¿Qué es la justicia?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Es frecuente escuchar las palabras “justicia” e “injusticia”. Decimos que esta guerra es o no es justa, que los salarios no llegan a un nivel aceptable de justicia, que aquel político es más justo que el otro, que la ley que acaba de aprobar el parlamento es injusta, etc.

La palabra “justicia” y sus derivados son moneda de uso común. Pero cuando alguien nos pregunta “¿qué es la justicia?”, sentimos que el suelo debajo de los zapatos se hace resbaladizo, que no tenemos una clara idea de lo que pueda ser la justicia.

Intentemos ofrecer alguna definición con la ayuda de algunas opiniones y teorías del pasado y del presente.

Para alguno la justicia consistiría en actuar según las leyes. Pero si las leyes son “injustas”, quien obedece a la ley no puede ser justo...

Para otros sería justicia dar a cada uno lo suyo. Esta definición se encuentra ya entre los griegos del siglo V antes de Cristo, y fue recogida por Cicerón. Los autores medievales acogieron en parte esta definición. Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) repetía, con una fórmula del pasado, que justicia es “la voluntad perpetua y constante de dar a cada quien lo que es suyo por derecho”. Pero, ¿qué es “lo suyo”? ¿Hay posesiones que algunos tienen (como “lo suyo”), que han sido adquiridas de modo injusto, sin “derecho”?

Otros piensan que la justicia consiste en respetar los pactos y no hacer violencia contra las personas. En seguida surgen las preguntas: ¿qué significa ser persona? ¿Todos los seres humanos son personas? ¿Es injusto dañar o eliminar al hijo no nacido, porque todavía no tiene reconocimiento legal, porque “aún” no es persona? ¿Un enfermo terminal es persona? ¿Qué pasa cuando los pactos son “injustos”?

En el diálogo titulado República, Platón pone una serie de importantes reflexiones en boca de algunos protagonistas y ofrece varias opiniones sobre la justicia.

Según la mentalidad antigua que presenta y critica Platón, la justicia consistiría en lo que impone el más fuerte. Para otros, la justicia sería una especie de limitación de nuestras ambiciones para evitar el conflicto continuo con los demás. Para otros, según la definición que ya vimos, justo es darle a cada uno lo que le pertenece.

Existiría, según Platón, otro modo de entender la justicia: el esfuerzo por armonizar a las distintas personas que viven dentro del mismo estado.

Esta definición platónica pone el énfasis en la convivencia social. Lo justo es conseguir que todos y cada uno, en la ciudad, en el estado, puedan ofrecer sus cualidades a los demás, y puedan beneficiarse de lo que los demás realizan.

Estas ideas resultan muy interesantes, pero no llegaron a ser “perfectas” en el texto de Platón. El fundador de la Academia no fue capaz de encontrar un “lugar” en la ciudad a dos tipos de personas: los que sufren enfermedades en el cuerpo que les impiden ser productivos, y los que tienen “enfermedades en el alma” (los malos, los criminales) con las que dañan continuamente a sus conciudadanos.

Nosotros, en cambio, creemos que la justicia implica un apoyo continuo, total, entre todos (sin ninguna exclusión) los miembros de la sociedad. En cierto sentido, la justicia no puede existir sin solidaridad. Una solidaridad que nace desde respeto a todos y, de modo especial, desde reconocimiento de los derechos de los más débiles.

Esto implica descubrir que también el enfermo merece nuestro apoyo porque siempre es alguien digno de respeto. Aunque no produzca nada, aunque parezca un peso, cada ser humano vale por sí mismo. Apreciar una vida humana simplemente en función de su productividad, o desde un cálculo de su “calidad de vida” o de los costos que produce el cuidarla y mantenerla, implica entrar en una mentalidad primitiva e injusta que puede llevar a experiencias tan dramáticas como las que llenaron de horror la Europa dominada por los totalitarismos nazi o comunista.

Creemos, además, que es injusto no respetar los derechos fundamentales de quienes tienen “enfermedades en el alma”. Los malhechores, los delincuentes, también son personas, también merecen respeto. Ciertamente, deben pagar sus delitos. Incluso a veces habrá que privarles de su libertad para que no puedan causar daño a otras personas. Pero todo ello no quita el buscar maneras de “redimirlos”, de educarlos para que puedan volver a la vida social de un modo distinto y justo. A ello debe orientarse toda sanción, aunque la realidad (la triste realidad) de las cárceles no ofrezca en muchos lugares castigos que sean realmente educativos y “redentores”.

La justicia será siempre un tema abierto, un tema discutido y afrontado por todos. Especialmente a la hora de establecer leyes. Sin olvidar que no pocas veces las leyes son el resultado de imposiciones arbitrarias de grupos de poder, quizá por culpa (también hemos de reconocerlo) de la pasividad de muchos ciudadanos que no aprovechan las oportunidades que la moderna democracia ofrece para evitar tales abusos. Otras veces, por desgracia, las leyes reflejarán la degradación moral de todo un pueblo, como cuando se aprueba por referéndum una ley del aborto o una ley racista.

Todos estamos llamados a velar por la justicia, a luchar para que a nadie se le prive de sus derechos fundamentales, a trabajar para que la solidaridad sea el eje en torno al cual gire toda la vida social de los estados y del mundo en esta etapa de globalizaciones y de cambios. De este modo la justicia dejará de ser un sueño, una utopía irrealizable, para convertirse en algo real, concreto, vivo, en fuente de armonía y de paz, en manantial de respeto y de apoyo hacia todos y cada uno de los seres humanos que viven a nuestro lado.