Una ética para el uso de los medios de comunicación

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Vivimos rodeados por los medios de comunicación, hasta el punto que nos resultaría imposible vivir sin ellos.

La mañana, en muchos lugares, inicia con la radio y el periódico. Luego, en casa o en el trabajo, consultamos las noticias en internet, vemos programas de televisión o videoclips “on-line”. Otros se zambullen en el mundo de la música, que es compañera de camino durante buena parte de la jornada.

La cantidad de mensajes, imágenes y sonidos que nos llegan es enorme. ¿Cómo actuar ante una auténtica avalancha informativa? ¿Cómo afrontar la presencia masiva de los medios de comunicación? ¿Cómo aprovechar las nuevas posibilidades tecnológicas para no ser sólo espectadores pasivos, sino protagonistas capaces de interactuar en el mundo de los medios?

Responder a estas preguntas nos lleva a elaborar una ética para el mundo de los medios de comunicación, una “info-ética”, según una expresión usada por el Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la XLII jornada mundial de las comunicaciones sociales (publicado el 24 de enero de 2008).

En la “info-ética”, lo primero que hemos de considerar es el tiempo que dedicamos a los medios. ¿Es un tiempo “razonable” o excesivo? ¿Es un tiempo inteligente o desperdiciado? ¿Es un tiempo justo o desproporcionado respecto de las obligaciones de la vida ordinaria?

Será excesivo el tiempo invertido en los medios cuando nos aparte de los deberes familiares, cuando nos aísle de los demás, cuando nos disperse en el trabajo, cuando nos impida concentración en el estudio, cuando cree hábitos compulsivos de dependencia.

En cambio, será un tiempo razonable cuando no nos aparte de ámbitos importantes de nuestra vida cotidiana y nos permita recurrir a los medios para una sana formación, para ayudar a los demás, para aportar nuevas ideas a la familia y a los amigos, para potenciarnos en el trabajo, para disfrutar de unos momentos de descanso saludable y adecuado.

No es fácil dar una indicación más concreta. Bastaría con que midiésemos, de vez en cuando, el tiempo dedicado a los medios y el tiempo dedicado a los compromisos más profundos que nos caracterizan como católicos, como hijos o como padres, como amigos y como trabajadores.

Lo segundo que necesitamos aclarar es el fin que buscamos a la hora de acceder a los medios. ¿Para qué los usamos? ¿Para entretenimiento, dispersión, vaguedades, formación, noticias? ¿Sobre qué temas?

El pluralismo y la amplitud de los medios puede llevar a un doble naufragio. Por un lado, a perderse en temas que no interesan. Por otro, a no saber discernir en qué lugares (radio, internet, televisión, prensa) se me ofrece una buena información y en qué lugares sólo encontraré informaciones distorsionadas o, incluso, mentiras y calumnias contra instituciones y contra personas.

La oferta que tengo ante mí es inagotable, pero el tiempo que tengo para acudir a los medios es corto. Por eso, conviene reflexionar muy bien qué es lo que deseo y necesito encontrar, y, según eso, escoger los mejores medios para cada tema.

Para un católico, la selección tiene que basarse en sus convicciones más profundas. Los medios deberían ayudarme a vivir bien mi vida cristiana. Al tener claros mis objetivos, buscaré la mejor manera para informarme sobre los mismos, y evitaré cualquier dispersión que me aparte de mis intereses.

Existen, gracias a Dios, numerosos medios que ayudan a crecer en la fe y a informarse con una visión cristiana sobre los principales acontecimientos del mundo. Una presentación ágil de algunos de ellos puede encontrarse en el estudio de Jorge Enrique Mújica, El rostro católico de internet en español (en http://es.catholic.net/jorgemujica/articulo.php?tem=1430&id=34119).

Lo tercero que necesitamos recordar es que los medios no ofrecen todo lo que uno busca. En ocasiones, ponen a la mano imágenes, programas, noticias, que pueden provocar un enorme daño espiritual en los corazones.

En otras palabras, los medios aparecen ante nosotros como un escaparate múltiple, donde podemos encontrar muy cercanos entre sí una buena noticia, una calumnia completamente falsa, la imagen de un santo y una escena claramente provocativa que degrada la dignidad de los seres humanos.

La enorme apertura que existe en los medios presenta un reto muy grande a la propia disciplina personal. Habrá que seleccionar, por un lado, aquellos medios que ofrezcan buena información, un sano entretenimiento, y herramientas formativas profundas. Por otro, habrá que “bloquear” o filtrar, sea con la ayuda de programas concretos, sea, sobre todo, con una sana disciplina, cualquier medio que pueda dañar nuestra fe o nuestra moral, en lo personal y en lo familiar.

Una cuarta idea se refiere al mundo de las noticias y de los “eventos” nacionales o mundiales. Es difícil vivir en sociedad sin tener conocimiento sobre algunos hechos o sin estar al tanto de ciertas películas o fenómenos culturales. Pero es triste descubrir que los medios pueden encerrarnos en un “mundo” seleccionado por ellos, mientras que nos apartan de “otros mundos” o de otras dimensiones de la realidad.

Para ejemplificar lo anterior, las agencias de noticias siguen paso a paso a políticos, empresas, novelas o libros famosos, ideas y movimientos culturales. En cambio, dejan completamente de lado a otras personas o hechos de nuestra sociedad. ¿No nos sorprende, por ejemplo, ver tan pocas noticias sobre África y tantas sobre Estados Unidos?

Otras veces, algunos medios ofrecen muy poca información religiosa, y esa poca nos llega muchas veces manipulada maliciosamente. No es de extrañar, así, que muchos lleguen a ver a la Iglesia sólo en sus escándalos (algunos simplemente supuestos), mientras que la tarea callada de miles de sacerdotes, religiosos y voluntarios en hospitales y en otros lugares del mundo ha quedado prácticamente relegada a algún que otro reportaje marginal en los medios.

En el contexto mundial en el que vivimos, los medios de comunicación nos presentan un cúmulo enorme de posibilidades. Nos toca a cada uno formar un sano criterio ético para discernir cuánto tiempo invertir en los mismos, sobre qué temas, con qué criterios de “autocensura”, y desde qué perspectiva crítica. Nos toca velar, en aquellos ámbitos donde sea posible la interactividad o el recurso a los tribunales, para que nunca se violen principios éticos fundamentales ni se pisotee la fama de personas o de instituciones, especialmente de la Iglesia católica.

De este modo, seremos buenos usuarios y protagonistas maduros en el acceso a los medios de comunicación, y promoveremos una “info-ética” que nos permita un uso eficaz de los mismos.