Dios te ayuda si te dejas

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

El gobernador no tenía ninguna duda: en menos de 24 horas la ciudad iba a quedar completamente inundada. Ordenó la evacuación y puso en marcha todo el sistema de seguridad previsto para las situaciones de emergencia.

La radio y la televisión repetían continuamente el aviso: hay que evacuar. Por las calles pasaban camionetas y coches con altavoces que daban una y otra vez la misma orden. Cientos de familias, con angustia, con prisa, recogieron los objetos más valiosos y tomaron la carretera hacia el norte. Otros se apelmazaron junto a la estación de tren y junto a los autobuses, para una huida de emergencia.

No habían pasado 10 horas cuando la ciudad parecía un pequeño desierto de edificios. Pero una casa seguía iluminada. Llegó una patrulla de la policía a avisar al inquilino. Llamaron a la puerta. Manuel abrió, escuchó las indicaciones, y respondió: “Les agradezco el aviso. Ya sabía lo de la inundación por los avisos dados en televisión, radio y altavoces, pero me quedo en casa. ¿Por qué? Porque yo confío mucho en Dios, y Dios no dejará de ayudarme”.

La patrulla decidió no discutir, y continuó su recorrido para ver si quedaba otras personas rezagadas.

Varias horas después la lluvia llegó de modo impetuoso. En las calles se formaban charcos cada vez más hondos. Algunas vehículos de bomberos hacían la ronda para controlar que la evacuación había sido completa. Encontraron a Manuel en su casa. Llamaron, avisaron, suplicaron. La respuesta fue idéntica: “Yo confío en Dios. Pueden irse tranquilos, que no me pasará nada”.

El agua subía y subía. Las calles sólo podían ser recorridas por camionetas especiales del ejército. Una de ellas llegó a la casa de Manuel. El mismo aviso y la misma respuesta. Los soldados se alejaron confundidos.

Como estaba previsto, a las 24 horas la ciudad era un enorme lago. Las aguas cubrían todas las puertas y amenazaban con llegar a sepultar los edificios de dos pisos. Manuel había subido a la terraza. Vio pasar una barca de socorro. Desde la barca intentaron acercarse, le ofrecieron una nueva oportunidad de salvarse. Manuel no quiso hacer caso. “Yo confío mucho en Dios, y no permitirá que me ahogue”.

Un helicóptero sobrevolaba lo que quedaba de la ciudad. Algunos techos parecían hipnotizados entre el ímpetu de las aguas enfurecidas. Sorpresa del piloto: en una terraza, a punto de ser absorbido, un cuerpo humano. Se acerca, lanza una cuerda de rescate. Manuel saluda y mueve el brazo para repetir su insistente “no”. El helicóptero no puede permanecer más tiempo por falta de combustible, y se retira.

Manuel, a los pocos minutos, murió ahogado. Podemos imaginar cómo llegó, profundamente turbado, a llamar al cielo. No cabía en su asombro, pues estaba seguro de que no iba a morir, de que Dios quería ayudarle. Pero murió...

A la entrada del cielo lo recibió san Pedro. Si Manuel no acababa de creer que estaba muerto, san Pedro se mostró también muy sorprendido.

“Pero, Manuel, ¿qué haces por aquí?”

“Es lo que yo pregunto. Vengo de una inundación. Confié que Dios me iba a ayudar, y, por sorpresa, me ahogué. ¿Cómo es que no me llegó ninguna ayuda del cielo?”

San Pedro no podía quedarse tranquilo. En el cielo la eficacia está al orden del día, y los resultados son espléndidos, aunque la gente de la tierra no siempre se da cuenta. Llamó a varios ángeles expertos en computación, y pidió que controlasen la base de datos referidas a Manuel.

A los pocos segundos san Pedro recibía el listado de todo lo que Dios había hecho por Manuel.

“Pues mira, Manuel, hicimos muchas cosas para salvarte. Primero, te mandamos avisos por la radio y por la televisión. Luego te permitimos escuchar a coches y camionetas que repetían continuamente que dejases tu casa. Luego llegó contigo una patrulla de policía guiada directamente por tu ángel de la guarda. Como vimos que no hacías caso, decidimos mandarte a los bomberos, y luego una camioneta del ejército.

Para casos tan especiales como el tuyo, tuvimos que movilizar una barca y, por último, porque Dios quería que tú siguieses en la tierra, un helicóptero (y no es nada fácil conseguirlo). A nadie hiciste caso, por eso has llegado aquí antes de tiempo...”

¿Hay que dar moraleja?

(No conozco quién sea el autor de esta historia, que ha sido adaptada y rehecha en algunos detalles después de haberla escuchado en una predicación hace ya varios años).