“No estoy en la lista”

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

El padre abad decidió organizar turnos para atender a los enfermos. Puso una lista en uno de los claustros del monasterio con el nombre del encargado, fray Benigno, y de otros tres frailes que serían ayudantes de enfermero.

Aquel invierno fue especialmente frío. La gripe explotó con más violencia que de costumbre. De entre los 20 miembros de la comunidad, cayeron en cama, al mismo tiempo, 6 frailes. Fray Benigno y sus tres ayudantes tenían trabajo todo el día. Preparar y llevar el desayuno, la comida, la cena, para 6 personas, un día sí y otro día también, no resultaba fácil.

Los “enfermeros”, después de una semana de trabajo, estaban cansados. Fray Benigno decidió pedir ayuda a otros frailes. Se acercó a fray Bernardo, un sacerdote cumplidor, bueno, quizá un poco escrupuloso. Le saludó como era costumbre en el convento. Luego le dijo: “¿Podría usted ayudarnos a mediodía para llevar la comida a dos de los enfermos. Así permitiríamos que fray Prudencio descanse un poco, pues ya lleva muchos días de trabajo”.

Fray Bernardo tuvo un deseo espontáneo de dar el sí que se le pedía. Pero se lo pensó dos veces, hizo una especie de cálculo mental, y dijo estas sencillas palabras: “No estoy en la lista de enfermeros...”.

Esa noche fray Bernardo tuvo un sueño. El padre abad y los demás frailes estaban alrededor de su cama, mientras su espíritu volaba al cielo. Llegó a una sala de espera bastante grande, con un cartel escrito con letras muy hermosas: “sección frailes”.

Fray Bernardo pensó que ya tenía el cielo asegurado. A lo lejos vio una especie de mostrador donde san Pedro trabajaba afanosamente. A su lado había algunos ángeles auxiliares, que iban y venían hacia las diversas secciones para conducir, uno a uno, a los que allí estaban esperando.

Llegó a la sala de los frailes, y se llevó a un anciano que había esperado unos 10 minutos. Luego volvió y tomó a un fraile joven, y también lo condujo al paraíso.

Fray Bernardo vio que llegaba otro fraile después de él, y luego otro, y luego otro. El ángel iba y venía. Cuando ya había llamado a los frailes que habían llegado antes de fray Bernardo, llamó al que había llegado después.

Nuestro Bernardo se puso nervioso, pero pensó que habría sido algún error. Volvió el ángel, y llamó al otro. De Bernardo, ni caso.

Cuando volvió el ángel, no dirigió la palabra a fray Bernardo. Este no pudo aguantarse, y le preguntó: “Disculpe usted, ángel emisario, pero creo que ya me tocaría pasar al paraíso”. El ángel le miró extrañado. Le preguntó su nombre. “Fray Bernardo” fue la respuesta.

El ángel voló al mostrador de san Pedro. Después de revolver algunos papeles y hacer algunas consultas, volvió con un deje de tristeza: “Lo siento mucho, pero usted no está en la lista...”

Fray Bernardo despertó. Era la una de la madrugada. Un sudor seco corría por la frente. Todo había sido un sueño, pero comprendió muy bien que podría tratarse de una realidad. Esa misma mañana fray Benigno lo encontró en la cocina: estaba preparando 4 bandejas para los enfermos.

Fray Bernardo no decía nada. Con sus ojos quería pedir disculpas, pero ya lo estaba haciendo con su vida. Mientras, en el cielo, una estrella juguetona empezaba a bailar de alegría. Y un petirrojo, ese día, cantó con más brío que el coro de frailes los días de fiesta mayor...