¿Egoísmo o altruismo? ¿Individualismo o personalismo?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Son dos modos contrapuestos de vivir: egoísmo e individualismo frente a altruismo y personalismo.

En la óptica del egoísmo y del individualismo uno escoge lo que quiere, y al hacerlo determina lo que es lo bueno y lo que es lo malo. Quiere vivir totalmente libre de condicionamientos externos, de mandatos, de normas, de leyes, que limiten su libertad, que vayan contra los planes personales, que impidan al "yo" realizarse autónomamente, egocéntricamente.

Para el altruismo y el personalismo, en cambio, lo principal es el darse al otro, el descubrir la bondad del amor verdadero, el vivir de modo descentrado, altruista, "alterocéntricamente".

De un modo profundo y claro Juan Pablo II contraponía, en 1994, estas dos maneras de vivir. Al explicar cómo entender la "civilización del amor" en el contexto familiar, el Papa decía:

"El egoísmo, en cualquiera de sus formas, se opone directa y radicalmente a la civilización del amor. ¿Acaso se quiere decir que ha de definirse el amor simplemente como «antiegoísmo»? Sería una definición demasiado pobre y, en definitiva, sólo negativa, aunque es verdad que para realizar el amor y la civilización del amor deben superarse varias formas de egoísmo. Es más justo hablar de «altruismo», que es la antítesis del egoísmo" (Juan Pablo II, "Carta a las familias", n. 14).

La noción de altruismo, sin embargo, resulta todavía pobre e incompleta si no nos lleva a un paso sucesivo, más profundo: si no nos lleva a la caridad, al amor. Lo recalcaba el texto apenas citado en las siguientes líneas:

"Pero aún más rico y completo es el concepto de amor, ilustrado por san Pablo. El himno a la caridad de la primera carta a los Corintios es como la carta magna de la civilización del amor. En él no se trata tanto de manifestaciones individuales (sea del egoísmo, sea del altruismo), cuanto de la aceptación radical del concepto de hombre como persona que «se encuentra plenamente» mediante la entrega sincera de sí mismo. Una entrega es, obviamente, «para los demás»: ésta es la dimensión más importante de la civilización del amor" (Idem).

¿Dónde radica el daño más grave que procede del individualismo? Juan Pablo II lo explicaba así:

"El individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, «estableciendo» él mismo «la verdad» de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro «quiera» o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere «dar» a otro basándose en la verdad; no quiere convertirse en una «entrega sincera». El individualismo es, por tanto, egocéntrico y egoísta" (Idem).

En cambio, el personalismo tiene otro modo de pensar y de actuar, tiene otro "ethos". En palabras del Papa: "El «ethos» del personalismo es altruista: mueve a la persona a entregarse a los demás y a encontrar gozo en ello. Es el gozo del que habla Cristo (cf. Jn 15,11; 16,20.22)" (Idem).

Los dos caminos están siempre ante nosotros. Hay momentos en los que tomamos decisiones profundas hacia el personalismo, con el deseo sincero de vivir para los demás, en la perspectiva del amor. Pero ello no quita que el individualismo esté continuamente en actitud amenazadora: busca apartarnos del buen camino, nos invita a sopesar continuamente si "ganamos" o "perdemos" algo, nos tienta con pesimismos o tristezas al hacernos pensar que el vivir para amar es como invertir en un saco roto, que es arruinar proyectos maravillosos. En realidad, la peor forma de arruinar una vida es vivir para uno mismo, aunque lleguen mil aplausos, aunque cuelguen bellos títulos en las paredes del propio despacho...

Cada día hemos de luchar contra el individualismo, contra el egoísmo. Mejor, cada día hemos de fomentar el amor generoso y oblativo.

Será más fácil si miramos a quien nos amó hasta dar su vida por nosotros. Cristo es el primero en recorrer el camino del personalismo. Si dio su vida por nosotros, si nos acompaña con su Amor infinito, puede pedirnos que le imitemos. Así podremos hacer de nuestras vidas un reflejo (pobre, débil, pero sincero) de la Suya. Así llegaremos a vivir en este mundo como sal y como luz de un horizonte de gozo que empieza en el tiempo y que seguirá, eternamente, en el Reino de los cielos.