Globos que vuelan lejos

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Con una sabiduría sencilla y plástica, alguien afirmó no hace mucho tiempo: “Los globos no van al cielo por el color que tengan, sino por lo que llevan dentro...”.

En la vida encontramos globos de los más variados colores y formas: globos rojos y violetas, globos redondos o alargados, globos psicodélicos, que diseñan animales, plantas o hasta helados.

También entre los hombres y mujeres encontramos tanta variedad... Unos con chaqueta y corbata, otros con una camiseta en la que aparece el rostro de un famoso artista. Unos con gafas de sol, otros con las pestañas pintadas de colores. Unos con anillos en varios dedos, otros con los dedos cubiertos por guantes de terciopelo. Unos con zapatos negros bien lustrados, otros con alpargatas ideales para un museo...

Pero lo que hacen unos u otros no depende, normalmente, de la ropa, ni de las gafas, ni del color de la piel, ni de la bolsa más o menos llena de utensilios y dinero. Lo que hacen, el subir o el bajar, el amar o el odiar, depende de lo que hay dentro.

¿Qué llevo dentro de mi corazón? ¿Abundan los rencores o la gratitud, la esperanza o la pena, el amor o el capricho, la transparencia o la trampa, la paz o la turbulencia que inquieta a todo el que se acerque a mi lado?

Todo radica ahí, en el aire que está “dentro”. En ese interior que cambia, que a veces me lleva hacia los cielos, y otras veces me deja pegado, muy pegado, a lo más bajo de la vida. Ese interior que tiene momentos de generosidad, de entrega, de amor sincero. Y que también tiene momentos de egoísmo, de pereza, de traiciones despreciables y cobardías llenas de complejos.

Vale la pena detenerse, de vez en cuando, y ver qué aire entra en mi alma, qué pensamientos dirigen mis pasos, qué principios orientan mis decisiones más profundas o más banales.

No soy lo que los otros digan o vean de mí. Soy lo que hay en mi alma, en lo más profundo de mi corazón. Y eso sólo Dios lo conoce y lo mide, pues Dios “sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce...” (Si 42,18).

Si me acerco a Dios, si le dejo curar mis heridas y purificar mi aire, podré llenarme de amor del verdadero. Seré capaz, entonces, de dejar lastres de egoísmo. Empezaré a volar hacia un Padre que tanto me ama, hacia el hermano que suplica una ayuda y una palabra de aliento. Recibiré, así, un corazón cristiano, lleno de paz, de gozo y de alegría verdadera.