Ser padre hoy

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Se habla mucho de la importancia de la mujer como esposa, como madre, como trabajadora, como responsable de la vida pública... En cambio, se habla poco del varón como esposo, como padre, como trabajador, etc.

Si ser madre no es fácil, ser padre tampoco. Las dos figuras están unidas de modo inseparable: no puede haber madre sin padre, ni padre sin madre.

Ser padre, hoy y siempre, es una aventura. Cada hijo entra en la vida de los esposos como un misterio. ¿Será sano, será bueno, será obediente? El cariño de los recién casados, que llena de envidia a los amigos y conocidos, madura de un modo especial cuando llega ese momento intenso, grande, en el que la esposa susurra, con más o menos poesía, que ya llega el primero... El esposo, de este modo, se da cuenta que empieza a ser papá.

El embarazo, ciertamente, es una aventura sobre todo de la mujer. En esa aventura la nueva madre, que es también esposa, llevará con más alegría y confianza el peso y las alegrías de esos 9 meses si el esposo está allí, tierno, fiel, servicial, dispuesto incluso a cocinar y a lavar los platos...

Hoy sabemos que en las últimas etapas del embarazo el niño se orienta en el útero de un modo o de otro según escuche a mamá o a papá. El feto percibe si la voz del padre es tensa o polémica, o si es cariñosa y confortante, y su psicología queda ya marcada por estas primeras experiencias prenatales.

Si antes de nacer el padre entra en la vida del niño, su influjo se hace enorme, aunque no se dé cuenta, cuando el bebé es todavía un montón de ropa y un poquito de carne y ojos... Papá será visto como el buen amigo de mamá, una fuente de paz y de alegría, un rostro sonriente, unos bigotes o unas mejillas agradables, una mirada llena de cariño. Sin saberlo, el padre confirma el mensaje constante que toda madre da a su bebé: la vida es hermosa si nos aman...

Algunos esposos se quejan de que en los primeros meses de vida del niño han perdido parte del cariño de la esposa. Es normal que la mujer se “vuelque” sobre el bebé que ha llevado durante meses tan cerca de su corazón. Con un poco de diálogo de pareja, y con un mucho de amor sincero y generoso, el problema puede solucionarse con facilidad. Basta que a veces el esposo se levante las mangas y se meta en los trabajos de la casa; incluso, ¿por qué no?, puede aprender a cambiar los pañales o a dar el biberón. De este modo, la mujer, que se siente más liberada, puede dedicar el tiempo ahorrado en el niño para “invertirlo” como cariño hacia el “esposo celoso”...

Luego, en toda la vida infantil, el padre tiene un papel imprescindible. No es bueno que le deje a su mujer todo el peso de la formación del niño (desde cómo ponerse los zapatos hasta el modo de escribir). Si la madre lo hace todo, nos dicen algunos psicólogos, puede llegar a creer que el pequeño es más “de ella” que de “nosotros”. Y, así, los celos otra vez pueden herir la armonía familiar.

Es justo recordar, de todos modos, que el padre no tiene que asumir un papel “unisex”, como si diese lo mismo ser madre o ser padre. El niño necesita dos modelos distintos. Percibe la diferencia entre papá y mamá, diferencia que ayuda a desarrollar una sana psicología. De este modo, si encuentra en casa a padres (papá y mamá) bien definidos, que saben vivir en un clima de respeto y de cariño como soñamos en cualquier matrimonio feliz, le resultará mucho más fácil integrarse en el mundo de los mayores en ese binomio hombre-mujer que es la raíz del amor de los esposos y que ha permitido el nacimiento de cada uno de nosotros.

Resulta obvio que el padre tiene que “aparecer por casa” para poder ser modelo. Un padre que todo el día está fuera, que vive para su trabajo, que se “realiza” en sus éxitos profesionales o, por desgracia, en sus diversiones y sus hobbies extrafamiliares, no podrá ser modelo: será sólo un satélite que los hijos ven llegar y salir con más o menos velocidad. Un padre invisible es poco “padre”... El trabajo es importante, pero es mucho más importante el tiempo dedicado a la familia. Desde luego, esto vale también para la mujer en aquellas sociedades en las que el trabajo profesional puede no dejarle casi tiempo para estar en casa con los hijos...

Pero estar en casa no basta. El tiempo que se pasa con la familia tiene que ser “de calidad”. Lo más importante es el cariño que el esposo muestre por su esposa (y viceversa). Los niños notan enseguida si sus padres se quieren, o si se han convertido en rivales. Cuando al llegar a casa el padre contradice a la madre, o la madre les susurra a los niños: “cuando se vaya papá, haremos lo que yo diga”, se comprende que un grave naufragio amenaza a toda la familia.

En la educación del niño resulta importante, además, que la autoridad de los padres sea algo compartido. Si la madre permanece normalmente en casa (y esto no es discriminarla), el niño tiene que ver reflejado en el padre todo lo que ella le va enseñando: espíritu de trabajo, sinceridad, alegría, diálogo, capacidad de perdonar. De nada sirve decir “no pongas los pies sobre la mesa” si luego llega papá y pone sus “lindos” zapatos sobre la mesa de la discordia... Por lo mismo, el diálogo de los esposos es fundamental. Resulta triste la vida de familia cuando los hijos pueden aprovechar la guerra civil entre los padres para conseguir lo que quieran con ella o con él... Si los dos trabajan, ¡qué importante es que pueda haber siempre uno en casa! Y mucho más importante es que haya momentos en que estén los dos al mismo tiempo.

Gracias a Dios, son muchas las familias que dividen de modo armonioso las tareas de casa. No se trata de hacer un “acuerdo de paz” tras una discusión sobre lo mucho que yo hago y lo nada que haces tú... La familia feliz es aquella en la que cada uno quiere hacer más por el otro, aunque cueste.

Ser padre hoy puede ser más difícil que antes, pero no lo es si en la familia reina el amor. Dialogar, trabajar juntos, ceder en lo accidental, ayudar en todo lo que uno pueda. No se garantiza así un hijo perfecto, pero sí un hijo contento de sus padres, lo cual es mucho en un mundo en el que el egoísmo barniza cada día más corazones entristecidos. Si ocurre, por desgracia, que el adolescente empieza a abusar de su libertad y a hacer disparates, no podrá no mirar con confianza al hogar en el que sus padres se amaban y le amaron. Si se ha escapado, le será fácil volver un día no con el miedo al castigo, sino con la mirada de quien se sabe amado, “a pesar de todo”, por un padre y una madre que lo quieren, simplemente, como hijo.