Misioneros, ¿una semana o todo el año?
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Después de citas y citas, el testigo de Jehová lanzó una flecha envenenada:
“Ustedes, misioneros católicos, vienen sólo una semana al año. Yo estoy aquí todo el año... ¿Quién va a ganar? Vean, además, cómo cada día se queda vacía su iglesia. Sólo van ancianos. En cambio, los no católicos aumentan cada año”.
Ocurrió un día de la Semana Santa 2008, en un poblado del norte de México.
La “flecha”, la provocación lanzada por este testigo de Jehová, puede ayudarnos no sólo a reflexionar, sino a poner manos a la obra, para que muchos católicos lo sean de verdad, para que quienes han dejado la Iglesia vuelvan a ella, y para que quienes no la conocen puedan, algún día, llamar a sus puertas.
¿Qué hacer para que no dejen su fe los católicos? ¿Qué hacer para que los que piensan ser católicos sin formación ni convicciones lo empiecen a ser en serio?
En primer lugar, hemos de ver si realmente los católicos conocen su fe, si aceptan la moral, si viven según el Evangelio, si rezan, si están unidos según la caridad.
Una persona que se declara católica y no sabe cuáles son los mandamientos, no conoce cuántos libros tiene la Biblia, no va a misa los domingos, se emborracha los fines de semana y vive de modo adúltero con una o varias mujeres, ya está más fuera que dentro.
Quien así se comporta, necesita urgentemente escuchar la invitación de Dios que le pide: conviértete, deja tu pecado, y empieza a vivir según el Evangelio.
En segundo lugar, la “flecha” nos hace ver que no basta con una semana de misiones para ayudar a los católicos y a los no católicos de un poblado. O, mejor, que la semana de misiones debe servir para crear estructuras, para formar catequistas, para promover grupos de estudio de la Biblia. Todo ello de acuerdo con el párroco y con modos concretos para mantener esas estructuras y para ofrecer instrumentos de formación a las personas interesadas.
Existe, gracias a Dios, muchísimo material en internet, en folletos, en libros. Habría que preparar una buena selección del mismo para luego hacerlo llegar a los católicos de las comunidades que necesitan con urgencia una buena formación.
En tercer lugar, como complemento a la idea anterior, los católicos debemos sentir la urgencia de ser siempre misioneros. Hay que ver maneras para visitar las comunidades una y otra vez. Si es posible, cada mes o cada dos meses. La misión no terminó tras una semana de trabajo intenso, sino que empezó precisamente en esa semana para prolongarse todo el año.
En cuarto lugar, hay que renovar la oración intensa y confiada al Señor para que envíe obreros a su mies (cf. Lc 10,2). La oración por las vocaciones debe ser parte integrante de la misión. Ante tantos poblados sin sacerdotes, hemos de repetir una y otra vez: “Señor, ¡danos muchos y santos sacerdotes!”
Una incongruencia dramática en la vida familiar consiste en apoyar a la parroquia, en participar en actividades misioneras, y luego reaccionar de modo negativo ante las primeras señales de que un hijo tiene vocación. Todo lo contrario: no hay mayor alegría para quienes creen en Cristo que descubrir que Dios llama al sacerdocio o a la vida consagrada a uno de sus hijos.
En quinto lugar, hay que prepararse bien y ofrecer formación “especializada” para resistir y responder concretamente a los ataques de sectas y grupos cristianos que atraen de formas muy variadas a católicos despistados o a personas que viven lejos de Dios.
Es triste que haya bautizados en la Iglesia católica que empiezan a estudiar la Biblia sólo cuando se les invita a un curso impartido por protestantes. Nos toca a los católicos introducir a la gente en el conocimiento de la Palabra de Dios. ¿No es la Biblia un don de Dios a su Pueblo? ¿No es la Iglesia, en cuanto asistida por el Espíritu Santo, la que ha identificado y custodiado, durante siglos, el tesoro de la Escritura?
Por eso es tan importante crear, como dijimos antes, grupos de lectura y de estudio de la Palabra de Dios en su perspectiva correcta, “católica”. De este modo formaremos comunidad, bajo la guía del Papa y de los obispos, y no aumentarán las mil sectas cada vez más fragmentadas y sometidas a la libre interpretación de pastores más o menos hábiles.
En sexto y último lugar, a nuestro testigo de Jehová le podemos decir con mucha sencillez y con mucha seguridad:
“Es cierto, usted vive aquí todo el año, y cada sábado hace su recorrido por las casas. Pero no olvide que la verdadera fe no nace de una mezcla de citas bíblicas más o menos ensartadas, sino que es don de Dios. Y ese don no podemos recibirlo si dejamos de lado a quienes el mismo Dios puso como encargados de explicar la Palabra: a los Apóstoles y a sus sucesores, el Papa y los obispos.
Fuera de la Iglesia no puede haber plena amistad con Dios, porque Dios mismo quiso quedarse con nosotros en sus Apóstoles y en sus sucesores. Y fuera de la presencia amorosa de la Virgen, Madre de Dios, no podemos llegar a su Hijo. Lo que Cristo dijo en el Calvario (Jn 19,25-27) vale para todos.
Si usted quiere, de verdad, hacer el bien a las personas de esta comunidad, no lo dude: pida el don de la fe, busque en las Escrituras el verdadero mensaje de Dios. Estoy seguro de que así un día llamará a las puertas de la Iglesia católica. Le esperamos, con gusto, para poder llegar a ser plenamente creyentes y hermanos en Cristo, único Salvador del mundo, Hijo del Padre e Hijo de María”.