San Pablo y el tabaco

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Desde hace años se suceden campañas nacionales e internacionales contra el tabaco. Tales campañas buscan disuadir a los adolescentes y jóvenes para que no empiecen a fumar, a los fumadores para que dejen de fumar, o a que fumen en cantidades mucho más reducidas, o a que no dañen con el “humo pasivo” a las personas que se encuentren cerca de los fumadores.

En el ámbito católico, además, es posible encontrar a personas que miran con malos ojos a los fumadores. Incluso algunos piensan que fumar puede ser pecado, por ir contra la propia salud y contra la salud de los demás.

Muchos fumadores católicos, sin embargo, piensan que no existen estudios suficientemente serios que demuestren que el tabaco sea dañino. Recuerdan, además, que ha habido y hay personas ejemplares que no ocultaban su afición a los cigarrillos.

Para evitar tensiones o conflictos en este campo, podríamos ayudarnos de un famoso texto de san Pablo. En su primera carta a los Corintios toca un problema que dividía a aquella comunidad cristiana: ¿es lícito consumir carnes inmoladas a los ídolos? (1Cor 8,1-13).

La respuesta es un hermoso ejemplo de delicadeza, de prudencia y de caridad teológica. Por un lado, queda claro que los ídolos no son nada, y que comer algo inmolado a una imagen vacía no implica cometer ningún pecado: quien desee comer carnes sacrificadas a ídolos paganos puede hacerlo con toda tranquilidad.

Pero san Pablo se daba cuenta de que para algunos cristianos el comer carnes inmoladas a los dioses era sinónimo de idolatría, lo cual era un pecado muy grave.

¿Qué hacer, entonces? Ante esta división de opiniones, el cristiano que sabe que puede comer este tipo de carnes debe evitar cualquier escándalo a aquel otro cristiano que no llega a comprender la libertad que le corresponde en el Señor, que piensa que está mal lo que está bien.

“En efecto, si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡el hermano por quien murió Cristo! Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano” (1Cor 8,10-13).

¿Podemos aplicar este texto al tema del tabaco? Uno está convencido de que puede fumar, de que no hace mal al consumir algunos cigarrillos cada día. Pero también ve a su lado a otro que no comprende, que piensa que es pecado, que le aconseja una y otra vez que deje de fumar. O, tal vez, descubre que un niño o un adolescente que duda entre empezar o no empezar a fumar, recibirá un fuerte influjo a favor del tabaco al ver a su catequista, a un sacerdote, a un padre de familia ejemplar cómo fuma uno tras otro no pocos cigarrillos diarios.

La caridad dará el criterio justo: si sé que mi fumar escandaliza a un hermano, tendré la suficiente caridad como para no dañar a los “débiles”, para no fumar en público o, incluso, para disminuir cada día más la cantidad de cigarrillos diarios.

Pero también la caridad debería llevarnos a ser más comprensivos con quienes fuman. Para no creer que cualquier persona que tiene entre sus dedos una señal de humo se convierte automáticamente en un pecador o en un peligro social. Para no pensar que ser fumador, de un modo razonable y ordenado, es incompatible con la santidad.

Unos y otros, fumadores y no fumadores, estamos llamados a escuchar a san Pablo. Para comprender que hay muchos hermanos débiles, confundidos, necesitados de ayuda. Entonces será posible que más de un joven o un adulto deje de fumar, simplemente porque ama a quienes le piden una y otra vez que abandone el tabaco, aunque esté convencido de que no hay mal alguno en el consumir varios cigarrillos diarios.

A la vez, resultará posible ser más bondadosos con los que fuman con medida, para no señalarles como pecadores esclavos de un vicio criminal. Porque, como recuerda el Catecismo, el problema respecto al tabaco y a otros productos (como el vino) no está en el uso, sino en el abuso (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2290).

Fumar o no fumar: quizá no es esa la cuestión más importante. Lo principal es amar. Si amamos, seremos capaces de comprender y aceptar a los fumadores moderados. O también seremos capaces de dejar de fumar, para que por nuestra culpa ningún hermano se sienta confundido o herido en su conciencia.

Sí: somos libres en Cristo. Pero libres para amar. También a la hora de afrontar el discutido y complejo tema del tabaco. Entonces no serán pocos quienes decidan dejar de fumar moderadamente para hacer felices a quienes se lo piden continuamente, aunque estén convencido de que no es nada malo. Entonces también otros dejarán de juzgar a los fumadores, si no dañan su salud y buscan aquellos lugares en los que no molesten a los demás ni causan pena en los seres que más aman.