Caminos de Evangelio

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

El Evangelio se nos presenta como un don particular, una invitación, una aventura, un tesoro por el que vale la pena venderlo todo.

 

Nos permite penetrar en el corazón mismo de Dios, porque nos lleva a escuchar y a ver a Jesús, Hijo del Padre e Hijo del hombre.

 

A través de los relatos y de las enseñanzas narradas por los evangelistas, descubrimos que Dios es amor, que la misericordia limpia los pecados, que la bondad escribe la historia humana, que el Padre ha enviado a su Hijo para buscar a la oveja descarriada.

 

Pero a veces notamos que la semilla no llega a lo profundo de nuestra alma. Como en la parábola del sembrador, sentimos que los afanes del mundo o una cierta dureza interior nos impiden acoger el regalo, nos colocan en un mundo demasiado “mundo” y poco abierto a la llegada del Maestro.

 

Necesitamos, entonces, pedir humildemente, como el ciego del camino, que Dios nos devuelva el don de la vista, que transforme ese corazón de piedra para empezar a vivir con un corazón de carne, que nos aparte de la avaricia y la soberbia para recorrer un camino interior tras las huellas del Maestro.

 

Con la ayuda de Dios, guiados por el Espíritu Santo, el Evangelio empieza a ser accesible, desvela sus riquezas. Aprendemos entonces a leerlo desde luz interior que viene de arriba, a comprenderlo en su belleza salvadora, a aplicarlo en las situaciones más sencillas o en los momentos más importantes de la vida.

 

Ante la muerte de un familiar o de un amigo; tras la pérdida del trabajo; en la hora de la enfermedad; cuando el corazón siente el cansancio del tiempo; después de un pecado vergonzoso... En tantos momentos de prueba, el Evangelio nos invita a la confianza. Tenemos un Padre que nos ama, que vela por cada uno de sus hijos. Existe un cielo preparado para recibirnos, está siempre abierta la puerta a la esperanza. Cristo, con su Palabra y su agonía, nos recuerda que el grano de trigo muerto puede dar mucho fruto.

 

También el gozo sano y bueno adquiere su sentido verdadero desde el Evangelio. Porque el principal motivo de la alegría cristiana radica en descubrir la bondad del Padre en los lirios, en las aves del cielo, en la lluvia, en el vino añejo. Porque aprendemos a disfrutar sanamente las maravillas del mundo con un corazón desprendido: nuestro tesoro auténtico está en los cielos.

 

Hoy es un día para caminar desde el Evangelio. Tal vez me bastará con leer un versículo. A través de una palabra sencilla el Maestro podrá trabajar en mi alma. Me pedirá que lo imite en su mansedumbre y su humildad. Moverá mi corazón para que perdone al enemigo, para que comparta mi pan con el hambriento. Me susurrará que le siga, paso a paso, desde la cruz de cada día.