El Crucificado, el Resucitado

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Jesús había muerto en una cruz. Como un delincuente, abandonado de casi todos sus amigos y discípulos. Con la cercanía y el consuelo de sus más íntimos: su Madre, Juan evangelista, algunas mujeres.

 

La tristeza de su muerte pesaba en el corazón de los Apóstoles. Pesaba y pesa, sin que muchos se den cuenta, en millones de hombres y mujeres que no han recibido la noticia de la Pascua.

 

Porque Cristo, el Condenado, el Crucificado, no está muerto: ¡ha resucitado! Si Él, Maestro y Amigo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, vive, también nosotros, un día, viviremos con Él.

 

San Pablo lo repetía con una certeza íntima, profunda, arrolladora: “Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1Co 15,20-22).

 

El corazón descubre, entonces, que el Crucificado es también el Resucitado. Si con su Muerte destruyó nuestra muerte, con su Resurrección nos dio una vida nueva.

 

Pero, para participar de su victoria, hemos de aprender a unirnos a su Muerte, hemos de renunciar al pecado y al mal, hemos de vivir a fondo el Evangelio.

 

Escuchamos de nuevo a san Pablo. “Porque si hemos sido hechos una misma cosa con Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre Él” (Rm 6,5-9).

 

El Crucificado ha salido del Sepulcro. Está vivo. Desde entonces, la esperanza se ha convertido en la bandera del cristiano, el amor es su distintivo, la fe brilla como su certeza más profunda.

 

Es hermoso vivir y caminar junto a Jesús, Muerto y Resucitado. Es hermoso afrontar el sufrimiento y la hora de la muerte con la mirada puesta en quien, por nosotros, dio su vida en un madero, y ahora vive para siempre.