus métodos y en sus resultados, publicó primero un estudio sobre la vida sexual de los hombres (1948), y luego otro sobre la vida sexual de las mujeres (1952). Según estos estudios, la homosexualidad sería una práctica muy frecuente, así como la actividad sexual anterior al matrimonio o fuera del matrimonio.

 

De este modo, se hizo creer a la sociedad que muchos hacían uso de la sexualidad por encima de las normas convencionales, lo cual casi lo mismo que decir: “no te preocupes, no es algo tan malo, si muchos lo hacen...”. Hoy sabemos que Kinsey no fue correcto en su investigación, y que incluso se permitió “experimentos” altamente inmorales sobre niños.

 

Desarrollo del feminismo

 

Paralelamente se desarrollaron diversas formas de feminismo. Resulta claro que no existe un único feminismo, y que esta palabra encierra muchos significados, algunos correctos, otros discutibles. Queremos ahora sólo fijarnos en aquellas corrientes del feminismo que han promovido (en un modo similar a las ideas de Marcuse) la separación de la vida sexual respecto de la vida familiar y de la paternidad y maternidad.

 

Podemos recordar aquí a dos feministas famosas. La primera es Margaret Sanger (1879-1966), promotora de la liberación de la mujer en todos los campos y, especialmente, en el campo sexual. Fue Sanger la que quiso difundir y promover el uso de los anticonceptivos, y la que fundó una organización, la Birth Control Federation, que desde 1942 recibió el nombre de Planned Parenthood Federation of America (PPFA). De esta organización ha surgido la International Planned Parenthood Federation (IPPF), una de las principales organizaciones que promueven la anticoncepción y el aborto en todo el mundo.

 

La segunda es la francesa Simone de Beauvoir (1908-1986), autora de un libro “clásico”, “El segundo sexo”, publicado en 1949. A partir de los análisis de de Beauvoir sobre la condición de la mujer y sobre la relación de pareja como una relación de libertad, se ha ido desarrollando un modo de ver la condición femenina cada vez más desligada de la maternidad, casi como si el ser madre pudiera ser un obstáculo a la plena realización de la mujer.

 

La anticoncepción

 

La difusión de las ideas que hemos ido presentando hasta ahora llevó a algunos laboratorios a buscar maneras eficaces para evitar una de las “peores consecuencias” de la actividad sexual: los hijos. La idea del embarazo como un problema o una limitación de la libertad femenina había aparecido en diversos autores ya mencionados, como los casos de Sanger, de Beauvoir y el marxismo.

 

Sólo a finales de la década 1950-1960 llegó al mercado la primera píldora estroprogestínica, realizada por Gregory Pincus (1903-1967). Pincus contó con el apoyo, para su investigación, de Margaret Sanger y de Planned Parenthood Federation of America, de la que ya hablamos antes. Este dato muestra cómo la ciencia no trabaja por el puro deseo de conocer, sino desde ideas (en este caso, desde ideologías) y con la ayuda de dinero de quienes buscan alcanzar metas muy concretas. En el caso de la píldora anticonceptiva, el objetivo era claro: facilitar la vida sexual “liberada” completamente del “peligro” de un hijo.

 

El desarrollo de la anticoncepción hormonal significó, para muchos, un triunfo de la mujer, la liberación definitiva de su dependencia de la maternidad. Pero quedaron pendientes dos problemas de gravedad en todo lo que se refiere a la sexualidad humana. El primero se refería a los “fracasos” de los métodos anticonceptivos. Muchas mujeres quedaban embarazadas contra su voluntad, por no haber usado un buen método, o porque el método no funcionó correctamente. El segundo, a las enfermedades de transmisión sexual (ETS), como veremos un poco más adelante.

 

De la anticoncepción al aborto

 

La “solución” al primer problema (embarazos no deseados) no podría ser otra que la de aumentar la presión, a nivel nacional e internacional, para legalizar el aborto. Ya vimos cómo el aborto había sido legalizado en la URSS desde 1920. El nacismo alemán también promovió políticas en favor del aborto, si bien aplicado a ciertas categorías de individuos “inferiores” (por su raza, por su carencia de salud).

 

En la segunda mitad del siglo XX llegaba el aborto al mundo “libre”, y tenía que ser presentado precisamente como una conquista de la libertad, como un derecho de la mujer para “escoger” cuándo y cómo llevar adelante o suprimir un embarazo, sin que el varón/padre tuviese ninguna posibilidad de intervenir sobre la decisión de la madre. Este aborto libre se convertiría, entonces, en la mejor “solución” a embarazos no deseados, en una especie de “anticoncepción” de emergencia (que no es anticoncepción, pues ya hay hijo, pero como no es amado se decide eliminarlo...).

 

Los hechos se sucedieron con rapidez. El aborto fue despenalizado o legalizado en Gran Bretaña (1967), Alemania Occidental (1974), Francia (1975), Estados Unidos (a nivel federal, con la famosa sentencia Roe vs Wade, de 1973), Italia (1978), España (1985), etc. En algunos países en los que se vivía bajo un sistema político autoritario, se promovió el aborto desde arriba, como ocurre aún hoy en China. También se difundió el aborto en el segundo país más poblado del mundo: La India.

 

Sin embargo, algunos gobiernos, basados en principios constitucionales y en un reconocimiento de la importancia del derecho a la vida como garantía fundamental para los demás derechos humanos, han presentado y siguen presentando una fuerte oposición al aborto legal. Los grupos defensores del aborto buscaron y buscan, para evitar la oposición de esos gobiernos (normalmente naciones de América, África y Asia, y algunos países europeos como Irlanda o Malta), nuevos caminos para lograr sus objetivos, con la ayuda de términos ambiguos, como el de “salud reproductiva”, en el que se incluye abiertamente una mentalidad a favor del sexo libre, de la anticoncepción, del acceso al “aborto seguro”, incluso entre quienes son todavía adolescentes o niñas. En algunos lugares se ha llegado a proponer la distribución, sin que lo sepan sus padres, de píldoras “del día después” a niñas entre 10 y 12 años, como si se aceptase como normal el que estén teniendo ya relaciones sexuales (que, a esas edades, deberían ser consideradas como delito grave, como abuso sexual).

 

Al mismo tiempo, se ha intentado promover una mayor difusión de la anticoncepción y del aborto desde organismos internacionales, como las Naciones Unidas y algunas de sus organizaciones internas o afiliadas, y desde reuniones internacionales dedicadas a temas como el de la población mundial, el desarrollo y la mujer. Basta con evocar la reunión de El Cairo (1994) o la de Pekín sobre la mujer (1995), en las que varios países “ricos” buscaron imponer a los países considerados “pobres” o en vías de desarrollo una mayor liberación de la sexualidad a través del libre acceso a la anticoncepción y al aborto, así como programas de “educación sexual” vacíos de un verdadero respeto por los valores de la familia y de la vida.

 

A la vez, algunos gobiernos u organizaciones no gobernativas están promoviendo programas de esterilización de masa entre algunas poblaciones (especialmente pobres o indígenas), ante un extraño silencio y complicidad de algunos sectores políticos que se suelen caracterizar por la denuncia de las violaciones contra los derechos humanos...

 

El problema de las ETS

 

Quedaba pendiente el segundo gran problema ligado a las relaciones sexuales: el peligro (tristemente hecho realidad en las últimas décadas) de un incremento de las enfermedades de transmisión sexual (ETS), especialmente en aquellos lugares en los que la sexualidad es ejercitada sin frenos y con numerosas parejas más o menos ocasionales.

 

Resulta claro que la solución más eficaz a este segundo problema (vale también para el primero: los embarazos no deseados) consiste en la abstinencia sexual y la fidelidad de pareja; es decir, en lo más opuesto de lo que buscan los defensores de la revolución sexual. Por ello se comprende que el condón o preservativo haya sido y siga siendo presentado por los promotores de la libertad sexual como una solución mágica que permitiría un “sexo seguro”, libre y “responsable”, sin los daños colaterales de una ETS o de un embarazo no deseado.

 

Consecuencias para las mujeres

 

A pesar de la propaganda que ha presentado la anticoncepción y el aborto como una conquista de la mujer, como una liberación del “peligro” del embarazo en quienes buscan una vida sexual “libre” y satisfecha, la situación resulta ser sumamente compleja. Más aún, se ha producido un cierto efecto “boomerang” contra la misma mujer a la que se decía liberar.

 

En efecto, una vez que la mujer ya no tiene el “freno” que significaba el “peligro” del embarazo, puede adoptar una actitud mucho más disponible ante las peticiones sexuales de los varones, si es que no llega a tomar cada vez más la iniciativa. ¿Cuál ha sido el resultado? Ha aumentado el número de embarazos no deseados, frente a los cuales el varón sigue con su postura “clásica” de desaparecer, o, en los países donde existe el aborto libre, recurre a presiones más o menos intensas para que su compañera aborte lo antes posible.

 

Los fenómenos más recientes

 

En las últimas décadas el mundo está entrando en una nueva fase (sin renunciar a muchos elementos ya presentados) de la revolución sexual, en la que se busca “normalizar” una vida sexual plena desligada de compromisos y de cualquier relación con la familia tradicional. Esta fase, en concreto, promueve las parejas de hecho (convivir “maritalmente” pero sin ningún compromiso matrimonial), presenta la homosexualidad como algo plenamente normal y aceptable (con la defensa de un presunto derecho al acceso al “matrimonio” de los homosexuales), agiliza el divorcio allí donde todavía existen ciertas trabas legales, promueve la “ideología de género”, facilita el acceso de los adolescentes (menores de 18 años) a la vida sexual libre y sin represiones (incluso al aborto libre sin el permiso de sus padres). No faltarán quienes promuevan pronto una mayor liberalización de la pederastia, pero actualmente existen fuertes sectores de la sociedad que reaccionan con firmeza ante semejante aberración.

 

Una aplicación de esta nueva fase podemos verla en el campo matrimonial. Como acabamos de decir, algunos gobiernos empiezan a promover formas de divorcio rápido (“divorcio express”), es decir, después de pocos meses de matrimonio, con la simple petición de uno de los contrayentes, y sin necesidad de ofrecer un motivo válido para tal petición. Para quienes conocen derecho matrimonial, esto es prácticamente lo mismo que legalizar el repudio, algo que el mundo occidental había considerado siempre como un acto gravemente injusto, y que ahora está siendo presentado como una forma rápida de divorcio (por ejemplo, en la España dominada desde el año 2004 por los socialistas). La creciente mezcla de personas de distintas culturas en todo el mundo será pronto motivo para repensar el matrimonio monogámico y para abrir un espacio jurídico a la poligamia, con todo lo que ella implica de discriminación hacia las mujeres a las que precisamente algunos dicen querer liberar y defender...

 

Dentro del complejo horizonte que hemos presentado hasta ahora, hay que decir una palabra sobre el desarrollo de técnicas de reproducción artificial. Si la revolución sexual quería promover el sexo desligado del hijo, cada vez es más posible obtener (podríamos decir “producir”) un hijo sin sexo. Ello ha llevado a una mayor conciencia de la separación entre sexualidad y procreación, y ha permitido, a la vez, una creciente tendencia a la selección del hijo según los deseos de los padres (o de los “compradores”), lo cual implica una grave degradación del principio de justicia y del principio de respeto, fundamentales para construir una sociedad verdaderamente justa.

 

Hacia una reflexión conclusiva

 

Hemos presentado, de un modo breve, casi esquemático, algunos presupuestos culturales que han provocado la revolución sexual, y las diversas formas en las que tal fenómeno se ha ido difundiendo en muchos lugares (no en todos) del planeta. Quisiéramos terminar con una reflexión valorativa. El hombre y la mujer se caracterizan por unir en sus vidas dos dimensiones inseparables: la física y la espiritual. Por su condición físico-biológica, sienten una tendencia natural a unirse con las personas de un sexo distinto al propio de una forma tal que sea posible el nacimiento de nuevos hijos (como hemos nacido casi todos los millones de personas que vivimos en la tierra). Por su condición espiritual, la dimensión físico-biológica puede ser integrada en un nivel superior, que permite ver la sexualidad no como algo simplemente instintivo, sino como algo que participa de una capacidad de amar que va más allá del sexo, sin excluirlo ni reprimirlo, sino elevándolo a un nivel superior, más rico, más plenificante, más responsable.

 

Allí donde se llega a negar la espiritualidad humana, es fácil reducir la sexualidad a una fuente de placeres más o menos pasajeros, asociados, ciertamente, a no pocos “peligros” que ya hemos comentado (enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados). Esta perspectiva, sin embargo, es incompleta, pues considera al hombre en su condición de animal, cuando continuamente descubrimos en nosotros elementos espirituales que nos hacen vivir más allá de lo inmediato; especialmente cuando ponemos en acto esa capacidad tan humana que nos permite asumir compromisos profundos, buscar el bien y la justicia, trabajar por amar a los otros sin reducirlos a simples objetos de placer.

 

Cuando, al revés, se niega la dimensión físico-biológica y se ve la sexualidad como un peso o como un peligro, se puede caer (un peligro del pasado muy poco presente en nuestros días) en complejos y en un desprecio hacia el cuerpo. En realidad, el hombre es una unidad de cuerpo y alma, según una fórmula clásica del mundo medieval. El cuerpo, por lo mismo, es algo sumamente rico, y sus valores merecen ser integrados y vividos según el proyecto espiritual de cada persona.

 

El mundo moderno está llamado a superar muchas limitaciones que arrancan y que perviven desde las distintas fuerzas que han provocado la revolución sexual. Necesitamos respirar el oxígeno de la espiritualidad y sacar a la luz fuerzas de bien y de compromiso que permiten vivir la sexualidad de modo realizador y natural, es decir, según su ordenación al amor (al otro, a la otra, sin límites). Un amor que adquiere una madurez especial en la vida que inicia con el matrimonio (compromiso total para darse por entero al esposo, a la esposa), y que abre a la pareja, a través de una vivencia generosa de su sexualidad, al don de cada hijo, culmen de la riqueza sexual y de los valores del espíritu que nos caracterizan como seres humanos.