Poesía e historia

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Según Aristóteles, la historia narra lo ocurrido, lo concreto, lo inmodificable. La poesía, en cambio, no dice lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder. Por eso, seguía Aristóteles, la poesía es más filosófica, porque se fija en lo universal, mientras que la historia se fija “sólo” en lo particular y concreto.

Los históricos y los poetas podrán, desde luego, opinar a favor o en contra de estas ideas de un pensador que vivió hace más de 2300 años. Por nuestra parte, podemos notar que la poesía es capaz de suscitar sentimientos e ideas, quereres y reflexiones, que nos ponen ante temas profundos (eternos) de la existencia humana: la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, la esperanza y la amargura, la amistad y la traición, el amor y la soledad, el pecado y el perdón, el triunfo y el fracaso, lo humano y lo divino, el hombre y Dios...

A la vez, y en esto quizá tiene razón Aristóteles, la poesía habla de lo posible, lo aún no ocurrido. Lo “posible”, lo imprevisto, es tanto y tan confuso... Por eso el poeta sabe que con sus versos puede promover torrentes de bien, o puede destapar vicios hasta ahora controlados. Sus escritos, llenos de lirismo o de amargura, abren caminos de dicha o sendas de desesperación.

La poesía habla, así, del misterio de la libertad humana, de la apertura incierta ante posibles futuros. Una libertad que es algo grande, algo terrible, algo hermoso. Porque está abierta a los valores o a los más bajos vicios. Porque permite que nazca el amor sincero o que una vida quede empobrecida por egoísmos y sensualidades esclavizantes. Porque permite que existan familias abiertas al amor y a la vida, o que se destruyan convivencias frágiles que duran lo poco que puede durar el sentimiento que unió a quienes decían falsamente amarse para siempre.

La historia llega luego. Para constatar lo que ha quedado fijo, inmutable, en ese pasado que pesa como un lastre indestructible. Un pasado, es verdad, que condiciona mucho el presente, pero que no puede quitarnos por completo la libertad. Un pasado que nace de hechos, decisiones, bifurcaciones en puntos pequeños con resultados a veces totalmente imprevisibles y desproporcionados.

Un general se equivoca de camino, y el ejército pierde la batalla. Un niño tropieza con un cable y evita que varios terroristas detonen su explosivo. Unos esposos dejan de pensar en la pobreza familiar y acaba de nacer un niño que con los años llega a ser un importante científico. Un político opta por ser honesto, arruina su carrera pero vive feliz entre los suyos. Un empresario hace una mala inversión y deja sin trabajo a mil obreros. Un médico decide hacer abortos, y cientos de mujeres quedan con una herida profunda en sus corazones angustiados...

Las decisiones quedan allí, inmodificables, frías, a veces despiadadas. El histórico “grande”, el que cuenta batallas importantes y profundos cambios socioeconómicos, lo sabe muy bien. Lo sabe también el histórico “pequeño”, el que narra las historias sencillas de hombres y mujeres del siglo I, del siglo X o del siglo XX.

Mientras, la poesía no deja de abrir horizontes, cantar esperanzas, suscitar sueños, promover lágrimas de conversión, resucitar amores, arrancar egoísmos.
También, es verdad, hay poetas que promueven el odio, que exaltan el racismo, que cantan con orgullo la grandeza de un pueblo que oprime a las naciones vecinas. Como también hay históricos que mienten o manipulan sus relatos, que escogen sólo fragmentos de verdades para denigrar a unos y ensalzar a otros. En la poesía y en la historia, como en la vida, se mezclan cada día el trigo y la cizaña.

Mientras haya libertad, será posible abrirnos a poesías buenas, a sueños de esperanza, a ese deseo de empezar a vivir sin egoísmos, con un amor sincero. Será posible dejar que Dios penetre en nuestra existencia para curar heridas, para restaurar fuerzas gastadas, para orientar corazones y para iluminar conciencias.

Son libres los poetas buenos, realizadores de proyectos divinos en un mundo necesitado de alegría. Poetas que viven el Evangelio, la poesía más hermosa que jamás haya soñado el ser humano. Porque se convirtió en evento, porque fue firmada con la Sangre del Cordero, porque se convirtió en la mejor página de la historia humana, escrita con un corazón poético: el corazón de un Dios que es Belleza, Bien y Amor eterno.