El fracaso de Frodo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Pocos, de entre los primeros lectores de “El Señor de los anillos”, notaron que Frodo había fracasado en su misión. Tolkien se sorprendió de esto, como lo reflejan algunas cartas a sus lectores.

La fuerza del anillo y la grandeza de la tarea a llevar a cabo eran superiores a las posibilidades de un sencillo hobbit. Al llegar la hora definitiva, cuando parecía que sólo quedaba el gesto supremo de arrojar el anillo, algo venció a Frodo.

Sin embargo, como explicaba Tolkien, el fracaso no disminuye la “victoria”. Especialmente la lograda a través de la compasión: Frodo supo perdonar, supo respetar una vida miserable, supo ofrecer oportunidades de redención a esa creatura siniestra y esquizofrénica que era Gollum.

Para Tolkien (y aquí la novela se puede aplicar a la vida real), hay situaciones que superan las propias capacidades, que anulan los buenos deseos de los hombres (que, en esto, somos como los hobbits). En esos casos, el nivel de heroísmo no se mide por el resultado, sino por la dosis de buena voluntad con la que uno inicia el camino, se propone el bien, acoge su tarea de justicia en el mundo. Aunque luego llegue el momento de la caída, incluso en aquello que más debería temer todo cristiano: el pecado.

Desde esta óptica podemos encontrar una especial luz y belleza al recitar una de las peticiones del Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos...” El perdón que Frodo había ofrecido permitió, en el juego de la providencia, que se produjese un accidente imprevisto, un gesto absurdo de Gollum, y que así la misión llegase a su cumplimiento: la destrucción del anillo del poder.

Cuando miramos hacia atrás en nuestra vida, descubrimos una serie de hechos que no nos gusta recordar, cuando las trampas del enemigo o las debilidades personales han desfigurado la imagen de Dios en nuestros corazones. Pero por encima de todos los pecados sigue en pie el proyecto de un Amor superior. La compasión de Dios nos lleva a sentir compasión por los demás. Por quienes tal vez pensaron muy pocas veces en realizar el bien. Por quienes empezaron siendo buenos, y el frío de la noche secó sus corazones con la avidez del dinero o con la soberbia de quien se apoya en sus propias (y frágiles) fuerzas. Por quienes creyeron no poder empezar de nuevo, cuando en realidad el perdón se ofrece a todas horas y para todas las situaciones.

El fracaso de Frodo es, así, paradigma de nuestra vida humana. Un paradigma incompleto, pues la historia de cada uno es distinta, única. Por eso la acción de Dios en los corazones resulta siempre magnífica, también cuando llega la hora de la prueba, o cuando un pecado nos permite tocar nuestra flaqueza. Sentiremos entonces una mano amable, perforada y firme, que nos dice: “No te condeno... Estaré siempre a tu lado: no tengas miedo... Levántate y anda”.