Piensa bien y no te arrepentirás

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

“Si yo me equivoco pensando bien, tendré el sentimiento de haberme equivocado, pero no el de haber pensado mal antes de tiempo”. Son palabras puestas en la boca de un ciego llamado Favila, en la novela “Amaya o los vascos en el siglo VIII” (Francisco Navarro Villoslada, 1818-1895).

A nadie le gusta ser engañado. A nadie le gusta descubrir que la señal de cariño de otros era simplemente una trampa, o que aquel abrazo era el gesto de un traidor, o que la promesa de un político iba a ser el inicio de una tragedia para toda la sociedad.

La vida nos hace recelosos y desconfiados. A veces vemos segundas intenciones por todos lados. O sospechamos traiciones y engaños, falsedades y egoísmo, incluso detrás de un regalo o de una alabanza. Entonces, como defensa natural, pensamos mal...

Otras veces, sin embargo, hemos de reconocer que nos equivocamos, y mucho, por haber pensado mal. La salida de la esposa no era señal de un desplante, sino una urgencia para ver a la suegra. El traje nuevo del marido no era para ver a una “amiga”, sino que fue comprado precisamente para mostrar a la esposa que quería empezar una nueva vida. El hijo llegó tarde no por ir “de parranda”, sino para ayudar a un amigo a preparar las oposiciones más importantes de su vida. El taxista dio una vuelta un poco más larga no para cobrar más dinero, sino porque sabía que había obras en la calle principal.

Ser engañados por pensar bien nos duele, pero, como decía el ciego Favila, quizá puede ser peor crear el hábito de pensar mal y tachar de malos a los buenos, de injustos a los honestos, de ladrones a los que buscan ayudar a los pobres, de intransigentes a los que dicen verdades que a veces duelen.

Habrá que romper miedos. Habrá que empezar a ver lo mucho bueno que hay a nuestro lado. Habrá que dar vida a ese corazón que es más hermoso cuando ama. Aunque algunas veces, es verdad, suframos un pequeño (o un gran) engaño. Un engaño que sabremos perdonar porque también habremos aprendido que débiles somos un poco todos, y que es hermoso tender la mano, aunque sangre todavía la herida abierta que nos produjo quien creímos ser bueno y no lo era...