«Semillas de esperanza»
Peticiones a Conchita en la casa de Altavista

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

En Altavista 16, San Ángel (México, D.F.), está ubicada la última casa donde vivió Conchita Cabrera de Armida. En el segundo piso está la recámara donde ella falleció, en 1937. Actualmente esa recámara está transformada en capilla. Desde 1988 vive en esa casa una comunidad de Religiosas de la Cruz. 

          Del lunes 20 al viernes 24 de marzo de 2000 me hospedé allí, pues les estuve dirigiendo sus ejercicios espirituales a la comunidad.

          Durante esa semana hice mi oración en la capilla del segundo piso. Además de pedirle a Conchita que bendijera los ejercicios que estaban haciendo sus hijas, le pedí muchas cosas para mí. En esa capilla hay que pedir con descaro y sin medida; de otra manera, sería desaprovechar la oportunidad de recibir las gracias de Dios.

          Las hermanas tienen libro de «Testimonios», para que los visitantes puedan expresar por escrito sus peticiones a Conchita o la experiencia tenida al visitar esa Casa-reliquia.

         En varias ocasiones la madre Ma. Luisa Sánchez me había invitado a que escribiera mi testimonio, pero, no sé por qué, me había resistido. Sin embargo, ahora su petición fue con más fuerza. «Bueno, escribiré algo», le dije para que dejara de insistirme.

         Mi testimonio salió muy largo. La culpa es de la computadora, que me permite revisar, corregir y completar los textos; si en lugar de haber redactado mi testimonio en la computadora y haberlo pasado después al libro, lo hubiera escrito directamente, habría salido más corto. Otro culpable es el gran cariño que le tengo a Conchita y la confianza que siento en el poder de su intercesión. Y el otro culpable es el tiempo: estuve cinco días en esa casa, y cada día me sentía invitado a pedir nuevas cosas (si hubiera estado un mes, habría llenado todo el libro con mis peticiones).

        Al escribir mi testimonio, sólo transcribí lo que anteriormente, en la capilla, le había pedido a Dios por intercesión de Conchita. Allí están plasmados mis más profundos deseos.

       Al releer lo que escribí, me descubrí de una manera nueva y a Conchita la sentí más madre mía.

       Ahora quiero compartir contigo ese testimonio. ¿Por qué? Porque sé que muchas personas, al igual que yo, sienten un gran cariño filial hacia esa mujer a la que, con razón, llamamos Nuestra Madre; porque creo que mis palabras pueden motivarlas a poner por escrito lo que experimentan hacia Conchita; y porque creo que mi oración puede impulsarlas a recurrir a la poderosa intercesión de esa laica mística.

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Conchita, mi madre tan querida:

Qué gusto haber podido hospedarme en la casa donde viviste, desde la que te trasladaste definitiva­mente a la Casa del Padre.

Aquí se siente tu presencia de una manera especial: más clara, más viva, más maternal.

Te doy gracias por ser mi madre; por haber orado y por haberte sacrificado tanto por la fundación de las Obras de la Cruz y en especial de nuestra Congregación; y por haberme alcanzado de Dios la gracia de ser Misionero del Espíritu Santo y sacerdote. Por adelan­tado te agradezco todo lo que harás para que yo sea fiel a Jesucristo y a mi vocación, hasta la muerte.

Jesús prometió, a través de ti, que los miembros de la Congregación seríamos muy numerosos. Pues, hasta ahora, esa promesa no se ha hecho realidad. Conchita, ¡haz algo! No dejes que Jesús pase por mentiroso. Despierta en nosotros, como despertaste en Félix de Jesús, el deseo de seguir a Jesucristo Sacerdote y Víctima, y de buscar otros seguidores. Suscita en todos los Misioneros el anhelo de que la Congregación crezca, para que extendamos por todas partes el reinado del Espíritu Santo. Que seamos coherentes con el ideal que Jesús nos transmitió, para que así, quien nos vea, se sienta motivado a unirse a este grupo de seguidores de Jesús.

Tú que fuiste madre de familia, vela por mis papás, hermanos y demás familiares; haz que encuentren a Jesús; alcánzales las bendiciones de Dios.

Qué cercana te siento al escucharte decir que eres “materialota”, que eres “querendona” y tienes “pega­joso el corazón”. No cabe duda que los hijos se parecen a sus padres. Además, los dos somos potosinos, a los dos nos encanta el dulce; tanto a ti como a mí, la música y la naturaleza nos llevan a Dios.

Comunícame tu amor a Jesús; quiero amarlo como tú, sin medida, hasta la cruz, hasta la muerte. Deja que me parezca un poco a ti en tu deseo de ser totalmente de Él. Que mi corazón, al igual que tu carne, esté marcado con el nombre de nuestro Dueño. Contágiame tu celo por la salvación de todos. Particípame de tu encarnación mística, para que me transforme en Jesús y pueda engendrarlo en los demás. Déjame que contigo viva el misterio de la Soledad de María, en favor de la Iglesia.

Tú eres Cruz de Jesús. Supiste cargar la cruz, abrazarla, para colaborar con Jesús en su obra reden­tora. Dios quiso transmitirnos, a través de ti, la Espiri­tualidad de la Cruz. ¿Y yo? Tú sabes que me rebelo ante la cruz, que la rechazo; que me asusta el sufri­miento. Ni parezco tu hijo. A pesar de esto, quiero seguir a Jesús por el camino que tú recorriste; voy tras Jesús, pero siguiendo tus huellas. Como María estuvo al pie de la cruz de su Hijo, así quiero que tú estés al pie de mi cruz, de toda cruz mía.

Te suplico que me protejas y me cuides, que vayas quitando de mi camino las piedras en las que podría tropezar, que me ayudes a levantarme, que cures mis heridas. ¡Para eso eres mi madre!

Quiero pedirte que intercedas por mí,

[  para que el Padre me conceda creer en su amor y dejarme amar por Él; me haga experimentarme como su hijo amado, en quien Él se complace, y me comunique su fecundidad;

[  para que Jesús me contagie su pasión por hacer siempre y en todo la voluntad del Padre; me dé su amor a los pobres, a los pecadores, a los pequeños y a los que sufren; y en medio de mis múltiples actividades, me comunique su paz interior;

[  para que el Espíritu Santo me conceda amar con pureza y con fuego; me lance a llevar a todos la Buena Noticia de Jesucristo, y me fortalezca para luchar por construir un mundo más justo y fraterno, principio del Reino de Dios.

Compárteme esa gracia que tú tuviste, la de contagiar a los demás con el Jesús que llevabas en tu corazón, para que mis amigos, las personas a las que sirvo en mi apostolado, y todos con quienes tengo contacto, al encontrarse conmigo, se encuentren con Jesús.

Conchita, tu palabra tiene eficacia, mueve los corazones, infunde esperanza, comunica a Dios. A través de tus escritos se percibe el latido del Verbo que vivía en ti. Quiero pedirte, como herencia, que comuniques a mi palabra, oral o escrita, esa misma eficacia. Te lo pide tu hijo.

Jesús te constituyó en madre de los sacer­dotes, y tú entregaste tu vida por su santificación. Yo soy tu hijo, tu sangre, y quiero continuar tu misión en favor de ellos. Te presto mi persona, mis palabras, mi escucha y mis acciones, para que, a través de mí, tú misma les comuniques pureza, fortaleza y consuelo; para que continúes dándoles a Jesús; para que los sigas lanzando a la santidad.

Conchita, tú eres madre de una gran familia espiritual, la Familia de la Cruz. Me gozo al ver el gran número de hermanas y hermanos que tengo. Agradécele de mi parte al Espíritu Santo que me haya permitido trabajar directamente por la unidad y el crecimiento de esta Familia. Y no dejes de interceder por nosotros, para que llevemos a todos la salvación de Jesucristo y enriquezcamos a la Iglesia y al mundo con el tesoro de la Espiritualidad de la Cruz.

Ayúdame a amar la misión que el Padre, a través de mis superiores, me ha confiado. Y, aunque no sea lo que me gusta, ayúdame a realizarlo con gusto, poniendo el corazón en lo que hago. Concédeme amar mi situación actual, pues allí está la voluntad del Padre para mí. Y en los momentos de oscuridad o rebeldía, enséñame a decir: «No lo que yo, sino lo que Tú…»

Jesús te prometió que tú estarías presente en toda celebración eucarística. Gracias por esa presencia tuya que me llena de paz y de gozo. En cada Misa que celebre, enséñame a ofrecer a Jesús y a ofrecerme con Él al Padre; enséñame a entregarlo a los demás en la palabra y en la comunión. Enséñame a continuar en mi vida, como en una cadena de amor, lo que litúrgicamente celebro en la Eucaristía. Alcánzame de Dios la gracia de ser alimento, sabroso y nutritivo, para los demás; y que me deje comer, sin quejarme, sin oponer resistencia.

Pero hay algo que, sobre todo, quiero pedirte; y aquí se encierran todas mis peticiones: que me deje hacer y deshacer, para que Dios realice su obra en mí. Como Jesús, como tú, quiero que el Padre invente mi vida a su antojo; quiero dar plena libertad al Espíritu Santo para que actúe en mí. Que Él se salga con la suya en mí, aunque esto sea doloroso, aunque me resista o me rebele. Quiero que en mí se realice la voluntad del Padre, aunque para esto Él tenga que destruir mis planes y deshacer mis proyectos. Sé que por tu intercesión obtendré esta gracia, pues tú ya la viviste.

Y veme preparando lugar en el cielo (aunque no muy pronto), para que contigo y con Félix de Jesús pueda cantar eternamente las misericordias del Señor.

Conchita, madre mía, te quiero mucho. Gracias por todo, tu hijo:

Fernando Torre, msps.
24 de marzo del 2000