La meta verdadera: la vida eterna

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Resulta urgente tener siempre en cuenta la meta verdadera, mirar hacia la vida eterna.

Vivir bajo el influjo de las presiones sociales o de las modas, bajo los sentimientos que cambian como el viento, bajo la ambición de conquistar poder y dinero, es asegurar el fracaso más completo.

Lo repetía una y otra vez san Agustín en un escrito que conserva toda su frescura y actualidad: “La catequesis de los principiantes” (en latín, De catechizandis rudibus).

En esta obra, Agustín hacía ver el gran error que muchos cometían en su tiempo, y que muchos cometen en nuestro tiempo: buscar el descanso en las cosas efímeras y variables. Tarde o temprano llega la hora del desengaño y de la inquietud: todo lo que es efímero pasa y cambia.

En palabras de san Agustín: “Cuando el hombre desea descansar en las riquezas, se encuentra sumido en la soberbia y no rodeado de seguridad. ¿No vemos cuántos las han perdido de improviso, incluso cuántos han muerto por su causa, o porque desean poseerlas, o porque otros más ávidos se las arrebatan con violencia?”

No es mejor la suerte de quien ha logrado conservar grandes riquezas: llegará el día de la muerte en el que tendrá que dejarlas todas...

Tampoco es feliz quien busca solamente durar en su vida terrena, quien hace todo lo posible para llegar a viejo. Dice nuestro santo: “cuando los hombres desean para sí una larga vejez, ¿qué otra cosa están buscando sino una larga enfermedad?”

Ni puede ser feliz quien deja de lado o despilfarra el dinero o la fama para gozar de lo inmediato: fiestas, borracheras, fornicaciones, teatros, espectáculos. Todo es tan frágil que, como subrayaba Agustín, basta una “sola fiebrecilla” para hacer que se esfume una felicidad tan falsa.

En esa situación sólo queda “la conciencia vacía y atormentada, que ha de tener a Dios como juez, ya que no quiso tenerlo como protector, y se encontrará con un señor severo al que no quiso buscar y amar como dulce padre”.

Necesitamos aprender, sin tener que pasar por la amarga experiencia de los golpes de la vida, que lo temporal y efímero no puede saciar nuestro corazón inquieto.

Estamos hechos para lo eterno. Sólo en el cielo encontraremos el descanso verdadero y la felicidad completa. Quien vive “asiéndose a lo que permanece para siempre” (lo dice Agustín) podrá entonces alcanzar el mundo de los cielos.

Además, llevar una vida recta, en la que se busca a Dios y se respetan sus mandatos, no sólo pone en nuestras manos la llave para el descanso futuro prometido a los cristianos, sino que ya ahora permite gozar de un descanso suave y agradable en medio de las luchas cotidianas. Es mejor la buena conciencia, entre los trabajos y esfuerzos por conquistar la virtud, que la mala conciencia en medio de placeres pasajeros...

Son enseñanzas de Agustín que valen para todos los tiempos, que necesitamos recordar y vivir en un mundo que vive muy lejos de Dios.

Por eso le pedimos, le suplicamos al gran santo de Hipona: san Agustín, ¡háblanos también hoy! ¡Recuérdanos las enseñanzas magníficas del Evangelio! ¡Ayúdanos a comprender cómo se llega a la meta verdadera, a la vida eterna, al cielo donde nos espera el Padre bueno!