«Semillas de esperanza»
Soy fruto de mis encuentros

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

Mientras que el naturista piensa: «soy lo que me he comido», y el publicista: «soy los estímulos visuales o auditivos que he recibido», yo creo que he llegado a ser quien soy, en buena parte, gracias a los encuentros que he tenido.

Nuestra identidad más profunda se ha ido formando a partir de la interacción con personas concretas. De gran importancia fueron los primeros cinco años de vida, pues configuraron nuestra personalidad. Honda huella dejó en nosotros la relación que tuvimos con nuestros padres y demás familiares cercanos. Nuestra capacidad de enfrentar la vida y sus desafíos depende, en gran medida, de la manera como fuimos tratados en la infancia.

Yo nací en San Luis Potosí, hablo español y soy cristiano. Si hubiera nacido en Afganistán, hablaría árabe, probablemente sería musulmán y hasta miembro de Al-Qaeda. ¿Exagero? Tal vez, pero sólo un poco.

¿Estaremos, entonces, determinados por nuestra infancia? Desde luego que no, pues hay un amplio margen para la libertad. Pero, aunque no estemos determinados, sí estamos condicionados.

Los encuentros significativos posteriores (en la adolescencia, juventud o adultez) también modifican nuestra manera de ser: pensemos en san Agustín y su encuentro con Jesu­cristo; o en unos esposos, ¿acaso no modificó su vida el encuentro con quien hoy es su pareja? El P. Félix Rougier tenía 43 años cuando se encontró con Conchita Cabrera de Armida; a partir de entonces este sacerdote marista se orientó hacia otros horizontes.

Si recorremos mentalmente nuestra vida, sin duda que recordaremos nombres y rostros de personas que han influido en nosotros: un compañero de escuela, una maestra, un amigo, el terapeuta, los hijos… Todos ellos, de una forma u otra, nos han ayudado a ser lo que somos.