El Decálogo del buen conductor

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: Análisis digital (con permiso del autor)

 

 

Roberto regresó a casa fatigado y tenso. Después de una hora atascado en la calle, estaba de un humor insoportable.

Además, había tenido problemas para salir de la oficina, porque delante de su coche había otro muy mal colocado. Tardó 10 minutos en encontrar al propietario, al que hizo ver con dureza su enorme irresponsabilidad.

Después, ya sobre el asfalto, se había irritado cada vez que las motos le adelantaban por derecha e izquierda. “¿Es que estos idiotas no saben que se la juegan?” En un cruce protestó contra el alcalde y su pésima gestión vial: ¡estuvo esperando casi 5 minutos a que el rojo se convirtiera en verde!

En un paso de cebra no quiso detenerse aunque ya una anciana había dado su primer paso... y por poco se la lleva al cielo... Lo peor fue en uno de esos cruces donde los de la derecha tienen la señal de “ceda el paso” y como si nada. Los insultos a los antepasados de varios conductores no pueden quedar recogidos en estas líneas.

Al llegar a casa, la gota que derramó el vaso: una moto fuera de sitio impedía la entrada al aparcamiento. Esta vez Roberto quiso que el motorista recibiese una lección. Movió la moto arrastrándola contra la pared, sólo “un poco”, lo suficiente para que se dañase la pintura de la parte trasera...

Roberto estaba de pésimo humor. Iban a pagarlo, nuevamente, su esposa y sus hijos. ¿Es que conducir tiene que convertirse siempre en fuente de disgustos y de rabia?

Mientras la familia llegaba, buscó algo en internet para serenarse y arrancar una sonrisa a su corazón agriado. Encontró un titular que le llamó la atención: “La Iglesia publica el decálogo del buen conductor”.

“Como si no bastasen los Diez mandamientos, ahora tenemos los mandamientos del conductor”, pensó Roberto todavía con la rabia dentro de sí. Se puso a leer la noticia, más por curiosidad que por deseos de ser un poco mejor.

“Decálogo del conductor:
I. No matarás.
II. Que la carretera sea para ti un instrumento de comunión entre las personas, y no de daño mortal.
III. Que cortesía, corrección y prudencia te ayuden a superar los imprevistos.
IV. Sé caritativo y ayuda al prójimo en la necesidad, especialmente si es víctima de un accidente.
V. Que el automóvil no sea para ti expresión de poder y dominio, ni ocasión de pecado.
VI. Convence con caridad a los jóvenes, y a los que ya no lo son, para que no se pongan al volante cuando no estén en condiciones de hacerlo.
VII. Apoya a las familias de las víctimas de los accidentes.
VIII. Haz que se encuentre la víctima con el automovilista agresor en un momento oportuno, para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón.
IX. En la carretera, protege a la parte más débil.
X. Siéntete tú mismo responsable de los demás” («Orientaciones para la Pastoral de la Carretera», Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, Vaticano 2007).

La esposa y los hijos llegaron por fin a casa. Entraron con menos ruido que de costumbre. ¿El motivo? Mónica había chocado ligeramente y traía el coche nuevo con una abolladura en la puerta izquierda. Tenía que darle la noticia a Roberto, y estaba segura de que el enfado iba a ser mayúsculo.

Roberto tenía la mirada fija en la pantalla de la computadora. Leyó por segunda vez el “Decálogo”. Su esposa entró en la habitación, con cara tensa. Cuando saludó a Roberto, éste comprendió en seguida que había pasado algo.

“Cariño, un coche nos embistió por la izquierda. No alcancé a esquivarlo y...”

“Mónica, ¿y tú? ¿Y los niños? ¿Os pasó algo?” A la esposa le sorprendió que no preguntase por el coche. “Nosotros bien, gracias a Dios, pero la puerta...”

“¡Bendito sea Dios! Que el coche quede como sea. Lo importante es que vosotros estéis bien. ¿Y la otra persona?”

Mónica notó que su esposo no sólo no estaba enfadado, sino que tenía un modo de hablar distinto, más cariñoso que de costumbre. Parecía que el coche nuevo ya no fuese importante, y que los importantes eran otros, las personas.

“Era un señor mayor. Quedó muy asustado, pero no le pasó nada. Nos intercambiamos los teléfonos para los seguros”.

“Vamos a llamarle ahora mismo. Y tú hoy no te preocupes de preparar la cena, que me encargo yo. ¿Y cuándo les doy un beso a los niños? Pero antes tengo que llamar al vecino del tercer piso porque me parece que le pasó algo a su moto...”

Es posible vivir de un modo distinto en el mundo complicado y tenso del asfalto o del polvo y lodo del camino. La Iglesia nos recuerda, a través de un Decálogo para el conductor, que también entre volantes, aceleradores y semáforos se encuentra el Señor; que es posible tratar a todos en carretera con educación, con respeto, con caridad profunda y delicada.