Puerta abierta al Evangelio

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

El Evangelio ha quedado, para muchos, al margen de la vida moderna. Nos preocupa más la cita con el médico, las cuentas en el banco, el pago de final de mes, las noticias del periódico, las llamadas por el móvil de familiares y amigos, que el mensaje limpio, profundo, exigente y bello que Cristo nos dejó con su Palabra y con su Vida.

Parece que no encontramos tiempo para acercarnos a un mensaje maravilloso, ofrecido por Dios mismo con mucho cariño, con mucho amor, con mucha esperanza, con mucho respeto.

El mensaje, sin embargo, sigue allí. Algunos lo han descubierto, lo han estudiado, lo han saboreado en la oración. Luego, han empezado a vivirlo, a aplicarlo, y buscan gritarlo en un mundo de palabras vacías y angustiadas.

¿Cómo podemos también nosotros entrar en el mensaje, acoger la Palabra, descubrir el misterio de un Amor que viene del cielo y que mendiga un espacio en la vida y en el corazón de cada hombre? ¿Cómo dejar de lado ruidos y preocupaciones, prisas y tristezas, egoísmos y desconfianzas, para dejar que caiga en nuestra tierra una humilde semilla de esperanza que vale más que la fortuna pasajera de los ricos?

Quizá ahora podemos dar el primer paso: abrir el Evangelio para leer unas líneas, sin prisas, con el alma sedienta de amor sincero. Podemos pedirle a Dios luz y fuerzas para comprender y asimilar una Palabra que da Vida, que nos permite ver al Padre, que nos revela el misterio del Hijo, que nos llega a través del Espíritu Santo.

Descubriremos, entonces, que ante el mensaje de Cristo “no hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto a todos, pero es «estrecho» porque es exigente, requiere empeño, abnegación, mortificación del propio egoísmo” (Benedicto XVI, 26 de agosto de 2007).

Hoy quiero abrir una puerta al Evangelio. Romperé cerrojos, abriré ventanas, subiré cortinas, barreré miserias. El Maestro sigue entre nosotros. Desea y quiere, desde el dintel de mi vida polvorienta, poder decir con alegría inmensa: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa...” (Lc 19,9).