Un consenso irrenunciable

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

El pluralismo ha existido siempre. Quizá hoy se hace más vivo, porque afecta a temas fundamentales de nuestras sociedades: la vida y la muerte, la justicia y la libertad, la economía y la religión.

Existe un pluralismo aceptable sobre temas no esenciales. El modo de construir carreteras, el sistema antiincendio que resultaría más adecuado, son argumentos sobre los que se puede discutir con bastante libertad.

Sobre otros temas, en cambio, necesitamos construir un consenso irrenunciable, si queremos vivir en sociedades justas y hechas “a medida del hombre”. Uno de esos temas es el respeto que merece la vida de todo ser humano.

Podemos participar en la vida social sólo cuando respetamos la vida de cada uno. Cuando tal respeto falta, dejamos espacio a la prepotencia y al abuso de los fuertes sobre los débiles. Es entonces cuando surgen países que legalizan o despenalizan delitos como el aborto o la eutanasia.

¿El aborto es siempre un delito? Sí, porque elimina al hijo antes de nacer. Impide, coarta, termina con una vida que es vida humana, que ya ha entrado en el mundo de los vivos. Impide, coarta, elimina la existencia de uno de nosotros, simplemente porque es el más débil, el más indefenso, el más silencioso hermano nuestro.

La eutanasia, por su parte, utiliza la ciencia médica para suprimir la vida de un niño, de un joven o de un adulto sobre el que alguien (aunque sea uno mismo) ha declarado la necesidad de terminar con sufrimientos o dolores muy elevados. Como si el dolor fuese un permiso para renunciar a la propia humanidad, como si fuese un motivo para dar permiso a otros para terminar con la vida del enfermo o del desesperado.

Llegar a un consenso que nos lleve a prohibir cualquier forma de aborto y de eutanasia es posible con un poco de buena voluntad y un profundo sentido de la justicia. No estamos ante temas opcionales. Se trata de temas “de vida o muerte”.

Nunca debería ser aceptada en ninguna sociedad justa la eliminación de una vida humana. Porque cada ser humano, incluso el más enfermo, el más pobre, el más pequeño, merece mucho de los demás y puede ofrecer la riqueza de su existencia y de sus valores a quienes viven a su lado.