«Semillas de esperanza»
Escribir

Autor: Padre Fernando Torre, msps.  

 

 

Tener frente a mí una página en blanco o la pantalla de la computadora es una invitación a crear y un reto a mis capacidades. ¿Podré llenar de vida esta nada?
Aunque al principio no sepa sobre qué hablar, la decisión de escribir fecunda mi entendimiento y mi corazón, y surgen los temas.
Si en un primer momento las palabras se resisten a expresar lo que quiero, luego, tras un duro y paciente ejercicio corrección, se doblegan a mis propósitos.
Escribo, porque con mi palabra quiero servir a los demás. Porque quiero que este mundo sea más justo y más bello, porque quiero transmitir alegría y esperanza, porque quiero que los demás conozcan a Dios. No todo es altruismo; también hay en mi escritura un sutil grito de vanidad: «léanme, mírenme». Hay un reclamo de reconocimiento y afecto, un deseo de permanecer en la mente de los lectores o, al menos, en el catálogo de alguna biblioteca.
Escribir es una obligación. Me comprometí a enviar cada mes un texto para una revista; pero gracias a esa obligación soy fecundo. Escribir es un placer. Me encanta escribir, pues pone en juego toda mi persona. Disfruto al ir venciendo los obstáculos, me asombra constatar cómo mis ideas van tomando carne a través de las palabras. Gozo al dar a luz un texto. Escribir es una necesidad. Sólo escribiendo puedo pensar ordenadamente, mirar mis sentimientos, procesar mis experiencias y proyectar mis deseos.
Me importan sobre todo las ideas, a cuyo servicio está todo lo demás: las palabras, la sintaxis… Busco que mis textos sean breves, claros e interesantes. Trato de utilizar un lenguaje que ilumine la inteligencia de los lectores, pero que también despierte su imaginación, toque su corazón y estimule su voluntad.
Y tú, ¿de qué manera ejercitas tus capacidades?, ¿dónde pones en juego tu creatividad?