A quiénes representan los partidos políticos?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Cuando la gente va a votar tiene ante sí unas listas ya preparadas, con nombres preseleccionados. De algunos candidatos no se sabe más que el nombre.

 

Las personas conocen poco (a veces casi nada) los programas y las promesas que cada partido realiza. Después de las elecciones, muchos carecen de instrumentos y de tiempo para controlar y exigir el cumplimiento de las promesas electorales.

 

Junto a lo anterior, nos encontramos ante un hecho significativo. Francia y Holanda convocaron en 2005 un referéndum sobre el Tratado que pretendía establecer una “constitución” para Europa. Los principales partidos políticos pidieron a los votantes el “sí”. Quienes acudieron a las urnas votaron, en su mayoría, por el “no”.

 

Más cerca en el tiempo, el 12 de junio de 2008, el gobierno irlandés pidió a la población, en referéndum, su “sí” al Tratado de Lisboa, orientado a dar el nuevo marco institucional a la Unión Europea. El “sí” fue solicitado también por los principales partidos políticos del país, los que tenían mayor número de representantes en el parlamento. La gente que votó lo hizo, mayoritariamente, por el “no”.

 

Presenciamos así cómo en algunos países democráticos existen partidos políticos, sostenidos normalmente por la mayoría de los votantes en las elecciones generales, que no son capaces de sintonizar con lo que piensa la gente (sus propios votantes) ante temas tan importantes como los que se someten a un referéndum.

 

La pregunta surge espontáneamente: ¿a quiénes representan los partidos políticos? ¿Qué tipo de relación tienen con la sociedad? ¿Saben escuchar a las personas, atender sus peticiones legítimas, promover valores? ¿Saben explicar sus ideas y justificar los motivos de sus programas?

 

Es importante recordar que, en el sistema democrático, “la autoridad política es responsable ante el pueblo. Los organismos representativos deben estar sometidos a un efectivo control por parte del cuerpo social. Este control es posible ante todo mediante elecciones libres, que permiten la elección y también la sustitución de los representantes. La obligación por parte de los electos de rendir cuentas de su proceder, garantizado por el respeto de los plazos electorales, es un elemento constitutivo de la representación democrática” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 408).

 

El mundo de los políticos profesionales, de los candidatos, debería mantener siempre un diálogo abierto y serio con los miembros de la sociedad. Para ello, resulta imprescindible establecer canales de comunicación de forma que las listas electorales no reflejen simplemente luchas de poder entre los miembros de un partido, sino un esfuerzo sincero por atender los intereses legítimos de la gente. “Los partidos están llamados a interpretar las aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común, ofreciendo a los ciudadanos la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. Los partidos deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de futuro” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 413).

 

A la vez, los partidos y sus candidatos deberían conocer a fondo los derechos humanos y confrontarse, a la hora de redactar sus programas, con los contenidos de los mismos. Así, y sólo así, serán capaces de buscar caminos para promover el bien común y la justicia social, el desarrollo de la propia nación y la solidaridad con los otros pueblos.

 

Deberían, especialmente, garantizar los derechos más fundamentales: el derecho a la vida, a la alimentación, a la vivienda, al trabajo remunerado justamente, a la educación. ¿Qué tipo de legitimidad puede tener un partido político que promueve leyes abortistas o que busca aprobar medidas contra la familia o contra las clases sociales más desfavorecidas?

 

El mundo de la política necesita encontrar momentos para un sincero examen de conciencia. No podemos vivir en una sociedad donde haya parlamentarios, gobiernos, incluso jueces, que en vez de administrar y defender la justicia promuevan la destrucción de la familia, pisoteen la conciencia de las personas, permitan o fomenten el aborto.

 

Con políticos honestos y amantes de los derechos humanos, cada país, cada continente, el mundo entero, puede avanzar en el camino hacia la paz, la solidaridad, el respeto y, sobre todo, hacia la justicia, en la que todos, desde la concepción hasta la ancianidad, sean tutelados y asistidos en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales.