La ética y el tiempo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)   

 

 

Una vieja definición nos dice que la ética es aquella disciplina que nos indica qué está bien y qué está mal.

Esta definición es bastante incompleta y vaga. En primer lugar, porque “lo que está bien o mal” puede ser entendido de muchas maneras. Algunos lo entienden en clave subjetiva: lo que cada uno piensa que está bien o está mal. Por ejemplo, a veces una persona piensa que está bien emborracharse, o usar de violencia contra los hijos, o incluso vengarse y asesinar a un enemigo.

Otros saben que algo está siempre mal, pero se dejan llevar por un momento de pasión, y luego se justifican: no quería hacerlo, estaba fuera de mí, etc.

Otros entienden “lo que está bien o mal” en clave sociológica: lo que es admitido en una sociedad se convierte en algo bueno o, al menos, tolerable. La historia nos muestra cómo cambia, en los lugares y en los siglos, la percepción sobre lo bueno y lo malo, lo que se permite o se prohíbe en cada grupo humano.

En algunos pueblos de la antigüedad, la esclavitud era algo “bueno”. En otros, la guerra era vista como un deber, eliminar al enemigo como un motivo de orgullo. En otros, se aceptaba el aborto, el infanticidio. Se han descubierto tribus en las que se provocaba la muerte violenta de los ancianos como parte de la misma vida.

Hoy domina, en los países de tradición occidental, un cierto modo de ver “lo bueno y lo malo” que no coincide con lo que se pensaba hace 100 años. Ahora muchos ven la anticoncepción como un progreso científico y ético. Otros consideran el divorcio como algo bueno. Hay quienes creen que la infidelidad conyugal no puede ser vista como condenable, sino como parte normal del desarrollo psico-sexual de las personas. Estas ideas, hace 100 años, eran condenadas como erróneas desde el punto de vista ético, y hoy, en cambio, son vistas como aceptables.

Lo anterior nos da a entender que “lo bueno y lo malo” no es algo fácilmente individuable, al menos en algunos ámbitos, y que las opiniones cambian con el pasar del tiempo.

Incluso en temas más o menos aceptados es posible cambiar de punto de vista. Por ejemplo: existe una sensibilidad bastante difundida de que el robo es algo malo, pero ello no impide el que se cometan, cada día cientos o miles de robos en las ciudades de nuestros países. Algo parecido ocurre respecto de la pederastia o del crimen. Ni todos los individuos ni todas las culturas han pensado así, y ello muestra que incluso sobre los temas “más evidentes” existe la posibilidad de que algunos se opongan a la ética defendida por un pueblo, o de que algún día el pueblo llegue a pensar que no estaba tan mal lo que antes era considerado malo.

Todo ello exige profundizar en la ética, que no puede quedarse en constatar lo que es permitido o promovido en un determinado pueblo, en un tiempo de la historia. Lo bueno y lo malo no puede depender de opiniones ni de culturas, pues entonces lo único “malo” sería oponerse al pensamiento dominante (¿y por qué eso sería malo?). En ese caso, Sócrates habría sido un perverso, Cristo un fracasado que no aceptó la autoridad que dominaba en su pueblo, Pablo de Tarso un extraño que hablaba de castidad en un mundo donde el sexo se vivía sin traumas, Francisco de Asís un psicópata que defendía la pobreza cuando el bienestar llamaba a las puertas de Europa.

Precisamente porque la ética no coincide con la “cultura dominante”, hay y habrá miles y millones de seres humanos que vivirán según unos principios que valen por sí mismos. Aunque para vivir así tengan que ir a un campo de concentración nazi o comunista, aunque todos se rían de ellos por aceptar el tener muchos hijos, aunque se les critique de “retrógrados” o “anticuados” por defender lo que vale por encima de la ola de la moda.

Quizá esos hombres, esas mujeres, muestran que hay un bien y un mal superior, por el que vale la pena estar dispuestos a morir. No es “ético”, para conservar la vida, perder los motivos del vivir, según una famosa frase del poeta romano Juvenal. La máxima expresión de la grandeza humana consiste en estar dispuestos a ser condenados por el pensamiento dominante para vivir según valores que valen siempre, porque están escritos, de un modo misterioso y profundo, en la conciencia de cada ser humano. Aunque el polvo del “progreso” quiera sepultarlos en el olvido o quiera rechazarlos con desprecio.