«Semillas de esperanza»
Pecados de omisión

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión», decimos al rezar el Yo pecador. Casi todos consideramos pecado algo malo que hemos hecho. Menos común es sentir que pecamos cuando hemos pensado o dicho algo. Y ¿los pecados de omisión?

El pasaje del juicio final dice que irán al castigo los que no ayudaron al necesitado: «Tuve hambre y no me diste de comer» (Mt 25,42). Para dañar nuestra relación con Dios, no es necesario hacer el mal (quitar el pan); basta con no hacer el bien.

Pero nadie puede solucionar todas las necesidades ajenas ni realizar todo el bien posible (ahora podríamos estar visitando enfermos, o dando una catequesis a los jóvenes…). Para que algo que hemos dejado de hacer se considere pecado de omisión, se tienen que dar simultáneamente estos seis elementos:

       que sea algo bueno en sí mismo y que la solidaridad con los que sufren me lo exija: dar una medicina al enfermo;

       que yo esté en la circunstancia geográfica: un pobre que encuentro en mi camino y no uno que está en otro país;

       que física, moral o económicamente yo pueda hacerlo: si estoy paralítico no puedo ir a visitar a los encarcelados;

       que sea algo extra, sin que me impida realizar mi misión: la maestra no puede abandonar a sus alumnos para ir a visitar enfermos;

       que tenga conciencia de que el otro necesita de mi ayuda. A veces dejamos de hacer el bien no por maldad sino por distracción;

       que, tras un serio discernimiento, sienta que Dios o mi conciencia me dice: «hazlo».

De ordinario cometemos pecados de omisión por pereza, por egoísmo, por nuestra resistencia a cambiar nuestros planes, por ser avaros de nuestro tiempo… por falta de amor.