Busqué a Dios

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)   

 

 

Miré al mar y busqué a Dios. Encontré el murmullo de las olas, los reflejos del sol, el vuelo de las gaviotas, la alegría de unos niños que jugaban en la playa, las caricias de un viento caprichoso y juvenil.

Miré al monte y busqué a Dios. Los árboles se abrazaban entre sí. Los petirrojos y los mirlos llenaban de cantos el silencio. Alguna brisa movía poco a poco mil hojas, despertaba susurros nuevos entre ramas, hojas y suelo.

Miré una flor y busqué a Dios. Entre los pétalos caminaba una hormiga, mientras el polen amarillo caía, poco a poco, para fecundar un óvulo, para dar inicio a una nueva vida.

Miré al cielo y busqué a Dios. Mil estrellas lanzaban mensajes de silencio, entre el brillo vacilante o la luz intensa con la que hablaban de su fuerza. Un extraño deje de nostalgia se recogía en aquella bóveda infinita, inabarcable por unos ojos saciados de añoranzas.

Miré la ciudad y busqué a Dios. Pasaban ante mí coches y autobuses, adultos y niños, ancianos y vendedores. Gente con prisa y gente tranquila. Sanos y enfermos, turistas y obreros, policías y ladrones.

Miré a una familia y busqué a Dios. El amor de los esposos era total, sincero, pleno. Junto a ellos, seis chiquillos hablaban de sueños, de vida, de esperanza, mientras la pequeña de dos años quedaba dormida en el suelo del coche y el grande de 14 años daba órdenes para apartar del peligro a los hermanos más amantes de aventuras.

Todos me dijeron una palabra sobre Dios, y todos me dejaron con hambre y sed, con anhelos de encuentro, con una nostalgia infinita de algo más profundo y más intenso.

Miré a una Cruz, y descubrí que Dios vino a nosotros, caminó a nuestro lado, nos dejó su Palabra y su Vida. Escuché que se llega al Padre sólo desde el Hijo; que Jesús nos muestra, como a Felipe, el rostro del Dios bueno.

En una iglesia pequeña, brilla una lámpara. Allí, en el Sagrario, está el Cordero. Ante Jesús puedo coger otra vez el Evangelio y escuchar, como le oyeron tantos junto a un monte, su palabra: “Venid a mí todos... buscad y hallaréis: no hay un amor más grande...”.