Dos estornudos

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Si algún día se inventase un aparato para medir estornudos, podríamos hacer el siguiente experimento.

Dos personas tienen una manera de estornudar parecida. El medidor de estornudos comprobaría hasta qué punto esos estornudos son prácticamente idénticos: en intensidad, en volumen, en tono, en sonido.

Lo interesante sería luego observar cómo esos mismos estornudos producen en una tercera persona que los presencie efectos distintos. El primer estornudo podría resultarle indiferente, normal, sin mayor importancia. El segundo podría resultarle molesto, antipático, desagradable.

¿Qué reflejaría ese experimento? Que a veces lo que nos molesta no es tanto una acción concreta de alguien que está a nuestro lado, sino precisamente que esa acción sea realizada por esa persona en concreto, mientras que la misma acción resultaría bastante más indiferente (a veces sería simpática) si fuera realizada por otra persona concreta.

No sé si funcionaría el experimento. Lo que sí resulta claro es que muchas veces valoramos los actos del prójimo no según lo que se hace, sino según quién los hace. Una pantalla de simpatías y de antipatías orienta nuestros sentimientos e incluso nuestros pensamientos a la hora de afrontar los mil gestos de quienes viven a nuestro lado.

Surgen entonces varias preguntas: ¿es posible cambiar la perspectiva? ¿Es posible descubrir cuáles son nuestras antipatías y hacia qué personas, encontrar las raíces de las mismas, y ver maneras para disminuirlas, incluso para suprimirlas?

No es fácil, desde luego, eliminar mecanismos de la propia psicología que nos obligan a reaccionar de manera distinta ante tal o cual persona. Pero sí es posible buscar una visión más profunda de nuestros semejantes que nos permita ir más allá de las antipatías que sintamos, para valorar al otro según su dignidad humana, incluso según el Amor que Dios deposita en cada uno de sus hijos.

Para el cristiano, esa perspectiva nueva consiste en ver a todos como los ve Dios, en percibir que hay un Amor infinito en cada una de las existencias humanas. El Concilio Vaticano II lo decía con palabras muy profundas: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (“Gaudium et Spes” n. 22).

A mi lado hoy muchas personas estornudarán, toserán, reirán, llorarán, hablarán, callarán. Detrás de cada gesto, escondido tras los ojos, los labios y las mejillas, hay un corazón muy amado por Dios y muy deseoso de cariño. Quizá hoy podré tratar a algunos de un modo más profundo y más completo, porque intentaré ir más allá de sus acciones para respetarles y amarles un poco como Cristo los ha amado...