2 de mayo y derechos humanos

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Mucho ha llovido desde que hace 200 años empezó en España una revuelta popular y una guerra llena de violencias.

 

El 2 de mayo de 1808 tiene un significado profundo que merece ser estudiado seriamente. Podemos acercarnos a los hechos de aquel acontecimiento desde el prisma de los derechos humanos.

 

Los derechos humanos valen no porque hayan sido declarados por la ONU en 1948, ni porque nos parezcan útiles para el mundo globalizado, ni porque tengan una formulación moderna. Valen simplemente en tanto en cuanto indican lo que debe ser respetado en cualquier ser humano, sea de una raza, de una patria, de una lengua, de una religión, de una clase social distinta de la propia.

 

Junto a los estudios y conmemoraciones de los hechos dramáticos iniciados el 2 de mayo, podemos formular preguntas perennes: ¿qué derechos humanos básicos fueron violados por ambos bandos? ¿Cuántas fueron las víctimas? ¿Quiénes fueron los verdugos?

 

Las preguntas no pueden ser respondidas desde análisis abstractos y simplificadores, en los que las personas “desaparecen” bajo epítetos generales, como si fueran títeres de fuerzas históricas amorfas.

 

Si hubo soldados vestidos con el uniforme napoleónico que masacraron a civiles desarmados. Si hubo guerrilleros españoles que asesinaron a prisioneros y a “afrancesados” para descargar su odio sobre ellos. Si hubo quienes allanaron hogares, quemaron tierras cultivadas, dispararon sus cañones sobre ciudades rebosantes de mujeres, de niños y de enfermos...

 

El recuerdo de hechos profundamente dolorosos es como un reclamo a la conciencia. Ninguna situación humana justifica la violación de los derechos humanos de nadie. Ninguna causa, ni siquiera para defender la propia integridad territorial, puede convertirse en un permiso para destruir la vida de inocentes.

 

En un mundo como el nuestro, vale la pena leer la historia con valor, en sus detalles más dramáticos, para mejorar nuestro presente inquieto. Descubriremos, con sorpresa, que después de tanta sangre derramada en España entre 1808 y 1812, también hoy mueren miles de inocentes, quizá no muy lejos de nuestros hogares.

 

No podemos olvidar que durante estos días de conmemoraciones cientos, miles de hijos serán eliminados en el seno materno. Es incoherente denunciar lo que otros hicieron en el pasado mientras guardamos un silencio cómplice ante la violación de un derecho básico que debe ser garantizado en toda sociedad que respete la justicia: el derecho a la vida.