Edimar: siempre es posible cambiar

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)   

 

 

Edimar Alves de Madeiro es un chico de la calle, un “menino da rua”. Había nacido en Taguatinga (Brasil) el 2 de septiembre de 1977. En 1989 se trasladó, con la familia, a Samambaia, una ciudad satélite de los alrededores de Brasilia.

A la pobreza de la zona (falta casi todo, también electricidad y alcantarillado) se suma el difícil ambiente familiar. Su padre, alcohólico, golpea a la esposa y a los hijos, y no se preocupa para nada de sus deberes familiares. Edimar termina por dejar su casa para vivir, como tantos otros niños, en la calle.

Se reúne con una banda de amigos: Leandro, Sergio, Iván y Andreia. Con el tiempo contacta con Tiâo, un delincuente que gana la confianza de Edimar hasta el punto de acogerlo en su casa. Tiâo a veces va a la cárcel, y le toca a Edimar robar para mantener a su “familia” adoptiva y para pagar los gastos legales. Por este tiempo, Edimar se introduce en la vida de la droga: diariamente consume una pasta de cocaína o de marihuana...

La vida de banda y de robos no impide a Edimar el ir a la “escuela”, un lugar casi sin paredes y, gracias a Dios, con profesores. En la “escuela” enseñan Gloria y Sêmea, dos profesoras que ganan, poco a poco, la confianza de los chicos. Desde 1993, Sêmea organiza actividades los sábados, para tenerlos ocupados en juegos sanos y evitar así los peligros de las bandas.

Gloria fue la primera en ganarse algo de confianza de Edimar. Sêmea, en cambio, lo había regañado por haber entrado en clase para pegar a otro compañero. En esa ocasión, los demás chicos se asuntaron. Avisaron a Sêmea que Edimar era un delincuente, que era peligroso. Sêmea, sin embargo, no tuvo miedo, y empezó a conquista el cariño del muchacho.

Al fin, Sêmea consigue que Edimar (tiene ya 15 años) participe en una “Escuela de comunidad” donde puede enseñarle algunos principios para vivir de modo correcto. Edimar trae al grupo a algunos de sus amigos de banda, y empieza a cambiar poco a poco. Incluso prohíbe a Leandro (que es un año menor que él) que tome drogas...

Pero es un cambio lento. Edimar no deja su vida de robos y de droga, y sigue bajo la autoridad de Tiâo. Sêmea piensa, entonces, que sería bueno ofrecer algo más serio: invita a Edimar a un campamento de vacaciones organizado por estudiantes de Comunión y Liberación.

Así, a finales de 1993, Edimar va a Miguel Pereira (estado de Rio de Janeiro) con su profesora. Al inicio mantiene una actitud de reserva y recelos. Luego, empieza a juntarse con los otros chicos, juega, ríe, baila. Su estabilidad interior parece crecer por el hecho de dejar de tomar, durante esos días, las drogas a las que está acostumbrado.

Hay alguien en el campamento que impresiona mucho a Edimar: el padre Marcos, un sacerdote que todo el día está con los chicos, que ríe y que juega con ellos. Edimar lo busca y lo interroga: ¿qué es eso de ser cura? ¿Y no hay mujeres? ¿Es posible vivir así, de un modo tan “extraño”?

Edimar descubre que existe otra manera de vivir. A sus amigos les dice un día: “también yo quiero ser cura”. Le miran con asombro, se burlan un poco de él; pero lo ven decidido y piensan que está hablando en serio.

Cuando hay misa, Edimar quiere ponerse en la fila para la comunión, pero el padre Marcos le aconseja esperar. Un día pueden hablar con más calma. Edimar le dice al padre que ha hecho todo tipo de pecado imaginable. El padre Marcos le sugiere que entonces habría que pedir perdón a Dios. El chico pregunta: “¿Dios me perdonará?” El padre le invita a la confesión, y el perdón llega a un Edimar sorprendido, admirado: está descubriendo que Dios es Amor y que perdona todo, todo, absolutamente todo...

El campamento ha terminado. Corre el año 1994, y se nota más atención en Edimar en la escuela y mejores resultados. Sigue en la banda, pero el cambio es cada vez más profundo. Decide dejar la droga y empieza a leer la Biblia. Pero siente fuerte la dependencia del jefe, de la banda, de una vida que se mueve en la ilegalidad, en el delito. No es fácil romper con un pasado tan dramático.

Los hechos se suceden con rapidez. En una ocasión, Edimar es encarcelado, pero con las “gestiones” de Tiâo lo liberan en seguida. En otra ocasión, Edimar rompe una botella y amenaza a una chica de la clase. Tiene que intervenir Sêmea para calmar la rabia del muchacho. Varios días después, Edimar pide perdón, ante la sorpresa de sus compañeros.

El 29 de julio de ese año 1994, Edimar le dice un día a su mejor amigo, Leandro: ya no quiero volver a robar. Está decidido a romper del todo con su pasado, a dejar la banda, a cambiar de vida. Sêmea le había ofrecido la posibilidad de salir de la ciudad y ser adoptado por una familia. Edimar habla con ella: quiere aceptar. Si todo va bien, el día 31 de julio podría dejar Samambaia para iniciar una nueva etapa.

Pero explota una desgracia inesperada. Ahora, precisamente ahora, que Edimar está a punto de romper con su pasado. La tarde del 30 de julio se celebra el cumpleaños de Leandro. Los amigos (Edimar incluido) tienen una fiesta. Aparece por unos momentos Tiâo, que luego se retira.

Pasan las horas, y llega la noche. Los chicos encienden una hoguera en la calle, y siguen el festejo. Tiâo regresa armado, y algo alterado, pues acaba de tomar droga. En ese momento, pasa un coche con Regis, jefe de una banda rival. Tiâo, entonces, da la pistola a Edimar y le ordena: mátalo. Edimar se niega. Entonces Tiâo le dice: o matas a Regis o entonces tendrás que matarme a mí. Edimar vuelve a dar una negativa, y le devuelve el arma.

Edimar hace un gesto de retirarse, quiere dejar el grupo. Tiâo, entonces, dispara y le alcanza en el cuello. Edimar cae sobre el fuego, mientras los demás chicos gritan y quieren detener a Tiâo, pero éste vuelve a disparar varias veces al herido. Edimar muere, mientras lo trasladan al hospital, en la madrugada del 31 de julio.

La historia podría haber terminada así, en su simple dramaticidad, como un absurdo casi sin sentido. Pero no ha terminado. Ni puede terminar. En el dramático mundo de Samambaia, algunos amigos de la banda de Edimar, impresionados por su ejemplo, cambian de vida. Poco tiempo después, una serie de iniciativas sociales y educativas giran en torno a su nombre y a su historia, en Brasil, en Italia, en Africa, en Rumania, y llegan así a las vidas de otros muchos “chicos de la calle” que necesitan un poco de compañía y de afecto para ser rescatados del mundo del delito.

Edimar quedó profundamente impresionado cuando supo que Dios amaba y perdonaba. Habrá quedado mucho más sorprendido al encontrarse con ese Dios que no puede olvidarse de ninguno de sus hijos, que acoge a todos con infinito amor, que repite hoy, como hace dos mil años, “no he venido a salvar a los justos, sino a los pecadores”. Edimar, al descubrir el Evangelio, al recibir la ayuda de católicos convencidos, empezó a cambiar en serio, empezó a vivir de un modo nuevo. Hasta negarse a cometer una injusticia, hasta ser sacrificado por romper con el mal. Hasta decir, con su no al delito, un sí convencido al amor que debe ser el distintivo del cristiano.

(Una breve historia de Edimar, elaborada a partir de entrevistas a sus conocidos y a las profesoras Gloria y Sêmea, ha sido publicada recientemente: Juliana P. Pérez - Raffaella Zardoni, Edimar. Un encuentro de gracia en la roja tierra de Brasil, Suplemento a la revista Huellas, Madrid, diciembre 2004).