«Semillas de esperanza»
Dios vive en mí

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

El Dios eterno, infinito y todopoderoso es el Dios que habita en nuestro corazón. No sólo es Dios‑con‑nosotros; es Dios‑en‑nosotros. San Pablo afirmó: «Somos santuario del Dios vivo» (2Co 6,16). Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (cf. 1Co 6,19).

Jesús nos dice: «Si alguno me ama, cumplirá mi Palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Jn 14,23). Los elementos de esta cita bíblica po­drían entenderse de manera progresiva: primero amo a Jesús, luego cumplo su Palabra, entonces el Padre me ama y, por fin, hace en mí su morada. La realidad es a la inversa: Dios vive en mí y me ama; tomo conciencia de su presencia y me abro a su amor; esto me da fuerza para cumplir su Palabra y me capacita para amarlo.

Para encontrar a Dios, no es necesario peregrinar a un santuario, retirarnos al desierto o realizar especiales ritos religiosos. Nos basta con entrar en nuestro corazón; y esto podemos hacerlo en todo lugar y a cualquier hora. ¿Por qué nos empeñamos, como Agustín, en buscar a Dios afuera, si está dentro de nosotros?

Desde luego que hay otros lugares de encuentro con Dios (la Biblia, la Eucaristía, cada persona, la naturaleza…), pero el principal es, como lo llama santa Teresa, nuestro «castillo interior», pues en su centro vive Dios. Desde allí me ama, me habla, me mueve.

La conciencia de estar habitada por Dios le bastó a sor Isabel de la Trinidad para santificarse. Aunque nosotros también lo sepamos, en la práctica vivimos como casa abandonada. La mujer embarazada experimenta lo que es estar habitada por otra persona. También nosotros podemos experimentarlo: basta con que consciente y amorosamente acojamos al Dios-Trinidad que vive en nuestro corazón.