«Semillas de esperanza»
Ayudar al que ayuda

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

          Un día, como a las 7 de la mañana, vi que una señora, de unos 60 años, estaba tirada en la calle. Me dijeron que minutos antes la había atropellado un autobús. Tenía una gran herida en la parte izquierda de la cabeza, de la que salía sangre en abundancia. Allí estaban unos policías, que ya habían llamado a la ambulancia.

La señora espontáneamente se llevaba las manos a la herida y se la restregaba. Para evitar que se hiciera más daño, me acerqué a ella, me puse de rodillas a su derecha y la tomé de las manos. Otra persona cubrió la herida con una tela, tratando de detener la hemorragia. La señora sólo decía: «¿Dónde estoy? ¿Qué me pasó?» Y se quejaba gritando.

Esperamos unos 15 minutos y la ambulancia no llegaba. Una persona que pasaba por allí la reconoció: «Es doña Lupita. Trabaja haciendo la limpieza en la oficina». Por más que yo le hablaba por su nombre, ella no reaccionaba. Con el paso del tiempo el tráfico aumentaba, lo mismo que nuestra frustración y rabia, pues no podíamos hacer nada más para solucionar aquello.

Yo sudaba mucho, pues estaba de rodillas luchando por impedir que la señora se llevara las manos a la herida. Me secaba el sudor con la manga de la chamarra. Entonces sucedió algo inesperado: un señor que estaba de pie a mis espaldas me secó el sudor con su pañuelo. Me acordé de las enfermeras en los quirófanos, y de la estación del vía crucis: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.

Por fin, como 45 minutos después del accidente, llegó la ambulancia. Durante ese tiempo, repetidas veces el señor pasó su pañuelo sobre mi cara. Yo me sentí muy reconfortado por su ayuda.

El sufrimiento ajeno desafía a nuestra solidaridad: si no podemos ayudar directamente, sí podemos ayudar al que ayuda.